La National Gallery londinense clausura este domingo su exposición sobre Da Vinci en la Corte de Milán que ha batido todos los récords.
Cada mañana, pertrechadas de paciencia y sólidos paraguas, cientos de personas llegadas de todo el mundo guardan cola ante la taquilla de la National Gallery londinense para adquirir una de las 500 entradas que diariamente se ponen a la venta para ver Leonardo Da Vinci, pintor en la corte de Milán, la mayor concentración en una misma sede de lienzos y dibujos del artista italiano y la "exposición del siglo", según la prensa británica. Allí pueden admirarse hasta el domingo nueve obras maestras del autor de La última cena, cuyo catálogo conocido no supera la veintena. Una exposición que su comisario Luke Syson considera "irrepetible" debido a la fragilidad de las piezas y a las complicaciones para conseguir los préstamos de pinacotecas como el Louvre, el Hermitage o el Vaticano, por no mencionar el importe del seguro, que supera el billón y medio de libras esterlinas.
La exposición, la más demandada en la historia de la National Gallery, agotó sus pases en venta anticipada pocos días después de su apertura el 9 de noviembre. Ante tal expectación, la institución tuvo que ampliar sus horarios nocturnos y enfrentarse con dureza a los reventas (se pedían más de 200 libras por el ticket básico, que cuesta 16 libras) y a una red de traficantes de entradas falsas. Por no hablar de las huelgas de vigilantes, molestos por los recortes del gobierno de Cameron, que los obligan ahora a controlar dos salas en vez de una.
El contenido, si no se sucumbe a la espera, en ningún modo puede dejar indiferente. A través de 60 obras entre dibujos, bocetos y cuadros asistimos a una compleja meditación sobre el arte a partir de la experiencia de Leonardo como pintor en la corte de Ludovico Maria Sforza, el Moro. Allí, entre 1482 y 1499, con la libertad y seguridad que le concedía un salario fijo, vivió su apogeo creativo y pintó obras como La dama del armiño o las dos versiones de La Virgen de las rocas (la del Louvre y la de la National Gallery, recién restaurada), que por primera vez se pueden ver frente a frente.
La cita, insiste Luke Syson, es también "un viaje extraordinario por los métodos creativos de ese artista filósofo" que creía al principio que su responsabilidad era registrar la naturaleza del modo más preciso y más tarde se propuso acercar al espectador a lo divino mediante su habilidad. Así construyó la imagen de Milán como la Nueva Atenas que soñó Sforza.
Hay muchas joyas aquí pero todas las miradas se detienen ante la joven Cecilia Gallerani, como ocurriera en la muestra de tesoros polacos disfrutada el año pasado en el Palacio Real de Madrid. Es La dama del armiño, el primer retrato realmente moderno, pintado entre 1489 y 1490. La belleza del rostro de la joven amante del Moro, de 16 años, la gracia de la composición, la elegancia de sus manos al abrazar el armiño, símbolo de pureza, son absolutamente irresistibles.
En la misma sala figura el retrato La Belle Ferronière del Louvre, que podría representar a la esposa de Sforza. Pintado unos años después, ilustra la evolución en los ideales formales y geométricos de Leonardo, que plasma una belleza más intelectual. Ninguna de estas dos mujeres tiene que envidiar a la Mona Lisa, la gran ausente de un conjunto único. Junto a ellas, vemos bocetos de pezuñas de animal o de las manos de Cecilia: son algunos de los 33 dibujos de Leonardo en la colección Real británica, nunca antes mostrados.
El recorrido se inicia con las obras que documentan su llegada a Milán, aún deudoras de las enseñanzas de su maestro Verrocchio. Su voz propia emerge ya en El músico (1486-87), el retrato de Atalante Migliorotti, que ilustra el poder de la pintura para representar la belleza de la música.
Con las dos versiones de La Virgen de las rocas conocemos tanto la evolución de la técnica de Leonardo como sus problemas económicos: la Confraternidad de la Inmaculada Concepción tardó 25 años en pagarle los honorarios, motivo por el que vendió la primera (hoy en el Louvre, compuesta en 1483) y realizó la segunda de 1499, más libre.
Del Vaticano llega el inacabado San Jerónimo Penitente, un soberbio estudio anatómico de 1480. Y del Hermitage, la luminosa Madonna Litta (1491-95), su reelaboración del tema popular de la Virgen dando de mamar al Niño.
Un delicioso Salvador Adolescente, pintado hacia 1491, procede del museo español Lázaro Galdiano, donde es la joya más querida en un país que no posee ningún Leonardo. Este retrato de Jesús discutiendo con los doctores del templo de Jerusalén a los 12 años se considera copia de un original perdido de Leonardo y su autoría se atribuye a su discípulo Marco d' Oggiono.
Una antológica como ésta no estaría completa sin una nueva atribución, la que aporta Salvador del Mundo (1499). Se sabía que Da Vinci había pintado esta iconografía en la que Cristo sostiene un globo terrestre de cuarzo pero ha sido la restauración la que ha revelado sus métodos creativos, sobre todo en las manos, lo mejor preservado, pues el rostro está muy dañado.
