"Con
carácter enciclopédico y didáctico al tiempo, este diccionario de
referencia (de ábafis a Zeus registra su abanico de entradas) sorprende
por su dinamismo y homogeneidad. Música, religión, mística y magia se
alternan en casi dos mil páginas de erudito saber de la mano de un
autor cuyos libros son una referencia en el mundo musical". Toni
Montesinos, La Razón
«El
mérito grande de Ramón Andrés consiste en proveerse de un estupendo
hilo rojo para internarse en la espesura del origen de la música en la
cultura».
Eugenio Trías, El Mundo
«Ramón Andrés es un gran conocedor y amador de la música, además de un cultivador de todo cuanto ella ha significado y significa».
Enrique Badosa, ABC
«Ramón Andrés es un estudioso de la música de gran prestigio, artífice de publicaciones notabilísimas». Jordi Llovet, El País
Eugenio Trías, El Mundo
«Ramón Andrés es un gran conocedor y amador de la música, además de un cultivador de todo cuanto ella ha significado y significa».
Enrique Badosa, ABC
«Ramón Andrés es un estudioso de la música de gran prestigio, artífice de publicaciones notabilísimas». Jordi Llovet, El País
UNAS PALABRAS
En
el núcleo de las creencias y los mitos, y no menos de las religiones y
las fábulas heroicas, está la inquietante contraposición entre el tiempo
humano y la eternidad divina. Existir para conocer y desentrañar, morir
para ir en busca de lo que no se halló entre los semejantes. La
cenagosa morada de los difuntos en Tuonela, las sombras infernales de
Angra Mayniu del Avesta, oír en el Valhala la voz de los guerreros
caídos en combate, escuchar el viento en el ramaje de los árboles
cósmicos, pensar en el círculo celeste que se abre con la danza de un
derviche, el sonido de una flauta que llora porque ha sido cortada del
cañaveral, son escenas de una misma narración, esa que no es capaz de
acotar nuestro pasado, sino, bien al contrario, de prolongarlo. Hay un
luminoso mundo de lo oscuro. Quienes vivieron hace miles de años
otorgaron al Sol un carácter sagrado, no tanto porque anunciara y diera
vida al nuevo día, sino porque, consideraban, venía de la noche, donde
se forjaba el destino de cada uno. Lo que procedía de la penumbra era
necesariamente sabio, así lo estimaron.
Conjeturamos en términos de verdad y mentira, de verdadero y falso, y
así juzgamos la realidad de cuanto nos conforma, pero en épocas arcanas
estos conceptos apenas se diferenciaban; nada en sí era enteramente
verdadero ni nada, en consecuencia, se antojaba del todo falso, porque, a
efectos prácticos, las rememoraciones y los cantos de los antepasados
se estimaba estaban inspirados por el aliento de algún dios, por la
manifestación de una musa o de un espíritu no sujetos a la dimensión de
lo real; era un aliento que venía de la intuición, de lo imprevisible.
Por eso llamaban «divino» a aquello que no era fácil de entender, a
aquello que no podía descifrarse a primera vista, del mismo modo que hoy
no comprendemos cosas que acaso sean evidentes para quienes nos
sucederán.
Boomerang
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