Camus fue uno de los hombres más libres que han pisado la tierra.
Enemigo visceral de cualquier forma totalitaria, militó activamente
contra el franquismo y el nazismo, denunció el expansionismo soviético
cuando sus antiguos compañeros seguían venerando a Stalin, y fue el
único intelectual europeo que alzó la voz contra la bomba atómica (a los
dos días de la masacre de Hiroshima). Fue miembro de la resistencia,
pero eso no le impidió pedir clemencia ante el anuncio de ejecución del
escritor colaboracionista Robert Brasillach, y su rechazo a la violencia
de la OAS y el FLNA durante la guerra de Argelia le valió amenazas de
muerte por ambos bandos. Esa altura moral permea su obra narrativa y
ensayística y, naturalmente, su teatro, cuatro piezas en apenas seis
años, aunque su pasión por la escena se extiende a las abundantes
traducciones y adaptaciones que llevó a cabo en la década de los
cincuenta, entre las que cabe destacar La devoción de la cruz (1953), de Calderón, Réquiem por una monja (1956), de Faulkner, El caballero de Olmedo (1957), de Lope, y Los poseídos (1959), de Dostoievski.
El malentendido (1944), tragedia seca, de
gran estilo pero sin prosopopeya, anticipa a Genet y Koltès, con ecos
del Lorca más conciso y fulminante. Con estructura de túnel, como Macbeth,
su atmósfera retrata una Europa sin esperanza. Es inolvidable la gran
escena de la madre antes de suicidarse, cuando el dolor por la muerte de
su hijo la hace revivir por un instante: “Bastaba el dolor para
transformarlo todo. Vivo de nuevo, en el momento en que ya no puedo
soportar la vida”. La obra acaba con un “No” brutal, categórico como un
cielo negro. Durante su escritura, en plena ocupación, Camus trabajaba
para el “Sí” desde Combat, la publicación clandestina de la
resistencia: la revuelta como superación del absurdo existencialista. Y
comenzaba, por cierto, su gran historia de amor con María Casares. Al
año siguiente estrena Calígula, que hubiera podido formar parte de la Historia universal de la infamia
de Borges: el dictador febril que eleva su tiranía a la enésima
potencia para generar revuelta y, en última instancia, morir por ella.
De nuevo, claridad y fulgor, un fulgor que roza la incandescencia.
En 1948 llega Estado de sitio, una parábola
antifranquista, ambientada en Cádiz, homenaje a aquella España que
tanto amó. Es su pieza más ambiciosa (y la que más quiso), pero su
insólita mezcla de tonos y géneros, entre la farsa y el auto
sacramental, le valió el rechazo de público y crítica.
Escribe luego Los justos (1949), su última
entrega dramática, en el epicentro de su distanciamiento con Sartre, que
poco antes había abordado el tema de la violencia política en Las manos sucias.
Sartre sitúa su drama en el seno del partido comunista (en un país
imaginario) y Camus en una célula revolucionaria en la época zarista. La
distancia entre el fin y los medios es común en los dos textos, y
también lo fue la recepción de ambos, zarandeados por la derecha y la
izquierda de su tiempo.
Con la obvia excepción de Estado de sitio, las obras
teatrales de Camus se estrenaron en España en pleno franquismo, no sin
problemas y con mucho retraso. Adolfo Marsillach presentó El malentendido
en 1968, en el Poliorama barcelonés, con Gemma Cuervo, Fernando
Guillén, María Luisa Ponte y Alicia Hermida. Desde entonces se ha
montado en repetidas ocasiones, entre las que cabe destacar la versión
de Joan Ollé en el Lliure, en 2006, con Àngels Poch, Jordi Collet,
Cristina Plazas y Marta Marco. Y la recientísima (enero 2013) de Eduardo
Vasco en el Valle-Inclán, con Julieta Serrano, Cayetana Guillén Cuervo,
Ernesto Arias y Lara Grube.
Calígula fue la coronación de José María Rodero, que la
estrenó en 1963, en Mérida, con Susana Mara, Carlos Ballesteros y Sancho
Gracia, y allí volvió a representarla veinte años más tarde. José
Tamayo, su director, también la dirigiría de nuevo con Imanol Arias
(1990) y Luis Merlo (1994). En el TNC catalán la protagonizó Ramon
Madaula en 2004 en un montaje de Ramon Simó.
El TEI (Teatro Experimental Independiente) logró presentar Los justos
en 1973, época políticamente virulenta, en su sede de la madrileña
calle Magallanes, con un reparto encabezado por Paca Ojea, Antonio
Llopis, Begoña Valle y Francisco Vidal, dirigido por José Carlos Plaza.
Estado de sitio, una producción del Centro Andaluz de Teatro
dirigida por José Luis Castro, se estrenó el pasado año en Cádiz, en
los actos de conmemoración de la Constitución de 1812, con un reparto
encabezado por José Pedro Carrión. Y, para cerrar esta selección, no hay
que olvidar las dos magníficas adaptaciones de textos narrativos de
Camus realizadas por Carles Alfaro –La caída (2002) y El extranjero (2013)–, ambas interpretadas por Francesc Orella, secundado en la última por Ferran Carvajal.
El Pais
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