Sin olvidar el complejo dibujo La Virgen con el Niño, Santa Ana y San Juan Bautista, el recorrido culmina con una aproximación a su obra milanesa más ambiciosa, La última cena, que se conserva en el convento de Santa María de la Gracia. Una copia a escala natural y casi contemporánea de su discípulo Giampietrino, que se conserva en la Royal Academy of Art londinense, acompaña a los dibujos preparatorios de Leonardo, una sobrecogedora colección de cabezas masculinas que expresan la emoción y el carácter de esos apóstoles cuya belleza ideal contrasta con el avieso y grotesco rostro de Judas.
diariodesevilla.es
Cada mañana, pertrechadas de paciencia y sólidos paraguas, cientos de personas llegadas de todo el mundo guardan cola ante la taquilla de la National Gallery londinense para adquirir una de las 500 entradas que diariamente se ponen a la venta para ver Leonardo Da Vinci, pintor en la corte de Milán, la mayor concentración en una misma sede de lienzos y dibujos del artista italiano y la "exposición del siglo", según la prensa británica. Allí pueden admirarse hasta el domingo nueve obras maestras del autor de La última cena, cuyo catálogo conocido no supera la veintena. Una exposición que su comisario Luke Syson considera "irrepetible" debido a la fragilidad de las piezas y a las complicaciones para conseguir los préstamos de pinacotecas como el Louvre, el Hermitage o el Vaticano, por no mencionar el importe del seguro, que supera el billón y medio de libras esterlinas.
La exposición, la más demandada en la historia de la National Gallery, agotó sus pases en venta anticipada pocos días después de su apertura el 9 de noviembre. Ante tal expectación, la institución tuvo que ampliar sus horarios nocturnos y enfrentarse con dureza a los reventas (se pedían más de 200 libras por el ticket básico, que cuesta 16 libras) y a una red de traficantes de entradas falsas. Por no hablar de las huelgas de vigilantes, molestos por los recortes del gobierno de Cameron, que los obligan ahora a controlar dos salas en vez de una.
El contenido, si no se sucumbe a la espera, en ningún modo puede dejar indiferente. A través de 60 obras entre dibujos, bocetos y cuadros asistimos a una compleja meditación sobre el arte a partir de la experiencia de Leonardo como pintor en la corte de Ludovico Maria Sforza, el Moro. Allí, entre 1482 y 1499, con la libertad y seguridad que le concedía un salario fijo, vivió su apogeo creativo y pintó obras como La dama del armiño o las dos versiones de La Virgen de las rocas (la del Louvre y la de la National Gallery, recién restaurada), que por primera vez se pueden ver frente a frente.
La cita, insiste Luke Syson, es también "un viaje extraordinario por los métodos creativos de ese artista filósofo" que creía al principio que su responsabilidad era registrar la naturaleza del modo más preciso y más tarde se propuso acercar al espectador a lo divino mediante su habilidad. Así construyó la imagen de Milán como la Nueva Atenas que soñó Sforza.
Hay muchas joyas aquí pero todas las miradas se detienen ante la joven Cecilia Gallerani, como ocurriera en la muestra de tesoros polacos disfrutada el año pasado en el Palacio Real de Madrid. Es La dama del armiño, el primer retrato realmente moderno, pintado entre 1489 y 1490. La belleza del rostro de la joven amante del Moro, de 16 años, la gracia de la composición, la elegancia de sus manos al abrazar el armiño, símbolo de pureza, son absolutamente irresistibles.
En la misma sala figura el retrato La Belle Ferronière del Louvre, que podría representar a la esposa de Sforza. Pintado unos años después, ilustra la evolución en los ideales formales y geométricos de Leonardo, que plasma una belleza más intelectual. Ninguna de estas dos mujeres tiene que envidiar a la Mona Lisa, la gran ausente de un conjunto único. Junto a ellas, vemos bocetos de pezuñas de animal o de las manos de Cecilia: son algunos de los 33 dibujos de Leonardo en la colección Real británica, nunca antes mostrados.
El recorrido se inicia con las obras que documentan su llegada a Milán, aún deudoras de las enseñanzas de su maestro Verrocchio. Su voz propia emerge ya en El músico (1486-87), el retrato de Atalante Migliorotti, que ilustra el poder de la pintura para representar la belleza de la música.
Con las dos versiones de La Virgen de las rocas conocemos tanto la evolución de la técnica de Leonardo como sus problemas económicos: la Confraternidad de la Inmaculada Concepción tardó 25 años en pagarle los honorarios, motivo por el que vendió la primera (hoy en el Louvre, compuesta en 1483) y realizó la segunda de 1499, más libre.
Del Vaticano llega el inacabado San Jerónimo Penitente, un soberbio estudio anatómico de 1480. Y del Hermitage, la luminosa Madonna Litta (1491-95), su reelaboración del tema popular de la Virgen dando de mamar al Niño.
Un delicioso Salvador Adolescente, pintado hacia 1491, procede del museo español Lázaro Galdiano, donde es la joya más querida en un país que no posee ningún Leonardo. Este retrato de Jesús discutiendo con los doctores del templo de Jerusalén a los 12 años se considera copia de un original perdido de Leonardo y su autoría se atribuye a su discípulo Marco d' Oggiono.
Una antológica como ésta no estaría completa sin una nueva atribución, la que aporta Salvador del Mundo (1499). Se sabía que Da Vinci había pintado esta iconografía en la que Cristo sostiene un globo terrestre de cuarzo pero ha sido la restauración la que ha revelado sus métodos creativos, sobre todo en las manos, lo mejor preservado, pues el rostro está muy dañado.
Sin olvidar el complejo dibujo La Virgen con el Niño, Santa Ana y San Juan Bautista, el recorrido culmina con una aproximación a su obra milanesa más ambiciosa, La última cena, que se conserva en el convento de Santa María de la Gracia. Una copia a escala natural y casi contemporánea de su discípulo Giampietrino, que se conserva en la Royal Academy of Art londinense, acompaña a los dibujos preparatorios de Leonardo, una sobrecogedora colección de cabezas masculinas que expresan la emoción y el carácter de esos apóstoles cuya belleza ideal contrasta con el avieso y grotesco rostro de Judas.
diariodesevilla.es
Comentarios