El buscador de almas fue la única novela escrita por Georg Groddeck, uno de los padres
fundadores del movimiento psicoanalítico. Rechazada inicialmente por
numerosas casas editoriales que se escandalizaron por su contenido, fue
el propio Sigmund Freud quien en 1919 la publicó en la editorial oficial
del movimiento psicoanalítico, Psychoanalytischer Verlag, dándole la
bienvenida al autor con las siguientes líneas: «Deberíamos todos darle
las gracias por la sonrisa deliciosa con la cual, en su Buscador de
almas, ha representado nuestras indagaciones sobre el alma, por otra
parte siempre tan serias».
Inscrita en la tradición de la novela picaresca, El buscador de almas cuenta la historia de August Müller, un burgués de mediana edad que lleva
una vida convencional hasta que se ve aquejado de escarlatina y
desarrolla una obsesión con las chinches de su habitación, a las que se
propone exterminar por todos los medios. A partir de ahí se embarca en
un delirio que lo transformará en Thomas Weltlein, encarnación viva de
los pensamientos reprimidos, los deseos y los impulsos que conforman lo
que en psicoanálisis se conoce como el Ello, o también como el
Inconsciente. Al conducirse en la vida mediante una «asociación libre de
disparates», Weltlein desata el caos en cervecerías, asambleas
sindicales y salones literarios, ante la mirada
perpleja de la rígida sociedad germánica, que oscila entre la
incomprensión y el escándalo frente a la puesta en práctica de Weltlein
de una máxima nietzscheana: ver el mundo de cabeza a través de las
propias piernas.
I. AGATHE, EL EDITOR, AUGUST MÜLLER Y EL "BUSCADOR DE ALMAS"
Mi
amiga, la señora Agathe Willen,* me encargó en su lecho de muerte que
publicara la historia de su hermano, un tipo raro llamado Thomas
Weltlein.
-Thomas -me dijo- era el mejor de los hombres, y también el más inteligente
que he conocido jamás. Y yo soy la culpable de que haya acabado de un
modo tan lamentable. Mi manía de limpieza y mis angustias lo arrojaron a
esas tempestades en las que naufragó. Y ahora, cuando cualquiera se
burla de la locura de ese pobre infeliz, mi alma se siente abrumada por
un peso enorme. Mis remordimientos me han llevado a reunir todo lo que
he podido averiguar sobre las curiosas vivencias de mi hermano. Por eso
le ruego a usted, que lo conoció y lo apreció, que eche un vistazo a los
papeles, cartas y diarios guardados en aquella caja, que los ordene y
los publique como una advertencia dirigida a todos los hombres y mujeres
prudentes y sensatos.
Apenas dicho esto, la valerosa Agathe se dio la vuelta hacia la pared y murió.
Era
un error de la buena anciana pensar que yo hubiera podido conocer o
incluso apreciar al hermano por ella descrito. Cuando el azar me arrojó a
la ciudad de Bäuchlingen, él ya había pasado a mejor vida.
Pero, a esas alturas, yo ya no podía corregir a la muerta al respecto,
por lo que, de pie junto a su lecho, juré satisfacer su último deseo.
Por tal razón, cualquier público indulgente habrá de perdonarme que le
cuente con lujo de detalles cómo vivió y murió Thomas Weltlein.
Sin
embargo, debo puntualizar algo en mi narración antes de iniciarla. El
hombre del que trata esta historia no se llamaba Thomas Weltlein; había
recibido de sus padres el nombre de August Müller. Pero él mismo se
otorgó plenos poderes para cambiarse el nombre que había heredado. En
Bäuchlingen esto era algo que todo el mundo sabía, y hasta yo tenía
conocimiento de ello, pero no fue hasta que leí los papeles de la
difunta hermana que me enteré de las extrañas motivaciones de ese nuevo
bautismo, algo sobre lo que también informaremos al lector en su
momento. Por ahora, el hombre del que he de hablarles se llama todavía
August Müller.
Debido a la muerte de sus padres,
August Müller entró en posesión temprana de un patrimonio considerable.
Fue alumno, por varios años, de una serie de universidades, viajó mucho y
tuvo incontables vivencias, y, finalmente, regresó a su retiro en
Bäuchlingen siendo un hombre de treinta y tantos años. Y allí vivía, en
una casita rodeada de parras, en compañía de su hermana viuda, Agathe
Willen, y de la hija adolescente de ésta, Alwine. La llegada de su
hermana a la casa estuvo asociada a un acontecimiento que, por muy
insignificante que ahora pueda parecer al lector, debemos mencionar. En
uno de sus viajes, August había conocido al nieto de Goethe: Wolf. Por
su don para hacer hablar y para escuchar atentamente a personas
solitarias, se ganó en tan alto grado el favor de Wolf Goethe, que éste,
a modo de recuerdo, le regaló una silueta recortada por la mano de su
abuelo. En nítidos contornos, en papel negro, se ve la figura de un
hombre sentado sobre un globo terráqueo que sostiene sobre la palma de
la mano a una mujercilla desnuda cuya zona crucial examina con una lupa.
August quedó encantado con el regalo e hizo enmarcar la figurita, a la
que llamó el «Buscador de almas». La había colocado sobre su escritorio
de tal modo que, cada vez que alzaba la vista del trabajo o de algún
libro, sus ojos se posaban forzosamente en ella. Adoraba aquel dibujo.
Tras la muerte de su cuñado, invitó a su hermana a que viniera a
visitarlo a Bäuchlingen durante unas semanas en compañía de la pequeña
Alwine. Puesto que aquella niña le gustaba, y la mano diligente de su
hermana le haría la vida más agradable, una mañana le pidió a Agathe que
se quedara con él y llevara los asuntos de su casa. Agathe, que estaba
sentada frente a él,
en el viejo sofá de cuero, molesta por el hecho de que su hijita Alwine
lamentara la pérdida del padre tan poco como ella la del marido;
enfadada, asimismo, por no haber sabido transmitir a la niña ni siquiera
la decencia necesaria para fingir el duelo, tal y como ella hacía,
estuvo a punto de rechazar de plano la petición, ya que atribuía esa
falta de sensibilidad en su hija al influjo del extraño afecto de Alwine
por su tío. Sin embargo, en ese momento vio cómo Alwine, que estaba
cariñosamente acurrucada junto a su amado tío, estiró su delicada mano
para agarrar el «Buscador de almas». Agathe se puso de pie de un salto,
levantó a la niña del regazo de August, le dio un manotazo en la mano y
la mandó a tomar viento fresco. Lo que los dos hermanos acordaron a
continuación es algo que desconozco, pero el resultado fue que el
«Buscador de almas » de Goethe desapareció del escritorio de August
Müller y que Agathe y su hija se mudaron a su casa.
* Willen, en alemán, es «voluntad». Sobre el significado de otros nombres, véase glosario al final del libro. [N. del T.]
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