Los versos de Jenaro Talens (Tarifa, 1946) han evolucionado, a lo largo de una trayectoria compleja y siempre ambiciosa, hacia un territorio en el que se entrelazan la depuración formal, el despojamiento de cualquier vestigio experimental, con un ahondamiento cada vez más acendrado y obsesivo en la condición humana. Una frase de Gorki, entresacada del texto que antecede a Un cielo avaro de esplendor, su último libro, nos habla del lugar al que, en ese proceso de ahondamiento, Talens parece aproximarse: "La noche pasada estuve en el territorio de las sombras. Si supiesen lo extraño que es sentirse en él". Los poemas de este libro discurren por un espacio fronterizo a esa noche. Talens canta a la vida, sí, intenta extraer de ella su materia más útil y grata y reflexionar, a la vez, sobre su sentido (o sobre su dimensión absurda). Pero lo hace no con la voz deslumbrada por la luz, no con la palabra que dibuja la felicidad, sino con una voz teñida por la melancolía, hecha de certezas y de presencias, que dibuja la vida, con su esencia contradictoria, en una lenta deriva hacia el mar de la muerte: "El simulacro de mi voz, la muerte previsible con que el fluir del tiempo me acompaña". También con la voz del nuevo conocimiento que aporta el poema. Un cielo avaro de esplendor es un libro denso en el que se dibuja una biografía fragmentaria construida a través de instantes vividos, casi siempre en soledad por cierto, y de paisajes (de Bastions o Cologny a la estación de Atocha en 1963) y pasajes de la memoria. En unos y en otros hay un trasfondo en claroscuro, hay sombra y hay luz, pero siempre, en una esquina más o menos visible, asoma la muerte. No como una amenaza, sino como una experiencia inevitable y, casi, necesaria. Esa presencia, oblicua las más de las veces, se hace, sin embargo, absoluta en dos intensas composiciones: 'Perpetuum mobile', de un lado, y 'Tierra para nada', el largo poema que constituye el tercer apartado del libro, de otro. El primero es una evocación de los instantes posteriores a la muerte de Yelstin, el perro que ha acompañado al poeta durante años; el segundo, una reflexión existencial ante el padre que vive sus momentos finales en la que despunta una mirada descreída (laica) sobre la existencia del hombre, la visión de ese instante como una fase más del proceso que transforma la materia y, a la vez, como un nuevo nivel de conciencia en los seres que lo acompañaron o que le sucederán. "No hay desesperación que no termine / por disolverse en los derrumbaderos / del transcurrir, sin estridencias, / como las lágrimas que se confunden / entre las gotas de la lluvia". Jenaro Talens muestra en esta entrega su plena madurez, casi su plenitud creadora. Y nos ratifica en la idea de que desde hace tiempo viene ocupando un lugar de primer orden entre los poetas que iniciaron su trayectoria en los años sesenta del pasado siglo, en la llamada generación del 68.
El País
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