Berlín, 9 may (EFE).- La quema de libros por los
nazis, de la que mañana se cumplen 80 años, se ha convertido en un
símbolo de la persecución cultural y es recordada en Alemania como un
acto de barbarie que presagiaba los hornos crematorios del Tercer Reich.
"Donde se queman libros se terminan quemando también personas", es la
frase del poeta Heinrich Heine que siempre se repite para recordar los
acontecimientos del 10 de mayo de 1933, cuando universitarios quemaron
en Berlín y en otras ciudades del país libros de espíritu "no
germánico".
Aquellos actos, que congregaron a miles de espectadores en las calles
y en los que participaron profesores y miembros de las SS, marcaron el
inicio de la censura y la persecución de intelectuales que
caracterizaron al régimen nazi.
La frase de Heine, muerto en 1856 en su exilio parisino, resultó
profética y casi que parece pronunciada después de 1933 e, incluso,
después de 1945, cuando se llegó a conocer con todo detalle la verdadera
dimensión de la barbarie nazi.
Heine, de origen judío, era uno de los tantos autores que los nazis querían hacer desaparecer de las bibliotecas.
El periodista Volker Weidermann tiene una obra, "El libro de los
libros quemados", en los que recupera las biografías de 131 autores
incluidos en una de las primeras listas negras de los nazis.
Sin embargo, en esa lista no están los nombres de todos los autores
cuyos libros fueron lanzados a las hogueras ni tampoco los de todos los
que sufrieron diversas formas de persecución.
En la lista recuperada por Weidermann falta, por ejemplo, Walter
Benjamin, que empezó a ser perseguido aún antes del ascenso al poder de
los nazis y que se suicidó tras no lograr entrar a España cuando huía de
las SS.
También falta Thomas Mann, a quien al comienzo los nazis trataron de
ganar para su causa pero que se convertió en una de las voces más
destacadas de la oposición intelectual al nacionalsocialismo.
Las esperanzas de los nazis de ganarse a Mann, como lo cuenta
Marianne Krull en su libro "Otra historia de la familia Mann", estaban
fundadas en que en los primeros meses después de la toma de poder el
autor de "La montaña mágica" tuvo una actitud vacilante.
Thomas Mann no quiso colaborar en la revista "Die Sammlung", dirigida
por su hijo Klaus y que tenía como objeto recoger textos de los
intelectuales emigrantes, e incluso declaró públicamente que no
compartir la orientación de ese medio.
A la postre, Mann se alineó con la resistencia, a la que habían
pertenecido desde el comienzo sus hijos Erika y Klaus y su hermano
Heinrich, que fue desde el comienzo uno de los escritores más odiados
por los nazis.
Sin embargo, las vacilaciones de Mann recuerdan que muchos otros
escritores no solo no se declararon de forma inmediata contrarios al
nazismo sino que simpatizaron y colaboraron con el movimiento.
Al lado de los escritores perseguidos hubo también escritores cómplices, como fue el caso del poeta Gottfried Benn.
Si se revisan las listas negras, se puede establecer una especie de
tipología de los autores perseguidos y cuyos libros fueron quemados por,
según los nazis, ser contrarios al espíritu alemán.
Se perseguía, en primer lugar y como era de esperarse, a los judíos vivos, como Benjamin o Alfred Döblin, o muertos, como Heine.
Una de las tesis que defendían los estudiantes nazis antes de las
quemas del 10 de mayo era que si un escritor judío escribía en alemán
estaba mintiendo y que los judíos debían escribir en hebreo.
En segundo lugar, se buscaba hacer desaparecer de las bibliotecas a
los autores de libros pacifistas, como era el caso de Erich Maria
Remarque o Arnold Zweig. Tanto Zweig como Remarque aparecieron ya en las
primeras listas y fueron tan odiados como Heinrich Mann.
Además, eran vistos como enemigos autores a quienes se considerasen
vinculados al socialismo o al comunismo, como Anna Seghers, Heinrich
Mann o Bertolt Brecht.
Los autores extranjeros cuyos libros fueron lanzados a las llamas por
los nazis -entre ellos Ernest Hemingway, John Dos Passos y Maximo
Gorki- merecerían un capítulo aparte.
Entre los escritores soviéticos "quemados" por los nazis llama la
atención encontrar a muchos que también fueron perseguidos por el
estalinismo.
El nombre más conocido es tal vez el de Isaak Babel, que murió
fusilado en la cárcel estalinista de Butyrka en 1940. Rodrigo Zuleta
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