Ernesto Sabato vivió 66 de sus 99 años en una casa de Santos Lugares, en la periferia de clase media de Buenos Aires. Pese a su inclinación al aislamiento, su hogar fue lugar de encuentro de escritores y pintores, como él; de músicos, algunos con los que compuso letras para tangos y canciones folclóricas; periodistas, políticos, lectores y vecinos. En los últimos años de su vida, que acabó en 2011, tras la muerte de su esposa y de uno de sus dos hijos, Sabato se fue dejando estar y la vivienda, construida en 1927, también entró en decadencia. Incluso después de su fallecimiento, su otro hijo, el cineasta Mario, y su nieta Luciana, arquitecta, descubrieron que la habitación donde escribía el autor de El túnel y Sobre héroes y tumbas y donde durmió sus últimas noches estaba a punto de derrumbarse.
El consagrado autor argentino, uno de los mejores de habla hispana en el prolífico siglo XX, deseaba que, después de morir, su casa se mantuviera “abierta a la comunidad”, cuenta Mario. Así es que este director de varias películas de Los Parchís -las hizo con pseudónimo durante la última dictadura militar de su país (1976-1983) para seguir viviendo de su oficio- y sobre la vida y obra de su padre -Ernesto Sábato, mi padre y El poder de las tinieblas- se puso a montar un museo en la casa. Primero debía restaurarla. El jardín parecía una jungla y todos los rincones del inmueble estaban deteriorados. Por eso comenzó a gestionar hace dos años una subvención de la provincia de Buenos Aires, que finalmente la desembolsó a principios de 2013. Entonces comenzó la obra, a cargo de Luciana Sabato, y ya se ha ejecutado todo el dinero. Los fondos han alcanzado para el 70% de las necesidades de refacción, por lo que Mario Sabato ha comenzado a difundir por los medios de comunicación locales que el proyecto necesita de donantes particulares. Aparecieron varios, pero aún falta.
Mario y Luciana Sabato esperan que si llega el dinero suficiente la obra podrá terminarse este mismo año. Y en marzo próximo abrirá el museo. El hijo sobreviviente de quien presidiera la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, que creó la democracia argentina en 1983 para revisar los siete años anteriores de dictadura militar, aclara que la palabra museo no le gusta: “Parece solemne y esto no lo es. Será un museo vivo”. En el estudio donde se encuentra la biblioteca con parte de los 6.500 libros de Sabato, en la habitación del escritorio donde murió o en el taller donde comenzó a pintar en los 80, habrá pantallas en las que el propio genio explicará cada uno de esos rincones. Son filmaciones hechas por su hijo. “En esas imágenes aparece un Sabato entretenido, ameno, no trágico”, cuenta Mario, que reconoce que aún no ha definido otras actividades además de las visitas guiadas por las nietas del escritor. Ya ha recibido varias propuestas de museólogos para organizar el espacio y el cineasta está dispuesto a evaluarlas una vez que se abra en marzo.
No por iniciativa del escritor sino por la de su esposa, Matilde Kusminsky Richter , la casa solía ser centro de reuniones muy animadas. Por allí desfilaban escritores y consagrados, como Abelardo Castillo y Vicente Battista, músicos como Los Fabulosos Cadillacs, Mercedes Sosa, Jaime Dávalos, Eduardo Falú o Cuchi Leguizamón, pintores como Juan Carlos Castagnino y Antonio Berni, cineastas como José Martínez Suárez yLeopoldo Torre Nilsson, el príncipe Felipe o presidentes argentinos comoArturo Frondizi (1958-1962), Raúl Alfonsín (1983-1989), Fernando de la Rúa (1999-2001), Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández. Pero los días más especiales de la casa eran los 26 de junio, cuando Sábato celebraba su cumpleaños abriendo las puertas a quien quisiera entrar. Desconocidos y famosos se acercaban a Santos Lugares, a 15 kilómetros del centro porteño.
Pero la casa también tiene sus rincones oscuros, como el sótano. Allí Sabato y su esposa hicieron sesiones de espiritismo, sin que ningún fantasma apareciera. También allí durmieron algunas noches del último régimen militar porque, a pesar de recibir críticas sobre supuesta complacencia con el dictador Rafael Videla, Sabato recibía amenazas por “comunista” y entonces se resguardaba bajo tierra por temor a que un comando irrumpiera, según cuenta su hijo.
El Pais
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