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Salman Rushdie derrota al Real Madrid y al Bayer de Munich

Salman Rushdie es otro. Ya no es el de hace 25, 15 o 10 años que estaba secuestrado por el miedo ante la amenaza de que lo mataran los islamistas radicales tras publicar, en 1988, Los versos satánicos. Ahora es más feliz. Eso dice. Dicharachero, incluso. Se vio en La Noche de los Libros de Madrid, firmando ejempalres de sus libros, primero, en la Plaza de Callao; y luego ante unas 300 personas que lo escucharon en la Casa de Correos, en la Puerta del Sol, el edificio del reloj, el de las campanadas. Casi hora y media en las que con su conversación derrotó al Real Madrid y al Bayern de Munich, que jugaban casi a la misma hora en el estadio de fútbol Santiago Bernabeu de la capital española.
Tras caminar por el centro, charlas con los lectores y firmar libros, el escritor británico de origen indio (Bombay, 1947) se sentó a hablar de Tiempo, soledad, autoengaño, alegría, amistad, islamofobia, cobardía, religión y, claro, literatura, inspiración y el Yo. Lo hizo, distendidamente, a partir de su autobiografía Josep Anton. Memorias del tiempo de la fatua(Literaturas Penguin Random House), en un encuentro moderado por Juan Cruz y Gabriel Albiac.
Autor de obras como Hijos de la medianoche (Booker de Booker en sus 25 años en 1993) no le sorprendería que su libro más editado en el futuro fuera uno infantil que escribió para su hijo de dos años, titulado Harun y el mar de las historias escrito en 1990. En pleno remolino hacia los infiernos del miedo y su séquito de terrores. “Fue en el peor momento de mi vida pero cuya escritura fue alegre, porque incluso,pensé, por primera vez, en escribir algo con un final feliz porque era para mi hijo”, cuenta el escritor.
Una prueba más de que la inspiración es caprichosa. ¿Cómo afectó esa situación de inestabilidad su creación? Rushdie empieza por reconocer que el interior de un escritor es “bastante turbulento” y lo que le sucedió a él fue que el exterior se volvió turbulento. “La imaginación de un autor siempre es turbulenta, llena de tristezas, alegrías, y eso uno lo acepta. Pero a mí lo que me sucedió fue que a eso se sumaba la tormenta exterior que interfería con mi vida interior y corría el riesgo de dañar esa conversación interior”, recuerda el novelista. Sabe que algunos creen que sí altero el resultado de su obra y para otros no. Él es de los segundos.
El escritor Salman Rushdie pasea por la Plaza de Callao, en Madrid. / KIKO HUESCA (EFE)
En aquellos años de amenaza, el Tiempo adquirió otro sentido, otra dimensión. Tendía a abolirse, a autodestruirse. “El tiempo que se mueve hacia adelante es el adversario a derrotar”, es lo primero que atina a decir. Es el tiempo en que acecha la soledad. Tanto que, bromea el autor, dice que esa autobiografía debió titularla 12 años de soledad, y todos ríe por el homenaje al recién fallecido Gabriel García Márquez, y sus Cien años de soledad.
El autoengaño y la ceguera electiva de no querer ver lo que hay delante es otro problema del ser humano y la sociedad, para él. Ya no solo porque cuando ocurrió su amenaza de muerte todos pensaron que era un caso aislado, excepcional, y no un florecimiento de una amenaza generalizada sobre el mundo por parte de algunos islamistas, sino por casos como el cambio climático.
Todo eso, miedo, tiempo corrosivo y soledad, fueron combatidos o tuvieron como escudo la amistad. “No hubiera sobrevivido sin el apoyo de ellos”, admite. Neutralizaron los bombardeos de odio que llegaban del exterior. “La religión es un absurdo, pero es lo que está pasando”, afirma Rushdie. Hay que defender los derechos de las personas, de todas las creencias, pero son eso, creencias. Por lo tanto, se puede discutir y criticar con humor o no, son solo ideas. Tiene que ser posible decir que no me gusta o que aborrezco tus ideas, sin que esto suponga una amenaza. Una cosa es criticar las ideas y otra atacar a las personas”.
Existe hoy la tentación, advierte Salman Rushdie, de jugar con las religiones y tener el mismo comportamiento que se tuvo con el comunismo, de exculpar, suavizar y relativizar sus consecuencias y la presión y el daño que pueden hacer a la sociedad y las personas.
El Pais

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