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Plagas, literatura y vanidades


En 1664 se abatió sobre Londres una epidemia de peste bubónica, la peste negra que desde hacía casi 300 años venía sembrando muertes y penuria por el mundo. Londres era entonces la ciudad más grande de Europa, un conglomerado anárquico de construcciones de madera donde habitaban hacinados casi 400.000 individuos, la mayoría de ellos en muy precarias condiciones higiénicas, circunstancia que favorecía la proliferación de ratas. Justamente estás tenían un tipo de pulga que era el vehículo de la Pasteurella pestis.

Desde diciembre de 1664 la peste se adueñó de la ciudad y del terror de sus habitantes. El Rey abandonó Windsor, los nobles se fueron a sus castillos y los jueces dejaron los tribunales. Todos los que pudieron, abandonaron Londres, que pasó a ser una ciudad casi desierta.

Los alguaciles recorrían sus callejuelas detectando las casas donde se registraban muertos por la peste. Estas eran clausuradas y marcadas con una cruz roja, siguiendo la tradición bíblica cuando las plagas de Egipto.

Los muertos eran registrados en un folleto llamado "Bills of mortality", que semanalmente reportaba los fallecimientos acaecidos en esos siete días. En el pico de la epidemia se contabilizaron 10.000 muertos por semana. A falta de sepultureros los cadáveres se acumulaban en las calles.

Las crónicas de esta epidemia fueron registradas por un funcionario y político británico, que dejó los detalles consignados en un diario. Samuel Pepys nos cuenta las zozobras vividas en esos días, en los que la muerte de conocidos y seres queridos signaban su existencia, por más de que nuestro cronista tenía una idea muy adelantada para sus días, en la que suponía que la melancolía ocasionada por estas pérdidas podía hacerlo más proclive a contraer la enfermedad. Sin embargo, y a pesar del miedo a ser víctima de la peste bubónica,  Mr. Pepys no se privaba de ir al teatro, de visitar a su amante (sí, así de minucioso era en sus anotaciones) y lucir peluca (un lugar propicio para que proliferase  la pulga de la rata que transmitía está peste).

Esta crónica tuvo un sucedáneo literario que, a pesar de no haber sido escrito por un testigo presencial como Mr. Pepys, fue más minucioso y cronológicamente exacto. El autor de esta "Crónica de la gran plaga de Londres " era Daniel Defoe, conocidísimo por haber escrito Robinson Crusoe, el relato de un marinero abandonado en una isla desierta.

Si bien Defoe sostiene que estas crónicas estaban escritas por un testigo presencial, el autor  tenía cinco años cuando esta plaga "cambió la cara de Londres". Esta advertencia no puede ser tomada al pie de la letra, porque Defoe  también había aclarado  que la crónica de Robinson Crusoe había sido escrita por un hombre que vivió 18 años en una isla del Pacífico. Lo mismo sostuvo en el prólogo de su libro sobre las memorias del conocido ladrón Moll Flanders . Lo más probable es que Defoe haya recurrido al diario de Pepys y las crónicas escritas por su tío Henry Foe (de hecho, el supuesto autor firma como H.F.).

Defoe nos cuenta cómo un carro lleno de víctimas de la peste recorría las calles de Londres al grito de "bajen sus muertos". A su vez, relata  algunos actos de locuras como las de un señor llamado Solomon Eccles, que se paseaba por las calles semidesnudo con un caldero humeante sobre su cabeza gritando que era el dios Pan.
 
Aunque sea generalmente considerada una novela, la precisión del relato de Defoe la convierte en una crónica histórica que no solo sigue el texto de Pepys sino también la "Loimología" del Dr. Nathaniel Hodges y el libro de Thomas Vincent  "La terrible voz de Dios en la ciudad de la plaga y el fuego" En 18 meses murieron cien mil personas, aproximadamente la cuarta parte de los habitantes de Londres. Los datos recopilados por el "Bill of mortality", es uno de los primeros intentos serios para establecer estadísticas demográficas (aunque no todos estaban incluidos en esta lista donde los judíos, anabaptistas y cuáqueros no eran contabilizados porque los registros se hacían en las parroquias). Gracias al trabajo del estadígrafo John Graunt pudo establecerse que las epidemias que azotaban a la ciudad estaban relacionadas con la llegada de barcos, razón por la cual se estableció la cuarentena (que originalmente fueron 30 días), para los recién llegados. Sin embargo, no se limitó la circulación de los londinenses, ni estos se llamaron a sosiego, empujados por "imperiosas" necesidades, como bien lo señala Samuel Pepys en su crónica.

Los carteles de mortandad diseminados por la ciudad dieron lugar a una "literatura de peste". Estos eran panfletos, muchas veces anónimos, en los que los individuos escribían  comentarios y opiniones sobre lo acontecido  desde su perspectiva académica, moral y religiosa. La monarquía restaurada en 1660 con Carlos II cómo rey, no tenía los medios para ejercer una censura efectiva. Su padre había sido ejecutado por orden de Oliver Cromwell y   el nuevo monarca no manejaba todos los hilos del poder. Esta literatura de peste fue el primer modelo de "información pública", casi un adelanto de los mensajes que hoy circulan por las redes sociales .

De todas maneras, el conocimiento de estadísticas y datos epidemiológicos  no fueron siempre eficaces para mantener vivos a los habitantes de  Londres, quienes arrastrados por pasiones y vanidades o "un extraño temperamento" cómo lo define  Defoe "contribuyeron gradualmente a su  propia destrucción".    

Fuente: laprensa.com.ar

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