En el libro con el que conquistó el Nadal, Álvaro Pombo reflexiona sobre la responsabilidad del hombre hacia sus seres próximos y advierte de los peligros de la indiferencia.
Adentrarse en un libro de Álvaro Pombo (Santander, 1939) proporciona al lector el placer de enfrentarse a una obra habitada por protagonistas complejos y reflexiones de hondura. Aunque en El temblor del héroe (Destino), la novela con la que ha ganado el último Premio Nadal, el cántabro opta por "una estructura de teatro, en la que se hace más una rápida estampa que una profundización en los personajes", al conjunto no se le puede reprochar la flaqueza de la frivolidad: las páginas desprenden la difícil autenticidad de la vida, y las contradictorias relaciones humanas aquí recogidas no parecen dirigirse a ninguna certeza. "La República de Platón tampoco ofrece conclusiones. Aunque hoy hemos rebajado el nivel: entonces se preguntaban por la justicia o el ideal de ciudad", zanja Pombo.
El narrador sostiene que sería "un error" tomar cualquier ficción "como una representación directa, o un juicio filosófico, acerca de la situación presente, española o global, pero en toda novela hay un análisis del espíritu de un tiempo". Para El temblor del héroe, Pombo ha captado "algo que está en el aire", que "estamos cambiando de paradigma, en un tiempo en el que lo viejo no acaba de irse y lo nuevo no acaba de llegar". El autor de Donde las mujeres asegura hacer "un diagnóstico de la gente de mi edad" a través del personaje de Román, un profesor de filosofía que vive su jubilación y "que se ha arrugado, que ha perdido ese furor heroico que para Giordano Bruno era lo que se necesitaba para alcanzar el conocimiento divino, la verdad". La admiración que Román despertaba en Eugenio y Elena, ahora un matrimonio de traumatólogos, anteriormente alumnos suyos en la Facultad, ha dado paso a una relación extraña, enfriada con los años, en la que Román y Elena se ven a escondidas del tercero en una intimidad de charlas que no contempla el sexo. Este peculiar triángulo se verá afectado por la llegada a la monotonía de Román de Héctor, un joven periodista, "el héroe que tiembla del título", con quien vendrá más tarde Bernardo, un profesor con el que el chaval tuvo una relación cuando era estudiante. La actitud tramposa de este último personaje y los intentos de Héctor por solucionar los embrollos que causa su antiguo mentor provocarán que el relato camine hacia la tragedia.
A través de los encuentros y desencuentros de estos protagonistas, del desencanto con que se observan los viejos conocidos y el extrañamiento y fascinación que ejercen las nuevas amistades, Pombo explora conceptos como los peligros de la indiferencia y la cobardía, o la necesidad de implicarnos en el destino de los seres queridos. En el empeño, el santanderino apunta un sinfín de cuestiones: desde la precariedad en la que viven los jóvenes -"hubo un tiempo en el que muchos eran mileuristas, ahora si lo eres puedes considerarte un potentado", argumentaba ayer-, hasta el desgaste del afecto en las parejas -"nos cansamos de los otros, para durar hay que tener una especie de consistencia que no es propia de hoy. Estamos en el tiempo de los amores líquidos, que decía Bauman: frente a los amores sustanciales de antaño, en que marido y mujer formaban una sola sustancia, ahora tenemos una manera accidental de relacionarnos"-. Bernardo, el inquietante pedófilo, aficionado al patinaje, facilita una metáfora sobre la habilidad que hoy se necesita para sobrevivir. "Quien patina sobre hielo tiene que apoyarse un poco porque si no no se movería, pero no puede apoyarse demasiado porque rompería el hielo", señala antes de concluir que "deslizarse es un arte muy propio de esta época". Para el académico, "ésta es una etapa de equilibrios, no sólo de equilibrios presupuestarios, también espirituales", y "tenemos que acostumbrarnos a la nueva pobreza. Entre los Lehman Brothers y nosotros mismos, con nuestra gestión, hemos dejado de ser nuevos ricos. Ahora tenemos una dignidad muy sevillana: cuando Rilke vino a Sevilla quedó sorprendido con los pobres en el Hospital de la Caridad. Andalucía es un sitio donde se entiende bien ese ejercicio de patinaje, eso de sacar de donde no hay. Este libro va a tener mucho éxito aquí porque habla de cómo apañarse cuando uno no tiene nada", bromea, antes de valorar los resultados de las elecciones autonómicas. "Aquí no se os puede empujar, eso está claro".
El veterano reconoce que Bernardo, el pederasta, es "posiblemente mi personaje más desagradable", pero no le costó abordarlo en la redacción del libro, "salió deprisa". Pombo ve su creación como "un personaje endiablado, no es casualidad que patine por los alrededores del monumento al ángel caído". Expresado ya el (evidente) rechazo por la persona y su delito, el escritor aclara que había que ser sutil en su trazo, porque "la seducción no es que alguien se tire sobre esa persona y se la coma viva, no hablamos de una violación". La obra plasma "algo que suele ocurrir en estas historias", el vínculo que permanece entre la víctima y su corruptor. "Héctor, que procede de una familia desarticulada, pensará que Bernardo le quiere", explica su autor sobre un libro que le ha salido "amargo, triste, aunque yo no lo sea": Pombo, subyugado con los claroscuros de lo humano, quería mostrar en esta narración "la fragilidad trágica con la que hoy convivimos".
