Una extraña llamada interrumpe la rutina de un escritor. La enigmática voz femenina
al otro lado de la línea le dice que los McGuffi n quieren invitarlo a
cenar para desvelarle la solución al misterio del universo. Pronto
descubrirá que se trata de una convocatoria para participar en la
Documenta de Kassel, la mítica feria de arte
contemporáneo, donde su cometido será convertirse en instalación
artística viviente y sentarse a escribir cada mañana en un restaurante
chino de las afueras.
En Kassel, el escritor comprueba sorprendido que su estado de ánimo no decae al atardecer y que, en cambio, el optimismo lo invade mientras pasea impulsado por una energía inagotable que late en el corazón de la feria. Es la respuesta espontánea e imaginativa del arte que se levanta contra el pesimismo.
Con humor, hondura y lucidez, Enrique Vila-Matas cuenta la historia de una gran expedición: la del paseante solitario que, rodeado de rarezas y maravillas, se atreve a traducir un idioma que no conoce, participa en bailes invisibles, pernocta en su particular tierra prometida y, fi nalmente, encuentra un hogar en el camino. Desde su terraza de Kassel, este paseante nos invita a ver el mundo desde otro ángulo y desvela la esencia misma de la literatura: la razón, la verdadera razón, para escribir.
En Kassel, el escritor comprueba sorprendido que su estado de ánimo no decae al atardecer y que, en cambio, el optimismo lo invade mientras pasea impulsado por una energía inagotable que late en el corazón de la feria. Es la respuesta espontánea e imaginativa del arte que se levanta contra el pesimismo.
Con humor, hondura y lucidez, Enrique Vila-Matas cuenta la historia de una gran expedición: la del paseante solitario que, rodeado de rarezas y maravillas, se atreve a traducir un idioma que no conoce, participa en bailes invisibles, pernocta en su particular tierra prometida y, fi nalmente, encuentra un hogar en el camino. Desde su terraza de Kassel, este paseante nos invita a ver el mundo desde otro ángulo y desvela la esencia misma de la literatura: la razón, la verdadera razón, para escribir.
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Cuanto
más de vanguardia es un autor, menos puede permitirse caer bajo ese
calificativo. Pero .a quién le importa esto? De hecho, mi frase tan sólo
es un mcguffin y tiene poco que ver con lo que me propongo contar, aunque podría ser que a la larga todo lo que cuente acerca de mi invitación a Kassel y posterior viaje a esa ciudad termine por desembocar en esa frase precisamente.
Como algunos saben, para explicar qué es un mcguffin lo
mejor es recurrir a una escena de tren: «.Podría decirme qué es ese
paquete que hay en el maletero que tiene sobre su cabeza?», pregunta un
pasajero. Y el otro responde: «Ah, eso es un mcguffin.» El primero quiere entonces saber qué es un mcguffin y el otro le explica: «Un mcguffin es un aparato para cazar leones en Alemania.» «Pero si en Alemania no hay leones», dice el primero. «Entonces eso de ahí no es un mcguffin», responde el otro.
El mcguffin por excelencia es El halcón maltés, el film más charlatán de toda la historia del cine. La película de John Huston narra la búsqueda de
una estatuilla que fue el tributo que los Caballeros de Malta pagaron
por una isla a un rey espanol. Se habla muchísimo, sin parar, en el
film, pero al final el codiciado halcón por el que tantos incluso habían
asesinado resulta ser sólo el elemento de suspense que ha permitido
avanzar a la historia.
Como ya habrán intuido, hay muchos mcguffin. El más famoso se puede encontrar en el arranque de Psicosis, de Hitchcock. .Quién no recuerda ese robo que lleva
a cabo Janet Leigh en los primeros minutos? Parece tan importante y
acaba resultando irrelevante en la trama. Sin embargo, cumple con la
función de dejarnos atentos a la pantalla el resto de la película.
Y hay mcguffins, por ejemplo, en todos los episodios de Los Simpson, donde el preludio que abre cualquiera de ellos muy poco o nada se relaciona con el desarrollo posterior del capítulo.
Mi primer mcguffin lo encontré en Un maldito embrollo,
de Pietro Germi, adaptación cinematográfica de una novela de Carlo
Emilio Gadda. En ese film, el comisario Ingravallo, cargado de cafés y
perdido en el laberinto de su intrincada investigación, hablaba de vez
en cuando por teléfono con su santa esposa, a la que no veíamos jamás.
¿Estaba Ingravallo casado con una McGuffin?
Hay tantos mcguffins por
ahí que hace sólo un ano se infiltró uno en mi vida cuando una manana
llamó por teléfono a casa una joven que dijo llamarse María Boston y ser
la secretaria de los McGuffin, un matrimonio irlandés que estaba
interesado en invitarme a cenar y no dudaba que yo también estaría
encantado de verles y saludarles, pues pensaban hacerme una propuesta
irresistible.
¿Eran multimillonarios los
McGuffin? .Querían, por algún oscuro motivo, comprarme? Eso fue lo que
pregunté como reacción humorística a aquella llamada extrana,
provocadora, seguramente una broma que quería gastarme alguien.
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