Literatura y alcohol han formado una pareja, en
ocasiones imperfecta, a lo largo de la historia. Charles Baudelaire
decía encontrar la inspiración en el "hada verde" (absenta), Truman
Capote no escondió su adicción al alcohol y definió su profesión como
"un largo paseo entre copas" y Ernest Hemingway degustó y escribió sobre
las bebidas espirituosas sin descanso.
Bajo la convicción de que el alcohol potencia la creatividad porque
desinhibe la mente, han sido muchos los escritores que han recurrido a
la bebida en busca de la inspiración que le negaban otras musas.
A algunos de ellos se les fue de la mano hasta enfermar de
alcoholismo; otros, simples bebedores sociales, han convertido a bares
en protagonistas de sus obras.
Hay autores que han conseguido poner de moda sus cócteles favoritos y
otros cuyas creaciones recuerdan sus vivencias en el interior de los
bares. Además, míticos cafés han acogido tertulias literarias y
artísticas, en las que se debatía sobre lo divino y lo humano hasta la
madrugada y que se regaban con distintos destilados.
Uno de los casos más emblemáticos es el del estadounidense Ernest
Hemingway (1899-1961) cuya vida y obra están muy vinculadas al alcohol.
Ha dado nombre a bares en todo el mundo, creó su propio cóctel, el "papa
doble" -a base de ron- y en El Floridita de La Habana, un Hemingway
acodado en un extremo de la barra recuerda que allí degustaba daiquiris,
mientras que prefería La Bodeguita del Medio para los mojitos.
Hemingway dejó frases históricas: "un hombre no existe hasta que se
emborracha" o "beber es un modo de terminar el día", y el alcohol está
presente en toda su obra, especialmente en "Fiesta".
Son memorables sus borracheras con Francis Scott Fitzgerald en los
clubes clandestinos que la Ley Seca hizo florecer en Nueva York y
compartió tertulias empapadas de alcohol con James Joyce, Gertrud Stein y
Ford Madox Ford, recuerda el escritor Antonio Jiménez Morato en su
libro "Mezclados y agitados" (Debolsillo). Llegó a beber tres botellas
diarias de alcohol y acabó suicidándose.
UN LARGO PASEO ENTRE COPAS
Truman Capote (1924-1984) fue siempre un devoto de la farra -como
demostró en las fiestas que organizaba y en el rodaje de "Beat The
Devil" (La burla del diablo), trufado de borracheras junto a John Huston
y Humphrey Bogart- pero su carrera hacia la destrucción comenzó tras
escribir "A sangre fría". El escritor, que murió de un cáncer de hígado,
afirmó que su profesión era "un largo paseo entre copas".
El padre del famoso detective privado Philip Marlowe, Raymond
Chandler (1888-1959), intercaló épocas de ebriedad y abstención. En una
ocasión, volvió a la embriaguez para escribir el guión de "The Blue
Dahlia" (La dalia azul), por el que fue nominado a los Oscar, convencido
de que no era capaz de crear sobrio.
Quizá los antecedentes fueran establecidos por la generación de la
"bohemia artística" del París decimonónico, a la que perteneció Charles
Baudelaire (1821-1867), a quien se considera el precursor de la figura
del intelectual. Jiménez Morato lo define como "un precursor en todo lo
tocante a la relación que se establece con los estupefacientes y la
creación artística". Estos creadores, contrarios a la burguesía,
frecuentaban las tabernas y determinaron que la embriaguez fomentaba la
creatividad. Baudelaire escribió en "Spleen de París": "Hay que estar
siempre ebrio. Eso es todo: la única cuestión".
LOS BARES, LUGARES LITERARIOS
Pero la relación entre literatura y alcohol no ha sido siempre tan
extrema. Dipsomanías aparte, la bebida y las tabernas han tenido su
protagonismo en muchas obras. En casi todas las novelas y en muchos de
los cuentos de Mario Vargas Llosa (1936), aparecen bares, hasta el punto
de que su libro "Conversación en La Catedral" toma el nombre de uno de
ellos.
También Mirko Laver (1947) se presenta con un gran captador de la
vida de los bares de Perú, o Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003), que
escribió una obra sobre la bebida, "Beber o no beber", aparte de las
lecciones gastronómicas y vinícolas que transmitió a través de su
personaje Pepe Carvalho. Nicolás Guillén le dedicó unos versos al lugar
del que "La Habana con razón blasona", La Bodeguita del Medio, cuyas
mesas frecuentaron también escritores como Pablo Neruda, Tennessee
Williams y Carlos Mastronardi.
La asiduidad con la que algunos escritores visitaban ciertos bares
llevó a Forbes a elaborar una lista con los diez bares literarios más
famosos del mundo, aunque se limitó a la literatura anglosajona.
Encabezada por la White Horse Tavern de Nueva York que frecuentaban
Allen Ginsberg y Jack Kerouac, incluye el Davy Byrnes de Dublín, donde
James Joyce escribió algunas páginas de "Ulises"; el Eagle and Child de
Oxford al que acudía con frecuencia J.R.R. Tolkien, o el Long Bar del
Hotel Raffles de Singapur que acogió a Joseph Conrad y Rudyard Kipling.
Por Pilar Salas Durán
EFE-Reportajes
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