Allá por 2005 asistí al estreno de Después de Ricardo, el primer montaje de Avanti Teatro, en el Teatro Cánovas de Málaga. Julio Fraga dirigía a Miguel Zurita, Celia Vioque yJosé Manuel Seda, con una libérrima adaptación del Ricardo III de Shakespeare que firmaba Sergio Rubio, mientras que Eduardo Velasco ejercía de productor. En un momento de la representación, el rey Ricardo al que encarnaba Miguel Zurita, sometido a juicio, se plantó en medio de la escena y proclamó: “No reconozco la autoridad de este tribunal”. Aquella sentencia partió el ambiente en dos. Todavía resonaba en los oídos del respetable aquella misma frase pronunciada en boca de Sadam Husein, y ahora se le devolvía con un significado más rotundo, más determinante, si acaso era posible. Aquella obra me resultó reveladora por cuanto abría puertas más que interesantes y resolutivas para hablar sobre el presente, de manera rabiosa, a través de referentes históricos, pasados incluso por el tamiz shakespeariano. Sí, estaba la lección de Brecht y todo eso, pero me gustó la soltura y la determinación con la que se denunciaba el común denominador de los tiranos. Aquello sí que era hacer un clásico: verterlo en el hoy y evaluar su resonancia.
Ahora, Eduardo Velasco y José Manuel Seda han decidido rearmar Avanti Teatro con un proyecto que comparte similares inspiraciones, y del que escribo ahora, tan injustificadamente tarde. Julio Fraga vuelve a dirigir a Seda y a Velasco en El encuentro, adaptación de la novela Sábado Santo Rojo de Joaquín Bardavio a cargo del gran Luis Felipe Blasco Vilches. Tras su estreno en el Central de Sevilla el pasado mes de enero, el montaje ha tenido ya su puesta de largo en el Español de Madrid (donde se representará durante todo este mes de marzo) y las críticas han sido muy elogiosas, lo que conviene ir celebrando para ser justos. Acudir al secreto mano a mano que compartieron Adolfo Suárezy Santiago Carrillo cierta noche de febrero de 1977 para ofrecer un espejo a la España actual, la que se pierde en identidades y territorios, la que vende sus conquistas sociales por un plato de lentejas, la que absuelve a los estafadores y condena a las familias, la que ha decidido dejar de confiar en los políticos (y en la política: he aquí lo más grave del asunto) y la que parece avergonzarse de sí misma ante Europa, me parece un acierto decisivo que explica, y de qué manera, cómo y por qué el teatro puede ser oportuno, útil y necesario. Frente a los profetas del fin de la Historia (vean el post anterior), El encuentro viene a recordar, como un golpe en la conciencia, que no, que la Historia no ha terminado, que la ruina que nos atenaza fue dictaminada hace ya algunas décadas, que la lógica de los Estados es circular y que los exégetas del marxismo y del liberalismo ya se pusieron de acuerdo en su momento para dejarlo todo atado y bien atado. Y buena falta que hacía.
Tampoco puedo evitar una sonrisa al asistir a esta lectura de la Transición española facturada desde un teatro andaluz que se reivindica como tal. A lo mejor los agoreros del café para todos tienen aquí un motivo para preocuparse. Las marmotas despiertan. Cuidado.
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