Ir al contenido principal

¡Al infierno con Dante!

Hay noticias importantes por sí mismas y otras que lo son sólo como síntomas. Estas sin embargo pueden a veces decirnos más sobre el fondo de lo que nos pasa que las que directamente nos cuentan lo que nos pasa. Por ejemplo: Gherush92, una organización internacional de investigadores y profesionales que cumple funciones especiales de consultoría en la ONU para cuestiones de derechos humanos y educación para el desarrollo, recomienda que la Divina Comedia de Dante Alighieri sea excluida de la enseñanza escolar por antisemita, antislámica y homófoba… entre otras maldades. En efecto, en los diversos círculos de su minucioso Infierno (que en sí mismo ya es un concepto sádico) padecen eterno castigo el judío Judas, Mahoma y un ilustre elenco de sodomitas, por no hablar de los adúlteros, los hipócritas y otros representantes de formas de vida alternativas. Los escolares son obligados —“sin filtros ni explicaciones” asegura Gherush92, que por lo visto tiene informantes en todas las aulas— a venerar los logros del gran poeta calumniador. Por supuesto, añade la presidenta de esta culta organización defensora de todo lo correcto, Gherush92 no invoca ninguna forma de censura…

Hagamos una pausa para reírnos, desde la condescendencia o el nerviosismo. Y ahora sigamos, no sin recordar que acusaciones inquisitoriales parecidas se han hecho antes contra la brutalidad de la Ilíada y contra El mercader de Venecia. En realidad, si de lo que se trata es de fomentar las buenas costumbres sociales y la tolerancia, lo verdaderamente peligroso de nuestra tradición cultural es empeñarse en trasmitirla a las generaciones venideras. El pensamiento más alto y la poesía más auténtica de que guardamos registro han celebrado durante siglos la esclavitud, el aniquilamiento bélico de los enemigos, la sumisión e inferioridad de las mujeres, el castigo feroz de herejes y transgresores de la ley, etc… Claro que también en esas páginas apolilladas se encuentra la reclamación primordial de libertad y justicia, de la protección de los débiles, de una igualdad entre seres humanos que excluya las más arraigadas exclusiones. Y el repudio de quienes abusan de su poder social en contra del resto de los socios. ¿Cómo separar lo uno de lo otro, como cribar lo que nos escandaliza para dejar limpio lo que nos trae esperanza, sin perder por el camino lo sustancial e irrepetible de la cultura misma?

Para algunas “bellas almas” (la denominación solía emplearla Hegel, y no en tono de alabanza) la interpretación del presente es plana, sin perspectiva ni profundidad, llena de preceptos edificantes y vacía de historia. Pretender ahormar la educación a esas insuficiencias y esa suficiencia es sencillamente sabotearla en cuanto posibilidad de potenciar mentes autónomas, realmente ilustradas. No nos libraremos así de los fanatismos criminales que con tanta razón nos alarman (precisamente el fanático es quien vive siempre fijo en el agraviante pasado o en el prometedor futuro) pero castraremos la formación humanista de los ciudadanos que deben defenderse y defendernos de ellos. Conocer bien a Homero, a Dante, a Shakespeare y también a Celine nos refuerza contra el vendaval de las más peligrosas supersticiones, incluidas las de Homero, Dante, Shakespeare y Celine.

Después, conviene promover con cautela una modestia realista y levemente irónica. Dentro de cien años, o quizá de cincuenta (¡el espíritu se acelera para no desaparecer!) nuestros herederos leerán nuestras declaraciones de principios y nuestras recomendaciones morales con frecuente escándalo. Intentarán tachar muchas de las palabras que hemos dicho y de las imágenes que hemos proyectado, quizá algunas de las que hoy nos son más estimadas. Ellos sabrán por qué. Esperemos contar entonces entre los maestros con abogados benévolos, capaces de explicar con mesura y algo de resignación a los neófitos que eran otros tiempos…

El País


Comentarios

Entradas populares de este blog

Carta de Manuela Sáenz a James Thorne, su primer marido

No, no y no, por el amor de Dios, basta. ¿Por qué te empeñas en que cambie de resolución. ¡Mil veces, no! Señor mío, eres excelente, eres inimitable. Pero, mi amigo, no eres grano de anís que te haya dejado por el general Bolívar; dejar a un marido sin tus méritos no seria nada. ¿Crees por un momento que, después de ser amada por este general durante años, de tener la seguridad de que poseo su corazón, voy a preferir ser la esposa del Padre, del Hijo o del Espíritu Santo o de los tres juntos? Sé muy bien que no puedo unirme a él por las leyes del honor, como tú las llamas, pero ¿crees que me siento menos honrada porque sea mi amante y no mi marido? No vivo para los prejuicios de la sociedad, que sólo fueron inventados para que nos atormentemos el uno al otro. Déjame en paz, mi querido inglés. Déjame en paz. Hagamos en cambio otra cosa. Nos casaremos cuando estemos en el cielo, pero en esta tierra ¡no! ¿Crees que la solución es mala? En nuestro hogar celestial, nuestr

Donna Tartt, el vuelo entre la alta y la baja literatura

Por su primer título,  El secreto  (1992), Donna Tartt  (Greenwood, Misisipí 1963) recibió un adelanto de 450.000 dólares (el equivalente sería hoy una cifra muy superior), caso insólito en alguien que no había publicado aún nada. Antes de salir el libro, un  extenso perfil aparecido en  Vanity Fair  predijo la fama de la autora, anunciando la irrupción en el panorama de las letras norteamericanas de una figura que supuestamente borraba la distancia entre la alta y la baja literatura. Confirmando las esperanzas puestas en ella por sus editores, “El secreto” vendió cinco millones de ejemplares en una treintena de idiomas. Las críticas fueron abrumadoramente favorables, aunque no hubo unanimidad con respecto al diagnóstico de  Vanity Fair.  La primera novela de Donna Tartt es un thriller  gótico que lleva a cabo con singular habilidad el desvelamiento de un misterioso asesinato perpetrado en el departamento de lenguas clásicas de Hampden College, institución universitaria de carácter

Las muchas lenguas de Kundera

La primera novela de  Milan Kundera ,  La broma,  es la historia de cómo una ironía leída por quien no debería –escribir en una postal “El optimismo es el opio del pueblo”– arruina la vida de su protagonista en la Checoslovaquia comunista. La última,  La fiesta de la insignificancia  –que su editorial en España, Tusquets, saca a la calle el 2 de septiembre– relata en uno de sus capítulos como Stalin relata una historia que puede ser, o no, un chiste, aunque descubrirlo no es sencillo: si por casualidad no es un chiste y es un delirio de dictador, puede costar la vida al que se ría a destiempo. En medio, transcurre la vida de uno de los escritores europeos más importantes del siglo XX, cuya existencia podría ser definida como una gran lucha contra un mundo que ha perdido el sentido del humor. Los chistes son un ángulo magnífico para contar la historia del comunismo en Europa Oriental y la URSS: “Qué hay más frío que el agua fría en Rumania? El agua caliente” “¿Cómo se llama una orq