La crisis económica ha acelerado otra crisis: la del sistema político. Y no hay que olvidarse de ello porque, a pesar de
la recuperación en curso, no superaremos verdaderamente la situación si
no se lleva a cabo una renovación de la política. Lo que es ya
posdemocracia en España ha supuesto un retroceso en términos
institucionales, sociales y económicos, ámbitos necesitados todos de un
nuevo impulso democratizador. Esta obra plantea la necesidad de
reconstruir el sistema político mediante transformaciones radicales de
leyes y usos en todos los ámbitos, para así poder alcanzar un nuevo
contrato social que regule una sociedad muy diferente de la que alumbró
la Constitución de 1978, y que además incluya una nueva forma de
entender la vertebración del país.
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LA URGENCIA DE UNA NUEVA POLÍTICA
«En
épocas críticas puede una generación condenarse a his-tórica
esterilidad -reflexionaba José Ortega y Gasset en el año 1914-, por no
haber tenido el valor de licenciar las palabras recibidas, los credos
agónicos, y hacer en su lugar la enérgica afirmación de sus propios,
nuevos sentimientos. Como cada individuo, cada generación, si quiere ser
útil a la humanidad, ha de comenzar por ser fiel a sí misma».
Mucho se invoca a Ortega y Gasset en estos días. No solo porque el filósofo fuera a la raíz de las cosas,
sino porque estamos ante un nuevo cambio de época. Y porque están
reapareciendo algunos de los sempiternos problemas de España que ya
creíamos superados, aquellos que la Transición no logró resolver y se
han reproducido. Sin embargo, que debamos releer ese y otros textos
instructivos de su época, en España y en toda Europa, no significa que
hayamos vuelto a 1914 y al distanciamiento entre una España «oficial» y
otra «vital». La actual España, esta Europa y el mundo de hoy son muy
diferentes. No obstante, se vuelve a plantear la necesidad de una
transformación del sistema político, de una nueva política, casi cabría
decir que de un cambio de régimen si este término no tuviera las
connotaciones sombrías del franquismo. Si de algo ha de servir la
advertencia de 1914 -ante una restauración canovista que no supo
renovarse-, es para acelerar el cambio, y no tener que esperar otra
larga agonía de lustros o décadas para resolver situaciones.
No
estamos en 1914, y renovar la democracia no es lo mismo que reformar el
sistema de la Restauración, y lo que vino después, incluida una guerra civil,
el franquismo y sus secuelas, agravantes de algunos de los anteriores
males de España. El desarrollo de la democracia ha sido un éxito, pero hay que constatar, con pesadumbre, como decía Ortega y Gasset, entonces a sus 31 años de edad, que «las nuevas generaciones
advierten que son extrañas totalmente a los principios, a los usos, a
las ideas y hasta al vocabulario de los que hoy rigen los organismos
oficiales de la vida española. ¿Con qué derecho se va a pedir que
lleven, que traspasen su energía, mucha o poca, a esos odres tan
caducos, si es imposible toda comunidad de transmisión, si es imposible
toda inteligencia?». Concluía así: «La nueva política tiene que ser toda
una actitud histórica». Y de eso se trata, de adoptar una actitud
histórica.
Existen varias razones de peso para
acelerar la transformación de la política en España. La primera es que
el actual sistema político no hizo sonar las alarmas cuando tenía que
haberlo hecho. Hubo fallos multiinstitucionales, multiorgánicos, un
fallo de país ante la crisis que nos ha desolado des-de 2008. Y cuando
llegó el desastre económico, el sistema fue incapaz de responder con la
suficiente rapidez y efectividad al reto, antes de que la situación se
abismara en el grado de profundidad alcanzado. El sistema no ha podido
generar ni el nuevo proyecto de país que hubiera sido preciso, ya hace
cinco años, ni los acuerdos políticos y sociales necesarios para
llevarlo a cabo cuando la situación comenzó a torcerse, o incluso antes.
Ahora, pese a los atisbos según los cuales hemos tocado suelo y
empezamos a crecer -¿hasta dónde?-, es incluso inexcusable, para
recuperar el futuro y la capacidad de gestionar una nueva modernización y
para recuperar la confianza de los ciudadanos en la política.
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