Ir al contenido principal

El resucitador

Escrita a principios de los años 20 y publicada por entregas en una revista, El resucitador (nueva traducción de Herbert West: Reanimator) es una de las más famosas historias de terror de H. P. Lovecraft y ha dado lugar a varias secuelas cinematográficas, aunque «actualizadas» y muy alejadas del original. Inspirada en el Frankenstein de Mary Shelley, según el propio autor, narra las investigaciones del Doctor Herbert West sobre la muerte y la resurrección desde sus tiempos de estudiante hasta poco después de la Primera Guerra Mundial, en la que se alista como cirujano junto a su mejor amigo y ayudante.
«Sobre Herbert West, que fue mi amigo en la universidad y en años posteriores, sólo puedo hablar con extremo horror. Este horror no se debe únicamente a la siniestra manera en que se produjo su reciente desaparición: en realidad fue engendrado por la naturaleza de toda su obra y adquirió su acuciante forma hace más de diecisiete años, cuando estábamos en el tercer curso de nuestros estudios en la Facultad de Medicina de la Universidad de Miskatonic, en Arkham. Mientras estuvo junto a mí, la maravilla diabólica de sus experimentos me fascinó sobremanera, y en todo ese tiempo fui sin duda su compañero más cercano. Ahora que ha desaparecido y el hechizo parece haberse roto, el miedo no ha hecho más que crecer. Las posibilidades y los recuerdos son incluso más espantosos que la realidad. (...) Nunca olvidaré aquel espantoso verano, cuando la fiebre tifoidea asoló Arkham como un implacable demonio venido de los pabellones de Eblis. Muchos recuerdan ese año sólo por aquel flagelo diabólico, pues ciertamente el terror anidó con alas de murciélago sobre las pilas de ataúdes que se acumulaban en los mausoleos del Cementerio Cristiano; para mí, sin embargo, hubo un terror mucho más intenso en esa época, un terror que sólo yo conozco.»
PRIMERA PARTE
DESDE LA OSCURIDAD
Sobre Herbert West, que fue mi amigo en la universidad y en años posteriores, sólo puedo hablar con extremo horror. Este horror no se debe únicamente a la siniestra manera en que se produjo su reciente desaparición: en realidad fue engendrado por la naturaleza de toda su obra y adquirió su acuciante forma hace más de diecisiete años, cuando estábamos en el tercer curso de nuestros estudios en la Facultad de Medicina de la Universidad de Miskatonic, en Arkham. Mientras estuvo junto a mí, la maravilla diabólica de sus experimentos me fascinó sobremanera, y en todo ese tiempo fui sin duda su compañero más cercano. Ahora que ha desaparecido y el hechizo parece haberse roto, el miedo no ha hecho más que crecer. Las posibilidades y los recuerdos son incluso más espantosos que la realidad.
El primer incidente aterrador de nuestra relación fue, sin duda, la conmoción más grande de mi vida hasta esa fecha y sólo puedo repetirla aquí tras vencer fuertes reticencias. Como ya he dicho, ocurrió cuando estábamos en la facultad de medicina, donde West ya había cobrado notoriedad por sus intrépidas teorías sobre la naturaleza de la muerte y la posibilidad de sobreponerse a ella recurriendo a medios artificiales. Sus ideas, que fueron ridiculizadas hasta la extenuación por el profesorado y los demás estudiantes, se apoyaban en la naturaleza esencialmente mecanicista de la vida, y ello implicaba dar con los medios para operar la maquinaria orgánica del cuerpo a través de una calculada acción química efectuada tras el fallo de los procesos naturales. En estos experimentos con diversas soluciones reanimadoras, West había sacrificado y experimentado con una enorme cantidad de conejos, conejillos de indias, gatos, perros y monos, hasta el punto de convertirse en el mayor fastidio de toda la universidad. Lo cierto es que, en numerosas ocasiones, había obtenido algunas señales de vida en animales presuntamente muertos; en muchos casos, señales violentas. No obstante, pronto se dio cuenta de que la perfección de este proceso, si es que de hecho era posible, implicaría por fuerza toda una vida de investigaciones. Igualmente, dado que las soluciones nunca funcionaban del mismo modo en especies orgánicas distintas, dedujo que necesitaría sujetos humanos para obtener avances nuevos y más especializados. Fue allí donde por primera vez entró en conflicto con las autoridades académicas, y sus experimentos fueron prohibidos nada menos que por el célebre decano de la facultad en persona, el sabio y benévolo doctor Allan Halsey, cuya obra en beneficio de los convalecientes es recordada por todos los antiguos residentes de Arkham.
Yo siempre me había mostrado excepcionalmente tolerante con las ambiciones de West, con quien a menudo discutía acerca de unas teorías cuyas ramificaciones y corolarios parecían infinitos. Sosteniendo con Haeckel que toda la vida es un proceso químico y físico, y que la mal llamada «alma» no es más que un mito, mi amigo creía que la resurrección artificial de los muertos sólo dependería del estado de los tejidos y que, a menos que tuviera lugar una descomposición en toda regla, un cadáver totalmente equipado con sus órganos podría, con los procedimientos adecuados, ser devuelto a ese peculiar estado al que llamamos vida.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Carta de Manuela Sáenz a James Thorne, su primer marido

