Más afuera, ensayo híbrido que da nombre a la
última colección de textos de no ficción de Jonathan Franzen (Chicago,
1959), bien podría contemplarse como el alumbramiento (o cuando menos,
una de las cumbres) de un nuevo género. Mezcla de relato, escrito
autobiográfico y reportaje de viajes, trata sobre la excursión del autor
estadounidense a una isla volcánica del Pacífico Sur a “800 kilómetros
de la franja costera central de Chile”, llamada Alejando Selkirk. Hasta
hace no tanto se la conocía como Masafuera, topónimo aún preferido por
sus escasos habitantes, pues ofrece una buena idea de su radical
aislamiento. El escritor buscaba ir “muy lejos” para escapar del estado
mental inducido por la frenética promoción de su influyente novela Libertad y del nervioso consumo de café, copas, tabaco, información basura y correos electrónicos derivado de esta.
Karen, viuda de su amigo David Foster Wallace, escritor que se ahorcó
en 2008, le pidió que esparciera por aquel confín parte de las cenizas
del autor de La broma infinita, obra maestra de la
perplejidad moderna. Además de los restos del difunto y de todo lo
necesario para el avistamiento de pájaros, gran pasión de Franzen, el
novelista cargó con un ejemplar de Robinson Crusoe;
después de todo, Selkirk era un marinero escocés “cuya vida solitaria en
el archipiélago sirvió de inspiración a Daniel Defoe” para escribir su
obra maestra. Publicado en The New Yorker en 2011, y traducido
al español por Isabel Ferrer, el texto es un espléndido tratado sobre,
entre otras cosas, la soledad, la ¿irreversible? incompatibilidad del
hombre contemporáneo con la naturaleza, el nacimiento de la novela y su
sentido hoy día, la vida y obra inexpugnables de Wallace, el
aburrimiento y la posibilidad de la isla como metáfora de todo ello.
“Dejémoslo en que forma parte de un subgénero”, rogó con modestia
esta semana Franzen en su agradable apartamento con vistas a la parte
alta de Manhattan, durante una entrevista que se celebró mientras la
noche cerrada caía sobre las luces de la ciudad. “En realidad fue una
defensa. Cuando decidí escribir sobre David y lo mucho que me había
contrariado su suicidio entendí que debía introducir otros elementos
para protegerme. Me molestó que su desaparición fuera vista como la de
un Kurt Cobain de la literatura. Sé que ese sentimiento de traición es
común a las personas cercanas a un suicida. Pero es que con él
desapareció mi gran amigo y mi gran competidor. Es como si me hubiese
dejado solo, sin contrincante en la pista de tenis”.
Ambos se conocieron a finales de los ochenta, cuando aspiraban a
cambiar la faz de la narrativa estadounidense. Wallace lo logró por la
vía de la experimentación y el tormento. Franzen siempre jugó en el
equipo del realismo (“histérico”, lo definió el crítico James Wood). En
su marcador figuran tres novelas, unas memorias fragmentadas y un
fenómeno cultural terminado tras aquel suicidio y llamado Libertad (Salamandra), un novelón de los de antes sobre asuntos de los de ahora. El libro se convirtió en un best seller mundial, colocó por primera vez en una década a un escritor en la portada de la revista Time
e introdujo en la conversación colectiva cuestiones como la capacidad
(o incapacidad) de un texto literario, lento y reflexivo por definición,
para hablar de los problemas de la vertiginosa sociedad de la
información.
Franzen posee también una poderosa y original voz de ensayista: Más afuera (Salamandra) es su segunda colección de textos de no ficción tras Cómo estar solo (Seix Barral, 2003). Si entonces el análisis Por qué molestarse, sobre la pérdida de influencia de la novela, eclipsó el resto del libro, Más afuera
corre el mismo riesgo de sucumbir ante la fuerza de la pieza sobre las
cenizas del amigo en la remota isla. Pese a ello, abundan los pasajes
brillantes sobre algunos de los temas fetiche del escritor: su infancia
en el Medio Oeste, la intimidad, el asedio de la tecnología a la esencia
de la condición humana, la crítica literaria como rescate de autores
olvidados (y casi siempre femeninos) o esa obsesión suya por la
conservación de las aves, compartida por un par de personajes de Libertad.
