Jan conoció a Spinoza siendo niño. Los disturbios
en el país habían traído al filósofo al Paviljoensgracht de La Haya,
donde encontraría alojamiento en la casona de su padre, el pintor
Hendrick van der Spyck. El muchacho ganó la confianza y amistad del
filósofo, asistió a las reuniones secretas del Círculo Spinoza, fue
testigo de la soledad del pensamiento libre y presenció de primera mano
algunos de los episodios decisivos de su vida: el primer amor (el
teatro), la expulsión de la sinagoga, el exilio de la judería en
Rijnsburg, la vida en habitaciones de alquiler, el trabajo con las
lentes, los experimentos químicos y un frustrado intento de
asesinato.
El viejo Jan sigue todavía rastreando las huellas que el
sistema de Spinoza, more geometrico, ha ido dejando a lo largo
del tiempo. Hay quien asegura haberlo visto recientemente por las calles
de Ámsterdam, desde allí viaja, a pesar de su aversión a los aviones, a
diferentes partes del mundo, detectando, sigilosamente, la presencia de
Spinoza. Esta novela es la historia de esa búsqueda.
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TRANVÍA
TRANVÍA
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JAN VAN DER SPYCK: Valiente, decidida y misericordiosa: Ámsterdam.
Fundada en el siglo XII, hoy centro financiero y cultural internacional.
Población: setecientas cincuenta mil almas. Refugio de excéntricos,
tierra de marinos y mercaderes, célebre por sus pintores y su tolerancia
al cáñamo.
[Tras la ventana desfilan edificios, canales, mercados ambulantes, bicicletas. Juventud jubilosa aborda el tranvía.]
"[Entre empujones.] Es de lamentar que aquel que tanto había progresado
en el conocimiento de la verdad y tanta habilidad había adquirido en
avanzar hacia ella, fuera arrebatado por una muerte tan prematura e
intempestiva. Desde muy joven padeció una enfermedad pulmonar que lo
obligaba a guardar una moderación mayor de la habitual en la comida y la
bebida. Ninguno de los que convivíamos con él teníamos la menor idea de
que su fin estaba tan próximo y que la muerte le sobrevendría tan
rápidamente. Sospecho, sin embargo, que él sí lo sabía, y que la preparó
a conveniencia. El sábado 22 de febrero de 1677, nos fuimos toda la
familia a la predicación preparatoria, porque al día siguiente, por ser
domingo anterior al Carnaval, en nuestra iglesia luterana regresamos
familia, y encargó a mi madre que comprara un gallo viejo y que lo
cocieran aquella misma mañana a fin de que a mediodía pudiera tomar su
caldo. Después de comerlo con apetito, nos fuimos de nuevo a la iglesia.
Al regresar había muerto. Meyer nos confirmó lo que todos intuíamos:
que había exhalado plácidamente su último aliento. Si tal género de
muerte puede corresponder a un ateo, se ha discutido vehementemente
entre los teólogos...
"El dramaturgo zarpó
aquella misma tarde hacia Ámsterdam, llevándose un ducado de oro, unas
monedas y un cuchillo con el mango de plata que había sobre la mesita de
noche. Algunos dijeron después que Spinoza se había provisto de
adormidera y que la utilizó al ver acercarse la muerte.
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