Ir al contenido principal
En la pequeña localidad de Walgett, lugar donde transcurrió una parte importante de la infancia de Kenneth Cook, había un viejo llamado Benny que tenía como mascota un enorme canguro muy dado a aporrear a su anciano dueño alternativamente con las patas y la cola. De acuerdo a esta inclinación pugilística, el viejo Benny puso al canguro el nombre de Les, inspirándose en un célebre boxeador de la época. En la apacible comunidad de Walgett, Les no suponía un problema para nadie salvo para su amo; sin embargo, ciertas circunstancias impulsaron al canguro a darse a la bebida, y fue así como Les se convirtió en un peligro público. Este episodio, recuerda Cook, supuso su primera confrontación con una persistente verdad que toda su experiencia posterior en innumerables viajes por el Outback australiano no hizo más que confirmar una y otra vez: en la dicotomía entre naturaleza y cultura, al contrario de lo que pensaron filósofos como John Locke o Jean-Jacques Rousseau, la naturaleza no es la parte inocente y buena, y el ser humano tuvo muy buenas razones para alejarse de ella. En El canguro alcohólico, tercer y último volumen de un vasto anecdotario con el Outback australiano como escenario, Kenneth Cook vuelve a dar cuenta de la aberrante fauna humana y animal que habita ese continente a medio camino entre lo silvestre y lo civilizado, en el que no es extraño encontrarse con ratones antropófagos, avestruces enloquecidos, escuadrones de rescate suicidas o emprendedores indigentes.


Cómo no robar un coche

Nadie ha robado jamás un coche en Tennant Creek, por la sencilla razón de que no hay adónde llevárselo.
Se puede ir al norte o al sur, o se puede tomar una de las carreteras que lleva a las varias haciendas cercanas. Si vas al norte o al sur, la policía te estará esperando tranquilamente en la carretera a un pack de doce (un pack de doce representa el tiempo que se tarda en beber doce latas de cerveza, y es así como suelen medir las distancias por allí). Si tomas una de las carreteras privadas, acabarás llegando al final y no tendrás adónde ir. 
Robar coches, sencillamente, no es práctico. Por eso fue tan sorprendente que, al salir del pub de Tennant Creek, descubriera que me habían robado el coche.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Carta de Manuela Sáenz a James Thorne, su primer marido

No, no y no, por el amor de Dios, basta. ¿Por qué te empeñas en que cambie de resolución. ¡Mil veces, no! Señor mío, eres excelente, eres inimitable. Pero, mi amigo, no eres grano de anís que te haya dejado por el general Bolívar; dejar a un marido sin tus méritos no seria nada. ¿Crees por un momento que, después de ser amada por este general durante años, de tener la seguridad de que poseo su corazón, voy a preferir ser la esposa del Padre, del Hijo o del Espíritu Santo o de los tres juntos? Sé muy bien que no puedo unirme a él por las leyes del honor, como tú las llamas, pero ¿crees que me siento menos honrada porque sea mi amante y no mi marido? No vivo para los prejuicios de la sociedad, que sólo fueron inventados para que nos atormentemos el uno al otro. Déjame en paz, mi querido inglés. Déjame en paz. Hagamos en cambio otra cosa. Nos casaremos cuando estemos en el cielo, pero en esta tierra ¡no! ¿Crees que la solución es mala? En nuestro hogar celestial, nuestr...

Grandes esperanzas (Fragmentos)

«En el primer momento no me fijé en todo esto, pero vi más de lo que podía suponer, y observé que todo aquello, que en otro tiempo debió de ser blanco, se veía amarillento. Observé que la novia que llevaba aquel traje se había marchitado como las flores y la misma ropa, y no le quedaba más brillo que el de sus ojos hundidos. Imaginé que en otro tiempo aquel vestido debió de ceñir el talle esbelto de una mujer joven, y que la figura sobre la que colgaba ahora había quedado reducida a piel y huesos. [...] ―¿Quién es? ―preguntó la dama que estaba sentada junto a la mesa. ―Pip, señora. ―¿Pip? ―El muchacho que ha traído hasta aquí Mr. Pumblechook, señora. He venido a jugar... ―Acércate más, muchacho. Deja que te vea bien. Al encontrarme delante de ella, rehuyendo su mirada, observé con detalle los objetos que nos rodeaban, y reparé en que tanto el reloj que había encima de la mesa como el de la pared estaban parados a las nueves menos veinte. ―Mírame ―me dijo miss...

Las muchas lenguas de Kundera

La primera novela de  Milan Kundera ,  La broma,  es la historia de cómo una ironía leída por quien no debería –escribir en una postal “El optimismo es el opio del pueblo”– arruina la vida de su protagonista en la Checoslovaquia comunista. La última,  La fiesta de la insignificancia  –que su editorial en España, Tusquets, saca a la calle el 2 de septiembre– relata en uno de sus capítulos como Stalin relata una historia que puede ser, o no, un chiste, aunque descubrirlo no es sencillo: si por casualidad no es un chiste y es un delirio de dictador, puede costar la vida al que se ría a destiempo. En medio, transcurre la vida de uno de los escritores europeos más importantes del siglo XX, cuya existencia podría ser definida como una gran lucha contra un mundo que ha perdido el sentido del humor. Los chistes son un ángulo magnífico para contar la historia del comunismo en Europa Oriental y la URSS: “Qué hay más frío que el agua fría en Rumania? El agua caliente”...