No, no y no, por el amor de Dios, basta. ¿Por qué te empeñas en que cambie de resolución. ¡Mil veces, no! Señor mío, eres excelente, eres inimitable. Pero, mi amigo, no eres grano de anís que te haya dejado por el general Bolívar; dejar a un marido sin tus méritos no seria nada. ¿Crees por un momento que, después de ser amada por este general durante años, de tener la seguridad de que poseo su corazón, voy a preferir ser la esposa del Padre, del Hijo o del Espíritu Santo o de los tres juntos? Sé muy bien que no puedo unirme a él por las leyes del honor, como tú las llamas, pero ¿crees que me siento menos honrada porque sea mi amante y no mi marido? No vivo para los prejuicios de la sociedad, que sólo fueron inventados para que nos atormentemos el uno al otro. Déjame en paz, mi querido inglés. Déjame en paz. Hagamos en cambio otra cosa. Nos casaremos cuando estemos en el cielo, pero en esta tierra ¡no! ¿Crees que la solución es mala? En nuestro hogar celestial, nuestr...

Grandes esperanzas (Fragmentos)

«En el primer momento no me fijé en todo esto, pero vi más de lo que podía suponer, y observé que todo aquello, que en otro tiempo debió de ser blanco, se veía amarillento. Observé que la novia que llevaba aquel traje se había marchitado como las flores y la misma ropa, y no le quedaba más brillo que el de sus ojos hundidos. Imaginé que en otro tiempo aquel vestido debió de ceñir el talle esbelto de una mujer joven, y que la figura sobre la que colgaba ahora había quedado reducida a piel y huesos. [...] ―¿Quién es? ―preguntó la dama que estaba sentada junto a la mesa. ―Pip, señora. ―¿Pip? ―El muchacho que ha traído hasta aquí Mr. Pumblechook, señora. He venido a jugar... ―Acércate más, muchacho. Deja que te vea bien. Al encontrarme delante de ella, rehuyendo su mirada, observé con detalle los objetos que nos rodeaban, y reparé en que tanto el reloj que había encima de la mesa como el de la pared estaban parados a las nueves menos veinte. ―Mírame ―me dijo miss...

Las muchas lenguas de Kundera

La primera novela de  Milan Kundera ,  La broma,  es la historia de cómo una ironía leída por quien no debería –escribir en una postal “El optimismo es el opio del pueblo”– arruina la vida de su protagonista en la Checoslovaquia comunista. La última,  La fiesta de la insignificancia  –que su editorial en España, Tusquets, saca a la calle el 2 de septiembre– relata en uno de sus capítulos como Stalin relata una historia que puede ser, o no, un chiste, aunque descubrirlo no es sencillo: si por casualidad no es un chiste y es un delirio de dictador, puede costar la vida al que se ría a destiempo. En medio, transcurre la vida de uno de los escritores europeos más importantes del siglo XX, cuya existencia podría ser definida como una gran lucha contra un mundo que ha perdido el sentido del humor. Los chistes son un ángulo magnífico para contar la historia del comunismo en Europa Oriental y la URSS: “Qué hay más frío que el agua fría en Rumania? El agua caliente”...