Cuando la sinceridad vale una m.
Teniendo una amplia tradición en las letras españolas, pasando por el Conde Lucanor de Don Juan Manuel, y las novelas de Miguel de Cervantes, muchos han sido los escritores que han cultivado este género.
El andaluz Juan Valera (Cabra, Córdoba, 1824-1905), aristocrática personalidad que repartió su tiempo entre la escritura y los escarceos galantes. Y es que fue Valera un hombre de mundo: diplomático, político y gran seductor, su Epistolario ofrece un impagable retrato de la época que vivió.
El relato nos dice que el Arzobispo de Toledo era conocido por su austeridad, penitencia y ascetismo. Guardaba vigilia y comía siempre un frugal potaje de habichuelas y garbanzos que su cocinero preparaba a las mil maravillas. Pero, en el transcurso de los dias, el antiguo cocinero, por desgracia tuvo un pequeño encontranoso con el mayordomo, y como nos dice el texto, como siempre, la cuerda se rompe casi siempre por lo mas delgado, y el cocinero fue despedido.
Teniendo una amplia tradición en las letras españolas, pasando por el Conde Lucanor de Don Juan Manuel, y las novelas de Miguel de Cervantes, muchos han sido los escritores que han cultivado este género.
El andaluz Juan Valera (Cabra, Córdoba, 1824-1905), aristocrática personalidad que repartió su tiempo entre la escritura y los escarceos galantes. Y es que fue Valera un hombre de mundo: diplomático, político y gran seductor, su Epistolario ofrece un impagable retrato de la época que vivió.
El relato nos dice que el Arzobispo de Toledo era conocido por su austeridad, penitencia y ascetismo. Guardaba vigilia y comía siempre un frugal potaje de habichuelas y garbanzos que su cocinero preparaba a las mil maravillas. Pero, en el transcurso de los dias, el antiguo cocinero, por desgracia tuvo un pequeño encontranoso con el mayordomo, y como nos dice el texto, como siempre, la cuerda se rompe casi siempre por lo mas delgado, y el cocinero fue despedido.
A falta de cocinero, ya que habían pasado unos ocho o nueve tratando de encontrar uno que diera con el potaje del arzobispo, terminaban largandose avergozados. Pero, entre todos hubo uno, que dio con la formula del famoso potaje, y dado a su observación de todos los cocineros que habían pasado, este ultimo tuvo la inteligencia de visitar al primer cocinero antes mencionado, el que sabia sobre el potaje, y fue tan generoso, que le confio con leatad y laudable franqueza su procedimiento misterioso. El cocinero siguio al pie de la letra las instruciones de su antecesor, condimento el potaje e hizo que lo sirvieran al arzobispo.
Por fin hemos hallado, fueron las palabras del Arzobispo, ya hemos encontrando otrao cocinero con una exelencia de potaje igual que el ultimo cocinero. Solicitó la presencia del cocinero para darles las gracias. Pero, es aquí donde todo cambia, y donde no vale, al parecer, la pena ser tan sincero y franco para mostrar tus dotes morales, pues este cocinero se dio a la tarea de manifestar cual era el truco, que no era más que un engaño en la elaboraciín, pues el antiguo cocinero falsifico el potaje de habicuelas y garbanzos, ambos no lo eran, sino menudas bolitas de jamín y pechugas de pollo, riñocints de aves y trozos de criadillas de carnero, pues mi querido arzobispo le engañaban.
Esta fue la respuesta del Arzobispo:
“El arzobispo miro entonces de hito en hito al cocinero, con sonrisa entre enojada y burlona, y le dijo:
-¡Pues engañame tu tambiein, maadero!”
Sea usted el interprete....
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