“Siempre pienso que algún día me hartaré de buscar pájaros, pero no
acaba de llegar ese momento”, explica Franzen. “Lo más terrible de ser
novelista en un mundo de veloces cambios es que no se puede reaccionar
en la ficción a lo que pasa cada día, aunque aún creo que la novela como
forma artística es insuperable para explicar lo que sucede en nuestro
fuero interno. La no ficción se parece al avistamiento de pájaros: si
esperas lo suficiente, entonces aparece la historia”.
Su pasión por las aves se cuela también por los amplios ventanales
del apartamento de Manhattan; a través de ellos ha reconocido “41
especies”. El autor reparte su tiempo y el de su novia, la también
escritora Kathryn Chetkovich, autora de un implacable ensayo sobre la
convivencia creativa titulado Envidia, entre Santa Cruz, cerca
de San Francisco (“El caso es que me lie con una californiana”, se
excusa medio en broma) y Nueva York, ciudad que estos días solo habla de
las consecuencias del huracán Sandy (“En esta parte de la ciudad no se
notó apenas”) y del alivio por la reelección de Obama (“Me devolvió el
optimismo”).
Cuenta su leyenda que en la otra costa, en una habitación con las
ventanas tapadas para evitar distracciones, fue donde escribió gran
parte de Libertad. Sin teléfono, Internet u otras víctimas de algunas de las críticas más mordaces de Más afuera.
Es bien conocida la resistencia de Franzen a los avances tecnológicos.
¿Tanto le molesta el progreso? “Teniendo en cuenta ese universo de
enlaces de Twitter, herramienta sobrevalorada, que apuntan a textos que
nadie ha leído ni piensa leer y fotos de gente desayunando y
comunicándolo en 140 caracteres; teniendo en cuenta el océano de
información defectuosa; considerando plagados de errores los artículos
de la Wikipedia y que la crítica de los productos culturales ha muerto a
manos de las reseñas de los consumidores, de las cuales un tercio o más
son inventadas, me resulta imposible no colocarme en el coro de los
críticos de Internet y de las redes sociales por su trivialidad,
inexactitud y su estúpida retórica del progreso que acabará por hacer de
este mundo un lugar maravilloso”.
El escritor ha trabajado desde la publicación de Libertad en la adaptación fracasada a la televisión por cable (HBO) de su obra previa, Las correcciones,
historia de una familia en declive que le puso sobre el mapa narrativo a
principios de siglo y que acaba de ser reeditada en español. “Me sentí
aliviado cuando se canceló el proyecto, creo que el episodio piloto era
realmente malo”.
También ha comenzado una novela. Se niega a compartir información
sobre ella, pero se muestra generoso con sus ideas sobre la revolución
narrativa de las series (“Proporciona placeres pasados de moda asociados
tradicionalmente con la ficción social; creo en las series como un
subgénero de la novela”) y las explicaciones a por qué siempre andamos
empeñados en matar la ficción de largo aliento. “La novela nació con el
concepto de la individualidad liberal, o burguesa, si quiere ser
tendencioso. Sobrevivirá mientras haya individuos. Su sentido es el
mismo de la vida. Creo que la gente lee novelas contra la falta de
sentido”.
Si con las suyas, Franzen aspira sin modestia a dotar a sus lectores
de armas para la comprensión, en su obra de no ficción (discursos para
el aprendiz de escritor, encargos periodísticos o responsos funerarios)
parece perseguir la quimera de contarse a sí mismo. Para ser una persona
celosa de su privacidad y preocupada por la sobreexposición personal, Más afuera resulta revelador sobre su vida y sus rutinas de escritor. “Me decidí a mostrarme tras publicar Las correcciones,
libro que me hizo relativamente famoso para ser un autor literario. La
experiencia de comprobar que la gente creía que me conocía sin conocerme
resultó exasperante y desorientadora. Dado que eso iba a suceder de
cualquier manera, preferí controlarlo. Mi vida personal es muy
complicada y fluida. Es como colocar un foco para que los demás miren en
una dirección y no en las demás. Echad un vistazo aquí y así no os
tengo que enseñar el resto”, explicó al final de la entrevista, antes de
retirar la luz y regresar a las complejas tinieblas de la existencia.
El País
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