Javier Mallarino es una leyenda viva. Es
el caricaturista político más influyente del país, «un hombre capaz de
causar la revocación de una ley, trastornar el fallo de un magistrado,
tumbar a un alcalde o amenazar gravemente la estabilidad de un
ministerio, y eso con las únicas armas del papel y la tinta china». Los
políticos le temen y el gobierno le hace homenajes. A sus sesenta y
cinco años, después de cuatro décadas de brillante carrera, puede decir
que tiene el país a sus pies. Pero todo eso cambiará cuando reciba la
visita inesperada de una mujer. Tras remontarse con ella al recuerdo de
una noche ya remota, Mallarino se verá obligado a revaluar toda su vida,
a poner en entredicho su posición en este mundo.
En Las reputaciones,
Juan Gabriel Vásquez vuelve sobre sus más intensas obsesiones: el peso
del pasado, los fallos de la memoria, la manera en que se cruzan
nuestras vidas con el mundo político. Pero es también una novela sobre
la importancia que tiene la opinión en nuestras sociedades.
En
el exigente género de la novela corta, que tantas obras maestras ha
dado en la tradición latinoamericana, Vásquez nos regala su obra más
íntima: una intensa reflexión sobre la debilidad de los juicios públicos
y privados, sobre los encuentros irreversibles que alteran para siempre
lo que creemos definitivo de nosotros mismos.
«Una de las voces más originales de la nueva literatura latinoamericana.» - Mario Vargas Llosa-
«Un
escritor magistral. Juan Gabriel Vásquez tiene muchos dones
-inteligencia, ingenio, energía, una vena de profundos sentimientos-,
pero los usa con tanta naturalidad que muy pronto uno deja de
sorprenderse de sus talentos, y entonces la extraña y hermosa brujería
del relato toma el control.» - Nicole Krauss-
(Fragmento del libro)
Sentado
frente al Parque Santander, dejando que le embetunaran los zapatos
mientras esperaba la hora del homenaje, Mallarino tuvo de repente la
certeza de haber visto a un caricaturista muerto. Tenía el pie izquierdo
sobre la huella de madera del cajón y la cintura apoyada en el cojín
del respaldo, para que su hernia vieja no comenzara sus reclamos, y
había dejado que se le fuera el tiempo leyendo los tabloides locales,
cuyo papel barato ensuciaba los dedos y cuyos titulares de grandes
letras rojas le hablaban de crímenes sangrientos, de secretos sexuales,
de extraterrestres que raptan niños en los barrios del sur. La lectura
de la prensa sensacionalista era una suerte de placer culposo: algo que
uno sólo se permitía cuando nadie lo estaba mirando. En eso pensaba
Mallarino -en las horas que se le habían escapado aquí, entregado a esta
perversión bajo las sombrillas de colores tímidos- cuando levantó la
cabeza, apartando la mirada de las letras como se hace para recordar
mejor, y al encontrarse con los edificios altos, con el cielo siempre
gris, con los árboles que rompen el asfalto desde el comienzo de los
tiempos, sintió que veía todo por primera vez. Y entonces sucedió.
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