Una de las últimas corrientes de la literatura subterránea de México estuvo conformada por jóvenes nacidos entre 1984 y 1990 con objetivos parricidas y herencias infrarrealistas
Decía Gómez de la Serna en una de sus greguerías que “solo el poeta tiene reloj de luna”. El poeta sabe cuándo empiezan y cómo terminan las cosas. LaRed de los poetas salvajes, como manifestación literaria, inició a partir de otra que ya había terminado: el infrarrealismo. De guiños y paralelismos, esta Red se forjó por una necesidad parricida. “Su apuesta es por difundir un gran movimiento generacional de renovación en México”, consta en su manifiesto general firmado en 2008. “No queremos ser más poesía joven, sino la nueva poesía mexicana”, dicta el líder del movimiento, Yaxkin Melchy, en la misma acta.
El tejido de esta Red comenzó en 2007 cuando el poeta, editor y traductor Yaxkin Melchy (Ciudad de México, 1985) hizo coincidir las búsquedas de dos colectivos de poetas nacidos entre 1984 y 1990. De un lado, Devrayativa: conformado principalmente por sus compañeros de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM; de otro, los asistentes del taller literario de Félix Luis Viera, del Centro Cultural José Martí, con quienes editaba la revista Trifulca. Este taller estaba compuesto por gente de diversas carreras y otros ámbitos, pero en ambos casos “había una afinidad e interés por la poesía; queríamos mostrar nuestras primeras obras”, comenta Yaxkin a EL PAÍS.
De la alusión a la novela de Roberto Bolaño, Los detectives salvajes, Yaxkin Melchy, ganador del Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino 2009 por el libro Los poemas que vi por un telescopio, argumenta que la obra del escritor chileno era importante para ellos porque en ella se plantea una cuestión ética. “Antes de una poética, teníamos una búsqueda ética. Una ética poética sostenida en la pregunta ¿qué significa para nosotros escribir?”. Por otro lado, la influencia de otro poeta chileno, Héctor Hernández Montesinos, así como de los manifiestos del Movimiento Hora Zero —corriente literaria impulsora del infrarrealismo—, amasaron esa ética escritural que perseguían. “Buscábamos hacer una comunidad a través de la poesía, vivir poéticamente incluso en un ambiente tan hostil como Ciudad de México. Yo creo que eso era el corazón de la propuesta de Bolaño o del Movimiento Hora Zero”, dice Melchy.
Otra de las intenciones del colectivo era, asegura el líder, hacer una crítica al elitismo que es parte de la tradición de los circuitos culturales de México. “Nosotros queríamos crear nuestra propia revista, editorial, y nuestros festivales de poesía”. Bajo esta postura, comenzaron a editar a poetas mexicanos de la generación, pero a su vez rescataron a poetas —sudamericanos en su mayoría— de otras épocas, como Enrique Verástegui (Perú, 1950) o Paula Ilabaca (Chile, 1979). “Son voces poéticas muy potentes que a veces en México no se valoran, no se reseñan, no se comentan. Yo, siendo mitad mexicano y mitad peruano, soy heredero de dos culturas. Había una voluntad para que esas poéticas y lenguajes circularan”.
La Red comenzó a abrirse paso con las ventajas de Internet hasta entonces conocidas. De algún modo sentaron un precedente de las publicaciones digitales que ahora abundan en la web. A través de Blogger, un gestor de contenidos de fácil acceso, los miembros empezaron a autopublicar su obra en forma de plaquettes descargables en PDF. En aquellos años aún no era tan popular el libro electrónico o el ePub, por lo que la propuesta novedosa de edición digital tuvo éxito al estar al alcance de lectores alrededor del mundo.
“Escritores de prestigio como Heriberto Yépez nos escribían para conocer técnicamente cómo hacíamos el montaje en línea de los libros”, cuenta a este diario el poeta y ensayista Manuel de J. Jiménez, quien fuera parte de la Red de los poetas salvajes. Gracias a esa apertura y al boom de Internet, muchos de estos nuevos escritores que se alejaban del canon empezaron a destacar en otras latitudes del globo. “David Meza, uno de los poetas más jóvenes que había en la red, fue muy leído en Perú y en España, en donde incluso fue publicado”. Conforme avanzaron los años, la pista de muchos de ellos se fue perdiendo. Tal fue el caso de Aurora Zúñiga, una de las pocas poetas que perteneció al grupo. “Era una poeta extraordinaria que desapareció del mapa. Nadie sabe qué pasó con ella. Tenía problemas psiquiátricos y creo que cambió de sexo”, narra Jiménez. De Zúñiga se conoce la publicación de Colores primarios, un poemario que insinúa desde las primeras líneas visos de algo inquietante: “Desde aquí/ esperaré sentada a que todo empiece/ hasta que los rascacielos de tramoya se alejen/ y liberen a esta ciudad mía/ para seguir atormentando al mundo.”
Para Manuel de J. Jiménez, autor de libros como Los autos perdidos (2009), Interpretación celeste (azul trenzado) (2013), o su más reciente Licenciado Torri, abogado desencantado (2021), la Red de los poetas salvajes “no quería hacer una extensión, una segunda parte del movimiento real de los infras; fue solo la ficción de Bolaño lo que nos motivó a emular un sentido andariego. A diferencia de muchos colectivos en donde anunciaban posiciones estéticas, con nosotros había gente que escribía desde maneras muy clásicas hasta experimentales. Nuestro movimiento no planteaba la idea de autoridad”.
Es Jiménez quien acota que el fin de la Red, si no oficial, ocurrió en 2011. Los miembros emprendieron nuevas rutas y la mayoría dejó de escribir. Pasaron a ser un Bartleby más, aquel personaje absurdo de Melville que un día sin chistar abandona el oficio evitando cualquier explicación.
“¿Por qué habríamos de seguir escribiendo?”, se pregunta Yaxkin. “Un poeta que madura sabe escuchar sus propios poemas. Sabe cuándo ha cumplido, cuándo debe apartarse. Cuando el que escribe no madura, lo único que hace es arrastrar sus primeras poéticas movido por su propia vanidad, por su deseo de parecer en todos lados. Hay que saber renunciar”.
Lo cierto es que la Red de los poetas salvajes heredó a otros la posibilidad de emprender un compromiso con la causa literaria. Fue un intento de arrebato escritural que apostó por lo alternativo y la vigencia de lo que podría ser visto como antiguo. “Hay que arriesgarse a la equivocación”, advierte uno de sus manifiestos. “Y seguir por el camino de la poesía/ porque el camino de la poesía/ no es lo que has escrito/ es la flor/ que florece en la tolvanera”, apunta Melchy.
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