Lin Liguo, alías Tigre, era hijo de Lin Biao, segundo de a bordo en la China comunista. Un niño mimado de la nomenklatura de Pekín, con acceso a publicaciones y discos extranjeros ¡en plena Revolución Cultural! Hasta se libró del incordio de militar en los Guardias Rojos, una pérdida de tiempo habiendo tantas chicas sueltas.
Mamá le buscaba novias a su altura. Papá le colocó en la cúpula de las Fuerzas Aéreas. Dinámico, Tigre formó pandilla y todos juntos lanzaron una mirada crítica a su alrededor. Tras 22 años de maoísmo, este fue su retrato de China: "Los altos cargos sienten ira, pero no se atreven a hablar. Los campesinos carecen de comida y ropa. La juventud educada ha sido enviada al campo, para trabajos forzados. Los Guardias Rojos, engañados, fueron usados como carne de cañón y ahora son cabeza de turco. Los sueldos de los obreros están congelados, en una explotación disimulada".
Y decidieron actuar, escudándose en el prestigio del padre. Pero Lin Biao era una sombra del gran manipulador de otros tiempos. Había desarrollado fobias al agua, a las brisas. Pasó temporadas de adicción al opio y la morfina. Además, estaba lastrado por su esposa, enamoradiza y liante. En una reunión del Politburó, en 1966, debió defender su honor, explicitando que ella había sido virgen antes del matrimonio y que él era el progenitor de sus hijos.
Tigre y sus compañeros estudiaron formas para matar a Mao, "el mayor tirano feudal que ha conocido China". Resultó tarea compleja: el Gran Timonel era paranoico, se rodeaba de una guardia aguerrida y se movía en un tren blindado. Aquí el relato se pone novelesco. Dodo, la hermana de Tigre, odiaba a su madre y manifestaba lealtad por Mao.
Bien pudo ser ella quien delató a los conspiradores o simplemente Mao se adelantó. Perseguidos de cerca, Tigre, sus padres y varios cómplices huyeron hacia un aeropuerto militar. Despegaron en el Trident de Lin Biao, que no había terminado de repostar. Pusieron rumbo a la URSS pero, dos horas después, el avión se estrelló en Mongolia y quedaron carbonizados.
Así concluyó el intento de golpe de Estado del rockero Tigre. Al menos, según la versión oficial: hay demasiados misterios en toda la trama. Centenares de altos oficiales fueron purgados, aunque sus desdichas parecen una gota de agua en el océano de sufrimiento desatado por Mao: en los escasos cinco años del Gran Salto Adelante, murieron —víctimas del hambre y la violencia— unos 45 millones de personas.
Con su épica conquista de China, el maoísmo tuvo gran gancho en Asia; surgieron discípulos tan aventajados como los jemeres rojos camboyanos, que batieron cualquier récord en eliminación de sus compatriotas. Lo extraordinario es que alcanzó cierto eco en Europa, donde incluso fue tendencia en el mundo pop. Se imitaba a los ilustradores chinos o se tomaban imágenes originales. Hasta ese cazador de curiosidades llamado Brian Eno se inspiró en una ópera revolucionaria para bautizar su Taking tiger mountain by strategy. De hecho, sigue siendo tendencia, si hemos de fiarnos de una reciente portada (de DVD) de los Rolling Stones.
Al menos, hubo quien bromeó sobre tal moda: Nino Ferrer lanzó Mao et moa en 1969. Supongo que el tema estará en esos índices de canciones prohibidas en la República Popular sobre los que tenemos noticias regularmente. Nos explican que Hu Jintao, actual cabeza máxima del régimen, anda ahora muy preocupado por la invasión musical de Occidente. Llama a una guerra cultural y, de paso, busca evitar que surja un nuevo Tigre con ideas locas.
El País
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