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Enemigos. Una historia del FBI

La Oficina Federal de Investigación estadounidense se fundó hace un siglo y en pocos años pasó de ser un organismo privado a un servicio de inteligencia a disposición de las necesidades políticas de la Presidencia de los Estados Unidos. 

Desde la primera guerra mundial, todos los presidentes de Estados Unidos dieron carta blanca al FBI para saltarse las normas en favor de la seguridad nacional, desde conservadores como George W. Bush o Nixon hasta liberales como Franklin D. Roosevelt o John F. Kennedy. Durante cerca de cincuenta años, bajo la dirección de J. Edgar Hoover, la agencia actuó con total impunidad y cometió tremendos abusos en nombre de la libertad, la democracia y la justicia.

Arrestos ilegales, secuestros, robos, detenciones, espionaje, todo estaba permitido para luchar contra los enemigos del Estado. La Casa Blanca creó un monstruo y el FBI quedó fuera de todo control, los trabajos de la agencia federal fueron cada vez más secretos y se alejaron cada vez más del sistema legal americano. Los objetivos no eran solamente terroristas y comunistas, algunos líderes de países democráticos y ciudadanos de a pie se habían convertido también, de la noche a la mañana, en enemigos del estado. Tras la muerte de Hoover el trabajo sucio salió a la luz, la reputación de la agencia se vio muy dañada y los métodos tuvieron que cambiaron forzosamente. Al mismo tiempo, el asesinato de J.F.K., el escándalo "Watergate" y los atentados del 11-S pusieron en tela de juicio la eficacia de esta organización que sigue hoy luchando por recuperar su fuerza y transformarse en el poderoso servico de inteligencia que una vez fue.

Basándose en setenta mil documentos recientemente desclasificados, cientos de entrevistas y materiales no disponibles hasta el momento, el autor desvela datos sorprendentes, desacredita viejos mitos sobre el FBI y cuestiona las técnicas de vigilancia que violan las libertades individuales en pro de la seguridad nacional.

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Anarquía
J. Edgar Hoo ver fue a la guerra a la edad de veintidós años, la mañana del jueves 26 de julio de 1917. Salió del hogar de su niñez, en Washington, y partió hacia su nueva vida en el Departamento de Justicia, a servir como soldado de infantería en un ejército de agentes de la ley destinado a combatir a espías, saboteadores, comunistas y anarquistas en Estados Unidos.

El país había entrado en la Primera Guerra Mundial en abril. Desembarcaban en Francia las primeras oleadas de tropas estadounidenses, en absoluto preparadas para los horrores que les aguardaban. En el frente interno, los norteamericanos se sentían atenazados por el temor a sabotajes por parte de agentes secretos alemanes. El país llevaba un año en alerta máxima desde que se produjera un ataque enemigo a un enorme depósito de municiones destinadas al frente. La explosión de la isla de Black Tom, en el extremo occidental del puerto de Nueva York, había hecho estallar dos mil toneladas de explosivos en la oscuridad de una noche de mediados de verano. Siete personas murieron en el acto. En Manhattan se rompieron miles de ventanas a causa de la onda expansiva.

La Estatua de la Libertad quedó marcada por la metralla. Hoover trabajaba en la División de Emergencia Bélica del Departamento de Justicia con el cometido de impedir el siguiente ataque sorpresa. Mostraba un espíritu marcial y cierta habilidad para condicionar el pensamiento de sus superiores. Mereció los elogios del jefe de la
división, John Lord O'Brian. «Trabajaba los domingos y por las noches, como yo -contaba O'Brian-. Le ascendí varias veces, simplemente por sus méritos.»

Boomerang

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