“Yo soy un escritor de la estirpe de los desobedientes. De la línea
que en España viene de Góngora, que le gusta inventar en contra de la
tradición; no soy heredero de la literatura de la posguerra, realista,
naturalista. Me siento más unido a esa tradición latinoamericana de
autores como Lezama, Rulfo, Carpentier… de la tierra donde he vivido
tantos años”.
Son las 61 palabras con las que se autorretrata José Manuel Caballero Bonald,
tres horas después de que el ministro de Educación Cultura y Deporte,
José Ignacio Wert, lo llamara para comunicarle que había sido distinguido con el Premio Miguel de Cervantes 2012.
Era la una y media de la tarde y el poeta andaluz de 86 años (Jerez de
La Frontera, 1926) estaba en su casa de Madrid, precisamente, revisando
un artículo de Cervantes que incluirá en el libro que saldrá en enero
titulado Oficio de lector (Seix Barral), donde reúne sus
reseñas, conferencias y prólogos que revelan sus predilecciones
literarias. Una noticia con doble efecto inmediato: orgullo y la mejoría
de un catarro que arrastra desde hace 10 días.
“Me emociona, y yo soy muy llorón, sobre todo porque es un premio que
recompensa y corona una vida entera dedicada a la literatura. Era mi
turno”, reconoce este poeta, narrador y ensayista que con este premio clausura un año especial porque hace 60 publicó su primer poemario, Las adivinaciones, y hace 50 debutó en la novela con Dos días de septiembre.
Hechos que destacó el académico Darío Villanueva, miembro del jurado en
la lectura del fallo: “Su primera dedicación fue poética y la ha
mantenido viva hasta hoy. No ha guardado la pluma y sigue presente en
nuestro repertorio. Fue evolucionando hacia una novela que nunca
renunció a la poesía de la palabra, es un fabulador de historias y un
maestro en el uso del idioma”.
Pertenece a una estirpe de escritores activos, inquietos y sin miedo
a la exploración de las palabras por su significado y sonido en busca
de borrar las fronteras de los géneros literarios. Uno de los
sobrevivientes de la llamada “generación de los años cincuenta” de la
cual forman parte autores como Juan García Hortelano, Ángel González,
Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente o Claudio Rodríguez.
Literatura, Latinoamérica, influencias, Cervantes y el discurso que
daría y la mirada sobre el presente son los aspectos sobre los que
Caballero Bonald habla, sentado en su mecedora, en una esquina del
salón, con una voz musgosa por el catarro, pero sin perder su habitual
redondez y claridad en la pronunciación.
“Esa generación del cincuenta ha sido valorada de manera intermitente
por los críticos. No ha tenido un enfoque serio. No creo en los grupos,
creo en los nombres propios, y en este caso Barral, Valente, Claudio
Rodríguez o Francisco Brines. Poetas que han dado a la poesía del siglo
XX un giro nuevo. Han aprovechado la enseñanza de los del 27 y han hecho
cosas tan valiosas como ellos”.
Y brota la evocación con la amistad que los unía hasta topar con su propia poesía:
“No tengo mucho que ver con la tradición del realismo de Galdós o
Baroja. Me distancio del sencillismo y escritura de vuelo rasante que es
una copia de la realidad y le falta interpretación. Me siento más cerca
de América Latina: mi padre era cubano, viví en Colombia, recorrí el
continente, allí hice mis primeros amigos literarios y descubrí a esos
autores que no temen explorar. Todo gran escritor es un gran
desobediente”.
Mientras sus palabras siguen creando su autorretrato personal y
literario, los teléfonos no dejan de sonar, incluido el timbre, pero ahí
está Pepa Ramis, su esposa, despejando la vorágine, y a quien dedica el
premio; para luego hablar de sus primeras pasiones:
“Los latinos. Desde que era joven leía a Horacio, a Virgilio… Cuando
traducía latín me resultaba placentero e inigualable. Quizá haya restos
de todo eso en mi poesía. ¡Yo soy sobre todo poeta y memorialista! En
cambio, soy novelista de producción discreta. La novela me ha interesado
a ráfagas. De mi obra novelística solo salvo Ágata ojo de gato porque tiene mucho de mi poesía y búsquedas. Las otras son ejercicios literarios discretos”.
No así Entreguerras (Seix Barral), su libro de enero pasado,
una suerte de autobiografía de casi 3.000 versos que transmiten el
ritmo del flujo torrencial de los recuerdos y la memoria. Ha anunciado
que es lo último:
“No me queda tiempo para plantearme un libro a largo plazo. Pero no
podré escapar de dos palabras que busquen juntarse para crear un verso.
Las depositaré en la memoria y no podré resistirme a no escribir un
poema”.
Hasta que hace una confesión sobre el Premio Cervantes y el discurso que dictará el 23 de abril:
“Es un premio en el que uno piensa intermitentemente. Todos los
escritores lo hacen. Y yo tengo por ahí un texto sobre Sevilla y
Cervantes, donde sus pasos por aquella gran Babilonia del XVI y XVII. La
poesía de Cervantes ha sido mal entendida y menospreciada. Con Cernuda
pensábamos que era un gran poeta. Alguien que escribió El Quijote es un buen poeta”.
Las palabras de Caballero Bonald deambulan por los territorios
cervantinos hasta retornar al de sus deudas literarias a través de lo
que ha estudiado y sido en sus 86 años:
“¿Náutica? Se hacen ejercicios de cálculo de navegación. Y yo tengo
una secreta vocación por las matemáticas. Eso era lo que hubiera querido
ser. La poesía es música y matemáticas. Para eso me ha servido, para
aplicar cierto rigor en la estructura poética. En cambio, la astronomía
no me ha servido para nada. Menos aún Filosofía y Letras porque la
facultad donde estudié era inservible. Lo mío es la vida contemplativa.
Es mi vocación. Me gusta ver pasar la vida debajo de un árbol…”.
En ese mirar la vida, su descripción del presente en España es como
uno de sus últimos versos: “Me produce zozobra creciente. Estamos en un
camino tenebroso. No se sabe qué ocurrirá mañana que no haya pasado ya.
Son los umbrales de la catástrofe”.
El País
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