Paladín de la literatura experimental y, hasta ahora, autor de culto, el escritor francés ha vendido casi un millón de ejemplares en Francia con su novela ‘La anomalía’, último premio Goncourt
Hervé Le Tellier, escritor con una carrera prolífica y anónima a sus espaldas, vive inmerso desde hace unos meses en la anomalía, una situación desconcertante que perfectamente podría haber salido de su fecunda imaginación.
La anomalía describe su estado actual y es el título de una novela trepidante como una serie de acción y, a la vez, repleta de referencias literarias que, a los 63 años, le ha lanzado a la fama. Con ella ganó en otoño el Premio Goncourt, el más prestigioso de las letras francesas. Ha vendido en francés casi un millón de ejemplares, cifra insólita para un autor que hace unos meses era desconocido más allá de los cenáculos literarios. Seix Barral la publica en castellano y Edicions 62 en catalán.
“Hacía tiempo que no me divertía tanto escribiendo”, confiesa en el salón de su apartamento en el barrio parisiense de Montmartre. “El éxito me sorprende y me alegra”.
Le Tellier saca el móvil y muestra una foto de la tripulación real de un vuelo de Air France 006 París-Nueva York exhibiendo todos el ejemplar de La anomalía en la editorial Gallimard. Es el mismo vuelo que, en la ficción, constituye el núcleo de una trama descabellada. En plena tormenta, y por motivos inexplicados, el avión se desdobla y aterriza dos veces en Nueva York. La primera, el 10 de marzo de 2021; la segunda, tres meses después, el 24 de junio. Los tripulantes y pasajeros son los mismos, pero cada uno en doble: el que aterrizó en marzo y el que aterrizó en junio. Y ambos acaban encontrándose.
“Es una novela que, en un momento en que estamos confinados. Tiene muchos personajes en un momento en que no podemos vernos con mucha gente”
¿La clave del éxito? “Es una novela que, en un momento en que estamos confinados, hace viajar”, responde. “Y tiene muchos personajes en un momento en que no podemos vernos con mucha gente. Es una novela de evasión y de distracción, en el sentido etimológico: te empuja hacia fuera”.
La anomalía, ¿una metáfora de la otra anomalía que es la pandemia y los confinamientos? “Sí, puede leerse así ahora, pero no era buscado”, precisa. “Lo acabé de escribir en diciembre de 2019, no se hablaba del coronavirus entonces”.
Le Tellier pretendía conjugar la alta literatura con la cultura popular, “un libro que te hiciese pasar las páginas sin cesar”, describe usando el término inglés page-turner para las narraciones que atrapan al lector en la primera línea y no lo sueltan hasta el final. Para ello, usa técnicas del folletín del siglo XIX o de las series de televisión. Una de estas técnicas es el cliffhanger, la escena al final del capítulo en la que el héroe queda colgado de un acantilado —o en una situación incierta— y el público se queda con la incógnita de si caerá o no.
Lo que le gusta a Le Tellier es un tipo de literatura construida sobre las ficciones más que sobre la vida. O, si se basa en la vida, con la membrana literaria entre ambas. Y eso que algunos episodios de su vida darían para varias novelas y, de hecho, los ha abordado de forma más o menos velada en obras anteriores. A los 17 años, simuló durante meses ante sus padres que asistía a diario a las clases preparatorias para acceder a los estudios superiores de matemáticas. En realidad se pasaba el día paseando por París. Le acabaron pillando. A los 20, su novia se suicidó embarazada de cuatro meses. Él tardó décadas en procesarlo.
“No soy capaz de hacer autoficción, me parece indecente y me parece muy francés”, dice. “Prefiero hacer ficciones y, aunque a veces cuente historias próximas de lo que he vivido, las escondo, las enmascaro”.
Todo en La anomalía —la estructura, los personajes, los 106 días en los que se desarrolla la acción, el número de capítulos— está calculado al milímetro, como una fórmula matemática. No es casualidad que Le Tellier sea el presidente del Oulipo, el legendario taller de literatura experimental que contó entre sus miembros ilustres a Georges Perec e Italo Calvino. La especialidad del Oulipo es la contrainte, la traba o la restricción: no hay literatura sin límites. Perec, por ejemplo, escribió toda una novela sin la letra e. Esa era su contrainte.
En La anomalía hay tres contraintes o restricciones autoimpuestas. La primera, dice Le Tellier, es una estructura en forma de “trenza con hilos de colores, y cada hilo se corresponde a un personaje”. “La segunda restricción”, continúa, “es que cada personaje se asocia a un estilo”. Las peripecias de un matón a sueldo se narran en estilo policiaco, y el relato de los coqueteos de dos universitarios parodia lo que hace un tiempo se llamó chick lit o novela romántica comercial para mujeres. La tercera restricción consistió en forzarse a sí mismo a comenzar varios capítulos con citas trastocadas de otras novelas, como Ana Karenina, de Tolstói; La promesa del alba, de Romain Gary, o Aurélien, de Louis Aragon.
Todo parece un juego en La anomalía, un divertimento de literato virtuoso, pero la novela se acaba transformando en una reflexión metafísica.
“El juego es algo muy serio”, defiende Le Tellier. “No es solo divertirse en el patio del colegio. Lo lúdico aboca a plantearse una cuestiones esenciales y existenciales. ¿Cómo reaccionaríamos si nos encontrásemos con nosotros mismos? ¿Qué demuestra que existimos?”.
Si el Hervé Le Tellier de agosto de 2020 aterrizase en el futuro como los personajes de La anomalía, en abril de 2021, y se encontrase con otro Hervé Le Tellier idéntico a él, como les sucede a sus personajes, ¿qué ocurriría?, ¿qué diría aquel autor de culto al actual superventas? “Mi yo de agosto, viéndome ahora, estaría desconcertado”, responde.
“Un día los ordenadores reproducirán el cerebro de un humano. Y otro día, el de mil millones de humanos, es una cuestión de potencia”
Una explicación en La anomalía para el desdoblamiento del vuelo AF-006 y de quienes viajan en él es que nuestra realidad podría ser una simulación generada por ordenador desde una civilización hiperinteligente e hiperdesarrollada en el futuro.
“¿Piensa usted que estemos todos en una simulación?”, le pregunto, retomando la pregunta exacta de un periodista al escritor Victor Miesel, alter ego del autor.
“Yo pienso que no. Pero lo he preguntado a muchos científicos y dicen que no lo saben”, responde. “Los ordenadores, un día u otro, reproducirán el cerebro de un humano, es una cuestión de potencia”, prosigue citando la hipótesis del filósofo Nick Bostrom. “Y por este motivo algún día llegarán a reproducir el cerebro de mil millones de humanos. No es tan difícil reproducir el mundo a nuestro alrededor. Si todo es una simulación, la idea me parece graciosa y vertiginosa”.
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