diariodesevillas.es
Adentrarse en un libro de Álvaro Pombo (Santander, 1939) proporciona al lector el placer de enfrentarse a una obra habitada por protagonistas complejos y reflexiones de hondura. Aunque en El temblor del héroe (Destino), la novela con la que ha ganado el último Premio Nadal, el cántabro opta por "una estructura de teatro, en la que se hace más una rápida estampa que una profundización en los personajes", al conjunto no se le puede reprochar la flaqueza de la frivolidad: las páginas desprenden la difícil autenticidad de la vida, y las contradictorias relaciones humanas aquí recogidas no parecen dirigirse a ninguna certeza. "La República de Platón tampoco ofrece conclusiones. Aunque hoy hemos rebajado el nivel: entonces se preguntaban por la justicia o el ideal de ciudad", zanja Pombo.
El narrador sostiene que sería "un error" tomar cualquier ficción "como una representación directa, o un juicio filosófico, acerca de la situación presente, española o global, pero en toda novela hay un análisis del espíritu de un tiempo". Para El temblor del héroe, Pombo ha captado "algo que está en el aire", que "estamos cambiando de paradigma, en un tiempo en el que lo viejo no acaba de irse y lo nuevo no acaba de llegar". El autor de Donde las mujeres asegura hacer "un diagnóstico de la gente de mi edad" a través del personaje de Román, un profesor de filosofía que vive su jubilación y "que se ha arrugado, que ha perdido ese furor heroico que para Giordano Bruno era lo que se necesitaba para alcanzar el conocimiento divino, la verdad". La admiración que Román despertaba en Eugenio y Elena, ahora un matrimonio de traumatólogos, anteriormente alumnos suyos en la Facultad, ha dado paso a una relación extraña, enfriada con los años, en la que Román y Elena se ven a escondidas del tercero en una intimidad de charlas que no contempla el sexo. Este peculiar triángulo se verá afectado por la llegada a la monotonía de Román de Héctor, un joven periodista, "el héroe que tiembla del título", con quien vendrá más tarde Bernardo, un profesor con el que el chaval tuvo una relación cuando era estudiante. La actitud tramposa de este último personaje y los intentos de Héctor por solucionar los embrollos que causa su antiguo mentor provocarán que el relato camine hacia la tragedia.
A través de los encuentros y desencuentros de estos protagonistas, del desencanto con que se observan los viejos conocidos y el extrañamiento y fascinación que ejercen las nuevas amistades, Pombo explora conceptos como los peligros de la indiferencia y la cobardía, o la necesidad de implicarnos en el destino de los seres queridos. En el empeño, el santanderino apunta un sinfín de cuestiones: desde la precariedad en la que viven los jóvenes -"hubo un tiempo en el que muchos eran mileuristas, ahora si lo eres puedes considerarte un potentado", argumentaba ayer-, hasta el desgaste del afecto en las parejas -"nos cansamos de los otros, para durar hay que tener una especie de consistencia que no es propia de hoy. Estamos en el tiempo de los amores líquidos, que decía Bauman: frente a los amores sustanciales de antaño, en que marido y mujer formaban una sola sustancia, ahora tenemos una manera accidental de relacionarnos"-. Bernardo, el inquietante pedófilo, aficionado al patinaje, facilita una metáfora sobre la habilidad que hoy se necesita para sobrevivir. "Quien patina sobre hielo tiene que apoyarse un poco porque si no no se movería, pero no puede apoyarse demasiado porque rompería el hielo", señala antes de concluir que "deslizarse es un arte muy propio de esta época". Para el académico, "ésta es una etapa de equilibrios, no sólo de equilibrios presupuestarios, también espirituales", y "tenemos que acostumbrarnos a la nueva pobreza. Entre los Lehman Brothers y nosotros mismos, con nuestra gestión, hemos dejado de ser nuevos ricos. Ahora tenemos una dignidad muy sevillana: cuando Rilke vino a Sevilla quedó sorprendido con los pobres en el Hospital de la Caridad. Andalucía es un sitio donde se entiende bien ese ejercicio de patinaje, eso de sacar de donde no hay. Este libro va a tener mucho éxito aquí porque habla de cómo apañarse cuando uno no tiene nada", bromea, antes de valorar los resultados de las elecciones autonómicas. "Aquí no se os puede empujar, eso está claro".
El veterano reconoce que Bernardo, el pederasta, es "posiblemente mi personaje más desagradable", pero no le costó abordarlo en la redacción del libro, "salió deprisa". Pombo ve su creación como "un personaje endiablado, no es casualidad que patine por los alrededores del monumento al ángel caído". Expresado ya el (evidente) rechazo por la persona y su delito, el escritor aclara que había que ser sutil en su trazo, porque "la seducción no es que alguien se tire sobre esa persona y se la coma viva, no hablamos de una violación". La obra plasma "algo que suele ocurrir en estas historias", el vínculo que permanece entre la víctima y su corruptor. "Héctor, que procede de una familia desarticulada, pensará que Bernardo le quiere", explica su autor sobre un libro que le ha salido "amargo, triste, aunque yo no lo sea": Pombo, subyugado con los claroscuros de lo humano, quería mostrar en esta narración "la fragilidad trágica con la que hoy convivimos".
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