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“Les debo esta libertad y este desarrollo de la imaginación sin límites”

Pregunta: ¿Qué opina del boom latinoamericano y cuál fue su primer acercamiento a él o con qué autor o libro?

Respuesta. Recuerdo haber escuchado con pasión, cuando todavía estaba en el liceo francés de Tánger, a Alejo Carpentier hablarnos del barroco en la literatura. Era un hombre muy elegante, alto y bueno. Descubría la literatura cubana (en el exilio). Algún tiempo después de esta visita que me marcó, mi amigo Emilio Sanz, historiador de cine, que pasaba mucho tiempo en Tánger, me regaló Cien años de soledad, de García Márquez, traducido al francés y publicado por Éditions du Seuil. Me sumergí enseguida en él, pero no conseguía engancharme. Algo en ese universo me impedía entrar en esa novela diferente de lo que acostumbraba a leer. La leería más tarde, después de descubrir la obra extraordinaria del escritor mexicano Juan Rulfo. Gracias a Pedro Páramo entré en el maravilloso bosque de la literatura latinoamericana. Averigüé que Rulfo había influido en García Márquez, así como en algunos otros escritores de su generación.

Al mismo tiempo, encontraba una familiaridad entre el universo de estos escritores y el de los escritores del mundo árabe. Leía a Carlos Fuentes o a Mario Vargas Llosa como si fueran de mi país.

P. ¿Cuál cree que es la principal aportación a la literatura?

Respuesta. Este auge de la literatura latinoamericana ha sido una suerte para la literatura de la segunda mitad del siglo XX. El azar hizo que varios escritores de una misma generación tuviesen talento y mucha imaginación al mismo tiempo. Constituían una pléyade de creadores repartidos por todo el continente latinoamericano. Aunque sus estilos sean diferentes, sus temas se encuentran en casi toda su literatura. Han aportado audacia, barroco, una inquietud maravillosa, un resto de surrealismo y una especie de locura que contrasta con el realismo europeo o con la adecuación a lo real al estilo estadounidense. Esta literatura ha liberado la imaginación; por lo que a mí respecta, estoy seguro de ello: al leer a Onetti, a Borges, a García Márquez, a Neruda y a los demás, mi escritura ha gozado de un permiso para soñar e inventar. Les debo esta libertad y este desarrollo de la imaginación sin límites.

P. ¿Alguna reflexión particular?

Respuesta. Pertenezco a un pueblo en el que el 40% de sus habitantes no saben leer y escribir. Es un drama, una vergüenza. Sé que algunos países de Latinoamérica también viven este drama del analfabetismo. A uno de estos escritores (me parece que era Carlos Fuentes) se le planteó esta pregunta: ¿por qué escribe usted en un continente de analfabetos? Recuerdo perfectamente la respuesta porque es la que yo doy.

La cito de memoria: “Escribo aunque sé que el pueblo no me leerá, y precisamente porque le han impedido aprender a leer tengo que escribir bien, muy bien, y tengo que darle lo mejor, porque un día ese pueblo me leerá, y si no es él, serán sus hijos, y ahí es cuando mi texto tendrá que ser irreprochable...”. Esta es la idea que aprendí y la he expresado a menudo cuando me lo han preguntado: escribes en un país de analfabetos (y luego algunos añaden), y además escribes en un idioma que no es el del pueblo, ¡escribes en el idioma del colonizador!
Los que me han reprochado que escriba en francés en vez de en árabe, me pedían en cierta manera que dejara de escribir, porque saben que no domino lo suficiente el idioma del Corán para expresarme libremente como lo hago en francés. El citar la respuesta de esta literatura latinoamericana me ha ayudado y me ha apoyado para seguir mi camino de escritor, testigo de mi época y testigo vigilante que a veces actúa. No soy un escritor escondido y tranquilo. Intervengo como ciudadano, pero no llegaré hasta el punto de hacer política como Vargas Llosa.

* Tahar Ben Jelloun (Fez, 1944) escritor marroquí en francés. Es autor de La primavera árabe (Alianza)

El País

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