Sol Nazerman es un inmigrante polaco, hosco y
poco sociable, que regenta una casa de empeños en Harlem a finales de
los cincuenta. Las heridas de su paso por los campos nazis le han
llevado a eliminar de su vida cualquier atisbo de emoción. Apenas
soporta a los pobres diablos y ladrones de poca monta que forman la
clientela habitual de su tienda ni al gánster para el que trabaja, y las
relaciones con su ayudante, el joven puertorriqueño Jesús Ortiz, y con
la familia de su hermana, con la que vive y a la que mantiene, tampoco
son mucho mejores. Sin embargo, una serie de circunstancias inesperadas
le obligarán a salir de su apatía.
El
prestamista es una emocionante novela sobre la capacidad de regeneración
del ser humano, sobre las enseñanzas que la vida y el sacrificio de los
demás nos pueden brindar. Una excelente muestra de la literatura
norteamericana de los sesenta, de uno de los mejores escritores de su
generación al que su muerte prematura le privó de un reconocimiento
mayor.
UNO
Sus
pies hicieron crujir la arena endurecida. A la izquierda tenía el río
Harlem; al otro lado de la calle, a la derecha, el centro cívico, y más
allá se extendía la vasta ciudad. A las siete y media de la mañana, todo
estaba tranquilo para ser Nueva York. En aquel silencio relativo, sus
pasos hacían unos pesados sonidos chirriantes que sonaban más fuertes y
más cercanos que el traqueteo de las barcazas fluviales o el ruido
creciente del tráfico a pocas manzanas de allí, en la calle 125. Cruje,
cruje, cruje.
Podría haberse tratado del sonido
agradable de alguien que camina sobre la nieve recién caída. Pero
aquella gran figura corpulenta, con su cara hinchada y sus ojos oscuros
que no se fijaban en nada, deformados por los gruesos cristales de unas
gafas de montura extrañamente anticuada, alejaba cualquier idea
relacionada con la diversión.
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