A los 62 años, los grandes escritores del pasado hubieran vivido dos o tres vidas, pues algunos genios morían muy pronto dejando atrás una obra sólida o por lo menos duradera, contundente. Pero a esa edad, después de haber vivido muchísimas vidas, algunas de las cuales están en su libro de memorias (Hitch-22, Debate), ha muerto Christopher Hitchens, un gran narrador, periodista, filósofo, humanista, polemista que, desde la universidad, asustó a sus contrincantes...
Era un ejemplar humano que sirve de metáfora para leer en él, en su vida, en sus opiniones, en su literatura y en su vida, las ilusiones de la izquierda en el centro mismo del siglo XX y que sintió, también, las dentelladas de la desilusión de la gente que es de su tiempo, desde la que vivió la fantasía de vencer a Estados Unidos en la guerra de Vietnam hasta la que creyó que podía derrotar el capitalismo salvaje que preconizaba la primera ministra de su país, Margaret Thatcher...
Hitchens tuvo aquellas ideas y en ese libro expone, con un estilo rápido, lleno de un sentido del humor que él hubiera odiado que llamáramos británico, las razones por las que ahora su generación muestra la melancolía de haber sufrido las sucesivas derrotas que él narra en ese libro. Como si él y su tiempo hubiera vivido sobre un caballo loco que de pronto miró hacia atrás para advertir a los jinetes que el destino era nada.
En un momento determinado de su última obra, sus memorias, trae al libro una frase de Kierkegaard en la que el filósofo advierte que uno está condenado a vivir hacia delante y revisar hacia atrás. Hitchens, que siempre había vivido hacia delante, como periodista y como filósofo, revisó hacia atrás en sus memorias, y tuvo la virtud de contemplar ese pasado con media sonrisa que a veces se le helaba.
El texto en el que Hitchens explica su vida y por tanto establece su testamento, esa revisión de lo que pasó que le sugiere Kierkegaard, está repleto de la sabiduría que aprendió (en la escuela, en la universidad, en la vida) y que desaprendió en otra escuela, la del cinismo imprescindible para sentirse por encima de lo cotidiano en un universo en el que lo banal buscó el trayecto de lo importante y al fin lo ha suplantado.
Hitch 22 es un desfile de modelos y de antimodelos; la política como aprendizaje universitario y como experiencia de la vida (como activista, como periodista, como filósofo...), la dialéctica contra Dios y contra todo esto, los descubrimientos de las distintas fascinaciones que salieron al paso de su tiempo, Vietnam, Cuba, el periodismo... Y, por tanto, los desengaños que a él le hicieron preferir la vida a la literatura e incluso a la discusión sobre el sentido que tiene el texto en un mundo en el que un discurso termina siendo un mensaje de twitter.
De entre todas las historias que aparecen en este libro trepidante, que debe ser lectura obligada a quien quiera meterse en la conciencia de aquellos a los que les interese saber ahora qué le pasó al siglo, hay algunas que son estrictamente familiares, forman parte de la vida personal de Hitchens. Una de ellas, en esta especie de retorno a Brideshead que emprendió al final de su vida, es el relato que hace del momento en que conoce que su madre, que se había enamorado de un hombre fuera del matrimonio, decide suicidarse en el curso de un viaje de amor clandestino a Grecia. La conmoción que sufrió, los trámites de reconocimiento y otras burocracias derivadas del hecho luctuoso le dan a este gran narrador la oportunidad de enfrentarse a unas páginas difíciles con un texto de una increíble potencia. El relato de la juventud en la universidad (los escarceos homosexuales, las relaciones con los maestros, las amistades peligrosas, el cinismo como forma de ser) es en este libro otra joya que merece ser visitada también para conocer el aliento que formó esta mente que ahora desaparece.
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