En una entrevista que duró varias horas, Michel
Mitrani habla con el escritor egipcio Albert Cossery sobre los orígenes
de su obra y sobre las influencias y amistades literarias que se
cruzaron en su vida. En 1945 Albert Cossery, que había nacido en 1913
en El Cairo, se instaló en París, donde publicó la mayoría de sus
libros y donde murió en 2008.
Su
incomparable mirada sobre las actuales costumbres y actitudes hacen de
él un moralista de una sustanciosa ironía. Estos diálogos, acompañados
de numerosos fragmentos de su obra, constituyen un documento esencial,
imprescindible, sobre este gran escritor.
«Ninguno
describe de manera tan desgarradora ni tan implacable la existencia de
las masas humanas hundidas. Cossery alcanza abismos de desesperación,
de envilecimiento y de resignación que ni Gorki ni Dostoievski supieron
captar...». -Henry Miller
PÁGINAS DEL LIBRO
AL VOLVER UNA ESQUINA, uno puede encontrarse con los hijos del mundo -ya crecidos- que soñaron con venir a vivir a París.
En cualquier estación del año y como cada día, a las 14:30 el escritor
egipcio Albert Cossery sale del hotel en el que vive desde hace cuarenta
años, a esa hora en que ya hace tiempo que los trabajadores han vuelto
al lugar de su esclavitud. Cossery no posee apartamento ni coche que
atestigüen su presencia en esta tierra, y no se siente libre más que en su hotel.
Nacido en 1913, en El Cairo -Al Kahira, la Victoriosa-,
Cossery se toma su tiempo. En sesenta años ha publicado siete libros
que sumergen al lector en la munificencia de Oriente. Por otro lado, su
obra plantea la burla como solución a algunos problemas fundamentales de
la existencia. Cargado de un humor corrosivo, cada libro de Cossery
significa irremediablemente la despedida definitiva de esa sociedad
occidental que aún afila las garras asesinas de su arrogancia y su
brutalidad. La visión del mundo de Albert Cossery recibe su luz de la
gaya scienza nietzscheana. El mundo está hecho para ser contemplado. Por
lo que respecta a las acciones humanas, prefiere ocupar su tiempo en
desvelar su aspecto grotesco.
Como dice uno de sus personajes, Cossery ha hecho la revolución por su cuenta.
Sus héroes, atravesados por una plenitud aristocrática, se le parecen.
Si se reconocen entre ellos es porque pertenecen a la misma familia. Su
indolente dandismo los arrastra invariablemente hacia los cafés árabes,
donde la vida sin obligaciones pasa -con la ayuda de un poco de hachís-
bajo la arena del tiempo.
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