Reproducirnos así mismo una reflexión en torno a este libro,
es de por sí, instaurar un total concierto con el escritor,
donde ambiciona de manera avispada hacer un desarme histórico del
ídolo del psicoanálisis. Podríamos decir, como en una ocasión sostuvo
un crítico del mismo libro, que dicho texto se trasporta a tres características
fundamentales: Desmitificación de un intocable y su doctrina, la calidad
crítica y académica de los argumentos de Onfray y el formato editorial
propio de un best-seller de aeropuerto, independientemente de la orientación
académica del mismo.
El texto está bien
logrado. Cabe destacar, que siendo un lector de otros textos de Onfray,
este texto va, como bien apuntaba, orientado al acadecismo, donde teje
de manera sagaz la percepción a-critica del psicoanalista, empleando
todos los recursos de tercero, a pesar del oscurantismo, que a toda
costa Freud nos dejara, independientemente de sus textos, pues
una breve lectura de los primeros capítulos nos daremos cuenta que
Onfray revela el mundo psicológico-familiar de Freud, donde el des-concierto
de su padre lo hizo ver como todo un fantasma al cual quería acabar.
“En primer lugar,
Onfray justifica la obra de Freud como lo que sin duda ha sido y es:
la obra de un impostor, de un sofista, de un fingidor. Freud es, sin
duda, el mejor novelista del siglo XX. Es algo que he repetido en numerosas
ocasiones. Su obra es la obra de una persona que presenta como universales
sus propios prejuicios y psicomaquias, pero atribuyéndolos siempre
a los demás, desde Edipo hasta Gustav Mahler. Freud no explica “el
mundo”, sino que se explica a sí mismo, subrepticiamente”.
Onfray una vez más
entrega todo su esfuerzo y dominio, dando un obra bien pensada, que
en su justa dimensión establece una crítica rica en construcciones históricas
y donde revela que el tal no era un tal, sino un equilibrio de sus propias
percepciones, provocando en el texto las falacias y que de algún modo
quiso imponer a sus seguidores, sobre todo en aquellos momentos donde
el yoismo intelectual de Freud era enceguecido por sus retoricas.
Os dejo es sus manos.
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