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Los mercaderes del Che

«Álex Ayala es uno de los cronistas más originales y agudos que hay hoy en América Latina. Ha escogido Bolivia como base de operaciones y allí se ha convertido en un detective ameno y audaz de la condición humana. En este singular libro, gracias a su mirada, volvemos a descubrir que el mundo pequeño también es grande. Los mercaderes del Che es un deleite», Jon Lee Anderson, periodista de The New Yorker.

«Este libro está escrito con un gran pulso narrativo. Ayala explora los ángulos más inesperados, encuentra los detalles más reveladores. En sus manos la historia siempre va mucho más allá de la trama que nos cuenta, porque él sabe hallar su significado oculto. Voz aguda, mirada intuitiva y unos zapatos de reportero diligente: he allí las armas con las cuales ha emprendido la aventura de contarnos la realidad en este libro magnífico. Álex Ayala es dueño de uno de los talentos más notables de la nueva crónica latinoamericana», Alberto Salcedo Ramos, ganador del Premio Rey de España de Periodismo en el año 1998.

«Hay algunos escritores, como el autor de este libro, que trabajan con estas "vidas minúsculas" (como las llamó el novelista francés Pierre Michon). Las vidas de seres anodinos que un día se enfrentan con la Historia o la notoriedad. De este cruce surge el mundo de Álex Ayala, el especialista de pelo pajizo que llega al terreno provisto de un contador Geiger, para estudiar la estela de radiactividad que dejaron detrás los grandes acontecimientos», Fernando Molina, ganador del Premio Rey de España de Periodismo en el año 2011.


Comienzo del libro 

Susana Osinaga Robles, la enfermera que lavó el cadáver del Che, es una mujer menuda, de setenta y cuatro años, pelo ondulado y piernas hinchadas que entró a formar parte de la historia el 9 de octubre de 1967, en Vallegrande, un pueblito perdido del este de Bolivia. Aquellos eran tiempos de Guerra Fría y los países comunistas se enfrentaban a los capitalistas. Ernesto Guevara, el Che, embajador
de la lucha armada, había viajado de Cuba a Sudamérica para convertirla en un escenario más de la revolución, pensando quizás que sus ideas se extenderían como un reguero de pólvora. Pero las autoridades bolivianas lo derrotaron y exhibieron su cuerpo acicalado como un trofeo de batalla. Osinaga trabajaba por aquel entonces en el hospital Nuestro Señor de Malta, donde se encuentra la lavandería en la que los militares mostraron a un Guevara ya difunto. Y dice que se jubiló a fines de los 80.

Hoy, cuatro décadas después de la caída del guerrillero, rodeada de algunos de sus nietos, atiende en el corazón de Vallegrande un sencillo comercio de ultramarinos en el que las cosas se amontonan sin orden en los estantes. Ahora estoy frente a su tienda con la intención de conversar con ella, y el calor aprieta. Para estos días Osinaga ha preparado decenas de calendarios con la foto del revolucionario, y espera que los peregrinos que están siguiendo la Ruta del Che se acerquen aquí para escucharla, como ha ocurrido siempre en las fechas de aniversario.

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