“Se despertó con la sensación aguda de un sueño degollado y vio delante de sí la superficie cenicienta y helada del cristal, el ojo encuadrado de la madrugada que entraba, lívido, cortado en cruz y escurriendo una transpiración condensada“.
La excelencia de sus escritos le valió alcanzar el Premio Nobel de Literatura en 1988, independientemente de su faceta de hombre comprometido con los valores sociales. En mayor de las medidas, siempre se le ha tildado de un agitador de conciencias, que en la rendija más angosta podía escabullirse y dejar de manifiesto cualquier denuncia de injusticias. Siempre procuró despertar las mentes y de ahí su estilo literario sustentada en la imaginación, la ironía y la compasión para trazar realidades ante la cual nadie puede quedarse indiferente.
Embargo, un texto que se encuentra en el libro Casi un objeto, nos permite el placer de sentarnos a escuchar la siempre lucida y filosófica voz de Saramago. Una historia sencilla, donde un hombre se despierta como todas las mañanas, dejando a su mujer en casa para hacer su mismo recorrida hacia su trabajo en su automóvil. Un punto de atención en el relato, es que el país se encuentra sumergido en un embargo, lo cual este hombre de camino a su trabajo acude a una estación de gasolina para cargar el tanque, buscando así ir delante de la noticia ante la precariedad del combustible.
Una historia que, de inicio, como expresó el autor, le resultó empalagosa, pero que a la medida se fue convirtiendo en una historia sin artificios, absurda,angustiosa y fantástica en todos los sentidos del término.
Un tipo obsesionado con su coche, que comprueba que todo este intacto, antena, que los neumáticos tengan la presión idónea y que el deposito este lleno, pero como expresé anteriormente, este último punto vino a ser filo a su angustiosa vida a consecuencia del embargo. Largas filas de automóviles frente a las gasolineras, horas de esperas, surtidores cerrados por falta del suministro, vehículos pardos en medio de la vía, pánico entre los conductores. Su automóvil fue una extensión de su cuerpo.
El protagonista la decepción, la angustia lo lleva a perder el control por su automóvil, y a partir de aquí comienza la lucha entre el hombre y la máquina, pues este comienza a dejar de obedecer a su amo, como viniendo a tomar vida propia, decidiendo no dar reversa, más luego la palanca de velocidades, hasta que al final lo atrapa y vuelve cautivo a su propio dueño, sin permitirle dejar salir del interior, pegándole la espalda contra el asiento y conduciéndolo en una carrera citadina desenfrenada hasta un desenlace que suena a fatalidad, sin importar que este haya acudido a los más valioso que tiene: la razón. Pero de nada sirve razonar cuando el enemigo es inmune a la sensibilidad humana.
¿Quizá el automóvil es solo un reflejo del comportamiento humano ante el embargo? ¿Es la forma que tiene Saramago de hacernos reír ante nuestra propia obsesión por acumular bienes, aún sin necesitarlos, por el pánico a la carestía?
«Apagó el motor y sin interrumpir el gesto se lanzó violentamente hacia fuera, como quien ataca por sorpresa. Ningún resultado. Se hirió en la frente y en la mano izquierda, y el dolor le causó un vértigo que se prolongó, mientras una súbita e irreprimible gana de orinar se expandía, liberando interminable el líquido caliente que se vertía y escurría entre las piernas al suelo del coche. Cuando sintió todo esto empezó a llorar bajito, con un gañido, miserablemente…»
Con que gran facilidad José Saramago descubre el dramatismo haciendo que los objetos cobren vida, y en este caso, el automóvil quien se rebelan ante su amo, llevándolo al plano de la desesperación y sufrimiento, arrestándolo a la pérdida de la soberbia y dignidad.
El humor negro y la ironía fina de Saramago terminan develando un relato muy divertido e inteligente, donde la irrupción de la fantasía en lo cotidiano nos entrega una visión crítica del mundo moderno: la del hombre que termina esclavizado por su noción de progreso industrial a través de sus máquinas. "Embargo" podría ser conveniente para compartirlo en uno de esos domingos de tuning y cerveza, con música al tope, cuando los vecinos vanidosos meten sus aspiradoras en los habitáculos o enceran hasta el hartazgo las carrocerías de sus silenciosos monstruos de motor, sin saber la bestia que alimentan.
«De madrugada, por dos veces, aproximó el coche al bordillo e intentó salir despacito, como si mientras tanto el coche y él hubiesen llegado a un acuerdo de paces y fuese el momento de dar la prueba de buena fe de cada uno. Dos veces habló bajito cuando el asiento lo sujetó, dos veces intentó convencer al automóvil para que lo dejase salir por las buenas, dos veces en el descampado nocturno y helado donde la lluvia no paraba, explotó en gritos, en aullidos, en lágrimas, en ciega desesperación. Las heridas de la cabeza y de la mano volvieron a sangrar. Y sollozando, sofocado, gimiendo como un animal aterrorizado, continuó conduciendo el coche. Dejándose conducir.»
Comentarios