En La herencia colonial y otras maldiciones
se reúne por primera vez las crónicas de África de Jon Lee Anderson, en
las que demuestra una vez más por qué es considerado uno de los mejores
periodistas del mundo. Con una valentía que raya lo temerario, el autor
se adentra en lugares y situaciones límite, de caos y violencia
totales, para posteriormente narrar lo observado con una gran
objetividad. Rara vez se permite tomar partido, lo cual vuelve mucho más
efectivo su relato de las realidades tan complicadas que presencia. En
sus crónicas desde Liberia, Angola, Santo Tomé, Zimbabue, Somalia,
Guinea, Sudán y la Libia de los últimos días de Muammar Gaddafi,
Anderson consigue acceso directo a las más altas esferas del poder,
revelando a sus lectores de qué están pobladas las mentes de los
líderes, incluyendo algunos de los más sanguinarios dictadores. A la
vez, se da el tiempo de conocer el relato del hombre común, para darle
voz a quienes padecen los excesos de los tiranos y de las encarnizadas
luchas políticas. U
El resultado es una
síntesis que hace justicia a lo que ocurre en un continente tan
fascinante como complejo, plagado de sutilezas y matices. La mirada
aguda sobre África de Jon Lee Anderson está muy alejada de los
estereotipos que comúnmente se le asocian en el mundo occidental.
PRÓLOGO
Nací
en Norteamérica, pasé mi infancia en Asia, la adolescencia en Europa, y
mis primeros años de adulto en América Latina. Todos estos continentes
fueron cruciales en mi proceso de crecimiento, pero ninguno me conmovió
tanto como África, donde viví un año durante mi adolescencia, una
experiencia que me dejó hechizado para siempre.
Aquel año que pasé con un tío geólogo en Liberia fue mi primera
vivencia de un continente sobre el que había leído mucho y que añoraba
explorar, deseo que, por fin, vi realizado ese año. Viajé en repetidas
ocasiones a la selva del interior, donde conviví con una comunidad
tribal, los kpelle, que me dieron un nombre, Saki, que he conservado
toda mi vida. Fui también al África Oriental, a la Uganda de Idi Amin y
la Etiopía de Haile Selaissie, y deambulé solo en los predios de Kenia y
Tanzania. Era una época en la que los rinocerontes y los elefantes
todavía vagaban en grandes números por unas sabanas sin limites, y en la
que los kenianos negros, incluso después de la rebelión del Mau-Mau y
la independencia, seguían dirigiéndose de manera reflexiva a las
personas blancas como bwana. África estaba cambiando, pero los tiempos
pasados seguían mostrando su presencia.
Pasaron quince largos años antes de que regresara a África y, cuando
finalmente lo hice, en un viaje como reportero a Sudán, Kenia y Uganda,
era el año 1986, yo era ya un hombre joven, y el África que había
percibido de chico se había transformado de manera radical. En Kenia, se
había duplicado la población y había mucha más pobreza y tensión
social; había también una corrupción inmensa.
Boomerang
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