El libro lo ha publicado Herder en el 225 aniversario del nacimiento
en Danzig (actual Gdansk, Polonia) del autor de "El mundo como voluntad y
representación", reformador de la metafísica quien supo ver que la vida
se basa en los afectos.
Si bien considerado el maestro del pesimismo profundo, su existencia
fue muy creativa y de sus reflexiones surge la convicción de que
"permanecer en la vida resulta un arte", y que "la vida hay que empezar a
vivirla de nuevo cada día".
"Si la vida en sí misma fuera un bien valioso (...) las puertas de
salida no necesitarían estar ocupadas por vigilantes tan tremendos como
lo son la muerte con sus horrores", cabilaba el filósofo en uno de los
textos de este libro que seleccionó Ernst Ziegler, experto en su obra.
Y es que en "El arte de sobrevivir" -edición de pequeño formato y
unas cien páginas-, el lector no encontrará pensamientos cándidos con
los que acompañar plácidamente el paso de los días.
"La muerte aún tiene de bueno que es el fin de la vida; nos
consolamos de las penas de la existencia con la muerte, y de la muerte
con las penas de la vida", pensaba Schopenhauer viendo una y otra
inseparables en cuanto que forman "una equivocación, de la que salir es
tan difícil como deseable".
"El sabio sabe que toda la vida es muerte", pensaba, pero su vida no
fue tan mala como podría deducirse de su sentimiento de amargura, sus
severos diagnósticos sobre la época que le tocó vivir o la sombra que
asaltaba a su madre de que el hijo, como al parecer hizo su marido -un
rico comerciante mucho mayor que ella-, pudiera llegar a quitarse la
vida.
Sobre su vida y su carácter llegan detalles a través de las cartas
que se han conservado de su madre Johanna (1766-1838), que fue amiga de
Goethe, y de su hermana Adele (Louise Adelaide Lavinia, 1797-1849) de
las que la edición incluye algunos extractos.
La madre escribe al inquieto adolescente de 19 años en 1807: "el
colorido mundo infantil se desvanece ante ti sin que aún sepas
orientarte...vacilas, no sabes bien a qué lugar perteneces, pero todo
eso cambiará, tu malestar desaparecerá y vivirás alegre y con ganas".
Pero en 1832 cambia el tono: "¡No te enfurezcas!" y no tomes ninguna
decisión grave precipitadamente que me obligue a dejarte en la
estacada", amenaza al hijo de 44 años, enfadada por "su naturaleza
sombría y suspicaz".
Desde ese año, en el que se reinicia una correspondencia interrumpida
con la madre y la hermana, las misivas hablan de dinero y asuntos de
herencia, objeto de choques, sobre todo con la madre, furiosa por los
reproches del hijo a su vida y amistades.
Schopenhauer vivió siempre de las rentas, gracias a una herencia que
alcanzó la increíble cantidad de 21.000 táleros (en torno a 1,3 ó 1,5
millones de euros), un patrimonio que defendió "con uñas y dientes",
consciente de la ventaja "incalculable" que suponía vivir sin la
obligación de trabajar.
Adèle que continuó escribiendo a su hermano tras morir la madre,
sentía "mucha curiosidad" por sus escritos y sobre "Los dos problemas
fundamentales de la ética" que se publicaron en 1841 en Frankfurt del
Meno, le confesó haberse divertido con el prólogo, "puesto que no me
gusta Hegel", aunque le pedía que fuera "menos sarcástico".
Y es que la trayectoria de Schopenhauer como profesor universitario
estuvo marcada por su confrontación con Hegel quien gozaba de gran
popularidad.
Tras diversos viajes a Italia e intentos poco fructíferos de impartir
clases en la Universidad de Berlín, el filósofo se instaló en Fráncfort
donde pasó los últimos 28 años de su vida.
Para Schopenhauer la vida humana está atrapada entre el dolor y el
aburrimiento y se mantiene en movimiento por el hambre y la atracción
sexual.
"Las horas del muchacho duran más que los días del anciano", constató
septuagenario y sentenció: "En la juventud domina la intuición, en la
madurez el pensamiento; de ahí que aquella sea la edad de la poesía, y
esta la de la filosofía".
Después de Nietzsche, él es quizás el pensador contemporáneo que más
discusiones y juicios opuestos ha suscitado. "La única forma de
existencia es el momento presente, que es también la posesión más segura
-sostuvo-, aquella que nadie nos podrá arrebatar jamás".
Por Getu Arteche
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