En agosto de 1914, ante el inicio de la Primera Guerra Mundial, el rey Alfonso XIII declaró fuera de la ley a todo aquel que realizara abiertamente proselitismo en favor de alguno de los bandos contendientes. Sin embargo, la medida fue considerablemente ineficaz, puesto que la opinión pública se fracturó en diversas corrientes que llenaron de tensión el espacio público español. Los cines cerraban para evitar peleas. Los intelectuales se enzarzaban en polémicas insólitas, de una violencia inusitada. Algunos políticos y escritores fueron agredidos en la calle repetidas veces.
Capítulo primero
Los neutrales
España y «la más perfecta neutralidad»
El 7 de agosto de 1914, diversos medios de prensa españoles publicaron una nota oficial de la Corona que se expresaba en los siguientes términos:
Declarada, por desgracia, la guerra entre Alemania, de un lado, y Rusia, Francia y el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda, sucesivamente, de otro; existiendo el estado de guerra entre Austria, Hungría y Bélgica, el gobierno de S.M. se cree en el deber de ordenar la más estricta neutralidad a los súbditos españoles, con arreglo a las leyes vigentes y a los principios del Derecho Público Internacional.
Continuaba Alfonso XIII en un tono ya francamente amenazador:
En consecuencia, hace saber que los españoles residentes en España o en el extranjero, que ejerciendo cualquier acto hostil que pudiera considerarse contrario a la más perfecta neutralidad, perderá el derecho a la protección del Gobierno de su Majestad y sufrirán las consecuencias de las medidas que adopten los beligerantes, sin perjuicio de las penas en que incurrieron con arreglo a las leyes de España.
Choca realmente leer esto cuando lo que se produjo a continuación fue una verdadera oleada de apasionamientos y polémicas que, en consecuencia, puede considerarse una de las explosiones de desobediencia civil más notables de la historia de España. Mientras que la opinión pública media (ya veremos cómo) se obstinaba en respetar la neutralidad gubernamental, fueron centenares y centenares los artículos y los libros que, desafiando al rey, parece que tomaron partido abiertamente por uno de los bandos contendientes de la Guerra Europea de 1914.
Retengamos, por último, dos conceptos básicos de la nota del rey: en primer lugar, llamaba «súbditos» a los españoles (y más adelante explicaré por qué razón era esencial señalar esto); en segundo lugar, situaba fuera de la ley a los desobedientes.
Corpus Barga relató el surgimiento de la propaganda de Estado del siguiente modo:
Desde el mes de agosto de 1914, empezaron a estrenarse en el mundo armas y costumbres. Las dos primeras, producidas por los alemanes: la artillería pesada y la propaganda de Estado. La artillería produjo tanta curiosidad como terror, igual que continúa sucediendo con la bomba atómica. En cuanto a la propaganda, ¿qué era eso de la propaganda de Estado? En el Vaticano había una propaganda, pero no de la política de un Estado, sino de una fe internacional. Y dentro de la nación de cada Estado, la propaganda de los partidos políticos era la elevada de las ideas o la ridiculizada de las elecciones, de la política de campanario. El estupor y la indignación que produjo en los escritores de las democracias la idea de la propaganda como arma de guerra no impidió que se adoptara.
La histeria de los escritores españoles aliadófilos y germanófilos surge de la imposibilidad de copar el espacio con sus ideales de justicia. No se han acostumbrado aún a trabajar con discursos con voluntad hegemónica, sustentados por instituciones poderosas.
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