Maite Carranza sigue rompiendo moldes en la literatura juvenil, como muestra su flamante Premio Nacional.
"La portada rusa es hortera; y esta, la sueca, muy naíf; la más acertada, la portuguesa, que está... por aquí... ¿ves?". Uno intuye que la flamante premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil ha aprovechado la cita para hacer zafarrancho en su estudio; como mínimo, en estas estanterías donde, en doble fondo, Maite Carranza (Barcelona, 1958; www.maitecarranza.com) tiene las traducciones (25 lenguas) del casi medio centenar de títulos de su bibliografía. El espacio es reflejo de la pugna entre su cartesianismo calvinista ("leo dos libros por semana, pero los de placer nunca durante el día; ¿ahora? Juego de tronos: amo la fantasía") y el inevitable lío de una mujer vivaracha, quizá hiperactiva. La delatan los libros de cuando era pequeña, historias de animales personificados de la editorial Molino, deshilachados, que ahora encuaderna azorada. Los volúmenes se ven usados, comprados en su momento: "Son libros paseados y vividos", dice ella, "nada bibliófila". Reina el amarillo de la colección Les Millors Obres de la Literatura Catalana, y abajo, La materia oscura, de Philip Pullman, junto a Memorias de Idhún, de Laura Gallego: el territorio joven. Un buen número: "Hay que saber qué hacen mis colegas", dice, y recomienda a Tommy Wieringa: "Un punto Salinger". Pero no solo ese bloque da un aire juvenil al estudio. Ayudan las figuras que le han regalado sus lectores y carpetas de colores... Muchas están encima del ordenador; tras él, un corcho acribillado de fotos. Los anaqueles, también salpicados. "Son mis tres hijos y otras caras amables: estoy muchas horas sola aquí, me ayudan". ¿Y esa de cuando iba a las dominicas? "Me gusta recordar de dónde vengo". Ahí ha gestado Carranza una obra que tiene la adolescencia y la familia como microcosmos de tensiones, hasta en su trilogía superventas La guerra de las brujas. Un retrato de los últimos 30 años. "Vivimos grandes cambios de mentalidad y no siempre para avanzar: redujimos la felicidad al triunfo social; incluso la lucha individual se ha trasladado a la familia", lanza la antropóloga social de formación. El anaquel sobre el ordenador marea: El encantador de perros, de César Millán, no está lejos de un pack (¡15 títulos!) sobre Isabel la Católica, monografías del oso cantábrico y mapas de Gambia y Senegal, que preceden a novelas de esos países ("dicen más sobre valores y gentes que muchas guías"). Son proyectos: ni el Nacional por Palabras envenenadas la ha detenido. ¿Un galardón que valoró también la valentía del tema, la violencia sexual? "Me pasó lo mismo con mi debut, Ostres tu, quin cacau!: no saber los códigos del género me aportó una mirada diferente que rompió; ahora, igual".
El País
"La portada rusa es hortera; y esta, la sueca, muy naíf; la más acertada, la portuguesa, que está... por aquí... ¿ves?". Uno intuye que la flamante premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil ha aprovechado la cita para hacer zafarrancho en su estudio; como mínimo, en estas estanterías donde, en doble fondo, Maite Carranza (Barcelona, 1958; www.maitecarranza.com) tiene las traducciones (25 lenguas) del casi medio centenar de títulos de su bibliografía. El espacio es reflejo de la pugna entre su cartesianismo calvinista ("leo dos libros por semana, pero los de placer nunca durante el día; ¿ahora? Juego de tronos: amo la fantasía") y el inevitable lío de una mujer vivaracha, quizá hiperactiva. La delatan los libros de cuando era pequeña, historias de animales personificados de la editorial Molino, deshilachados, que ahora encuaderna azorada. Los volúmenes se ven usados, comprados en su momento: "Son libros paseados y vividos", dice ella, "nada bibliófila". Reina el amarillo de la colección Les Millors Obres de la Literatura Catalana, y abajo, La materia oscura, de Philip Pullman, junto a Memorias de Idhún, de Laura Gallego: el territorio joven. Un buen número: "Hay que saber qué hacen mis colegas", dice, y recomienda a Tommy Wieringa: "Un punto Salinger". Pero no solo ese bloque da un aire juvenil al estudio. Ayudan las figuras que le han regalado sus lectores y carpetas de colores... Muchas están encima del ordenador; tras él, un corcho acribillado de fotos. Los anaqueles, también salpicados. "Son mis tres hijos y otras caras amables: estoy muchas horas sola aquí, me ayudan". ¿Y esa de cuando iba a las dominicas? "Me gusta recordar de dónde vengo". Ahí ha gestado Carranza una obra que tiene la adolescencia y la familia como microcosmos de tensiones, hasta en su trilogía superventas La guerra de las brujas. Un retrato de los últimos 30 años. "Vivimos grandes cambios de mentalidad y no siempre para avanzar: redujimos la felicidad al triunfo social; incluso la lucha individual se ha trasladado a la familia", lanza la antropóloga social de formación. El anaquel sobre el ordenador marea: El encantador de perros, de César Millán, no está lejos de un pack (¡15 títulos!) sobre Isabel la Católica, monografías del oso cantábrico y mapas de Gambia y Senegal, que preceden a novelas de esos países ("dicen más sobre valores y gentes que muchas guías"). Son proyectos: ni el Nacional por Palabras envenenadas la ha detenido. ¿Un galardón que valoró también la valentía del tema, la violencia sexual? "Me pasó lo mismo con mi debut, Ostres tu, quin cacau!: no saber los códigos del género me aportó una mirada diferente que rompió; ahora, igual".
El País
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