El historiador marxista Eric Hobsbawm, quizás el intelectual
británico más admirado y respetado en el mundo desde hace varias
generaciones, falleció en la madrugada del lunes en el Royal Free
Hospital de Hampstead, apenas a unos cientos de metros de su casa. Tenía
95 años. A pesar de que nunca renegó de su ideología comunista, su
intelecto, su capacidad para analizar hasta el más mínimo detalle
y al mismo tiempo su facilidad para sintetizar la historia le
granjearon la admiración lo mismo desde la izquierda que desde la
derecha política, especialmente en los últimos años de su vida.
Autor de una veintena de libros, se especializó en la historia de los siglos XIX y XX. La tetralogía La era de… está comúnmente considerada como su obra cumbre. Una serie que arrancó en 1962 con la publicación de La era de la revolución: Europa 1789- 1848 y que continuó en 1975 con La era del capitalismo: 1848-1875, en 1987 con La era del Imperio: 1875-1914 y cerró en 1994 con Historia del siglo XX.Aunque
nacido en 1917 en Alejandría (Egipto), en el seno de una familia judía
de origen polaco, era británico de segunda generación: su padre era
británico y su madre austriaca, y la familia se mudó a Viena cuando él
tenía dos años. La suya fue, en sus años de juventud, una vida marcada
por la inmigración, como la de tantos judíos de Europa central en la
primera mitad del siglo XX.
“Cada historiador tiene su nido, desde el que observa el mundo”,
escribió. “El mío está construido, entre otros materiales, de una niñez
en la Viena de los años veinte, los años del ascenso de Hitler en
Berlín, que definieron mis ideas políticas y mi interés por la historia,
y de Inglaterra, especialmente del Cambridge de los años treinta, que
confirmaron los materiales de los dos primeros”.
El joven Eric vivía en Viena cuando su padre murió de forma repentina
en 1929 de un infarto y su madre dos años después debido a la
tuberculosis. Él y su hermana Nancy se mudaron a Berlín, donde vivía su
tío Sidney. De allí, la familia se fue a Londres en 1933 cuando la
empresa de Sidney le trasladó a Inglaterra.
Empezaron entonces esos años de Cambridge, en los que coincidió con
historiadores como Christopher Hill, Rodney Hilton, John Saville, con
los que les unía su militancia en el Partido Comunista, al que Hobsbawm
se había afiliado cuando tenía solo 14 años. Fue, sin embargo, una
militancia en la que compaginó la fidelidad —nunca abandonó el partido:
fue el partido el que le abandonó a él al disolverse en 1991— con el
espíritu crítico, lo que le granjeó el respeto de quienes admiraban su
trabajo pero discrepaban de su ideología.
De alguna manera, el ideal que para él significaba el marxismo no le impedía ver la realidad
de lo que el comunismo era en la práctica. Por eso mantuvo siempre la
honestidad intelectual de la crítica, sobre todo en momentos tan
significativos como la invasión de Hungría por los soviéticos. A
diferencia de muchos, aquel episodio no le hizo abandonar el comunismo.
Pero, también a diferencia de muchos, nunca se quedó con la boca tapada.
Al final admitió el fracaso del comunismo, pero se mantuvo fiel al
ideal marxista.
Su ideología de socialismo radical se había formado en su más tierna juventud, al vivir siendo aún casi un niño el ascenso de Hitler al poder, y se había consolidado en sus años en Cambridge.
Al estallar la II Guerra Mundial, Hobsbawm se ofreció a trabajar para
la inteligencia británica, pero la oferta fue declinada precisamente
por su militancia política. Acabó ayudando a la construcción de las
defensas costeras en East Anglia. Una experiencia de trabajo puramente
físico que permitió al sólido intelectual entrar en contacto real con la
clase obrera. “Esa experiencia en tiempos de guerra me convirtió para
siempre a la clase obrera británica. No eran muy inteligentes, excepto
los escoceses y los galeses, pero eran muy, muy buena gente”, escribió
años después.
Quizás esa fidelidad frustró sus aspiraciones de entonces de poder
enseñar en Cambridge y acabó dando lecciones en el Birkbeck College de
Londres en 1947. Una relación que duraría toda la vida y que le llevaría
a convertirse en presidente de esa universidad.
En los años ochenta, Eric Hobsbawm se convirtió en una especie de
gurú del Partido Laborista y en especial del que fue su líder desde
1983, Neil Kinnock, quien le describiría como su “marxista favorito”. Le
agradecía la influencia que Hobsbawm acabó teniendo en la reforma del
partido y su acercamiento a territorios que luego desembocarían en el
Nuevo Laborismo.
Aunque cuando cumplió 80 años el primer ministro Tony Blair le
concedió al historiador una de las distinciones más singulares, el
título de Companion of Honour, una orden a la que no pueden pertenecer
más de 65 miembros de países de la Commonwealth, Hobsbawm fue crítico
con las políticas de Blair y en especial con la invasión de Irak.
En los últimos años mantuvo su influencia. Nunca ha dejado de
trabajar (deja escrito un último libro que aparecerá el año que viene) y
de participar en tertulias intelectuales y mediáticas. “Se le va a
echar mucho de menos. No solo por su mujer durante 50 años, Marlene, y
sus tres hijos, siete nietos y un biznieto, sino por miles de lectores y
de estudiantes en todo el mundo”, declaró la familia.
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