El mundo de Internet —es decir, ese mundo dentro del mundo que parece
confirmar el dictamen del poeta Eluard: “Hay otros mundos, pero están
en éste”— se ha visto conmocionado por el suicidio de Aaron Swartz.
Tenía solamente veintiséis años, pero ya era muy conocido en las redes
por sus innovaciones en materia de programación, su destacada
colaboración con la Open Library y con Wikipedia así como su activismo
contra SOPA, la ley norteamericana contra el fraude en internet y en
defensa de la propiedad intelectual. En 2011 fue acusado de haberse
descargado del JSTOR, una entidad sin ánimo de lucro ligada al MIT, casi
cinco millones de artículos científicos, reseñas y publicaciones
protegidas por el copyright para compartirlos gratuitamente con otros
sitios de descargas. En el proceso que estaba abierto contra él podría
haber llegado a ser condenado a 35 años de prisión y más de un millón de
dólares de multa, aunque la fiscal Carmen Ortiz (que ya se ha
convertido en la bruja mala de este cuento) ha apuntado después de su
muerte que el asunto podría haberse arreglado con seis meses de prisión
menor, según un acuerdo rechazado en principio por la defensa del joven.
En cualquier caso, la tensión del proceso y la amenaza penal parecen
haber sido demasiado para Swartz, que ya había tenido episodios
depresivos durante años. Y sólo cabe lamentar que todo este asunto
tuviese un desenlace trágico evidentemente desproporcionado con la
gravedad del daño que este “hacker bueno” —como le denominan
sus numerosos partidarios— hubiera podido cometer. Aunque también es
posible que el suicidio no se deba al proceso judicial sino a los
problemas psíquicos constantes de Aaron, como sostiene su amigo el
periodista Cory Doctorow en el homenaje póstumo que le dedicó. Sea lo
que fuere, pues con ese tipo de muerte nunca se sabe nada de cierto,
Aaron Swartz se ha convertido ya en un mártir de cierta idea de libertad
total en internet para Anonymous y muchos ciberactivistas, que han
aprovechado el drama para atacar al Departamento de Justicia
(especialmente a la fiscal Ortiz, por su intransigencia) y hacer un
llamamiento popular a la reforma de la legislación sobre delitos
informáticos.
Pero la cruel fiscal Ortiz, sean cuales fueren sus excesos de celo,
dijo algo perfectamente razonable al sustentar su acusación: “Robar es
robar, sea lo robado una cartera o un archivo informático y tanto si se
roba con una ganzúa como con un ordenador”. Impecable. Añado: y tanto si
se roba para repartirlo entre los pobres, a lo Robin Hood, como para
lucrarse. Amigos y familiares de Swartz aseguran que él repetía que lo
único que quería era “cambiar el mundo”. Admirable idealismo aunque en
sí mismo encierra una amenaza, porque el mundo puede cambiar para mejor o
para peor: nadie menos de fiar que quien cree que todo cambio es bueno
por ser cambio, advirtió hace tiempo el filósofo Odo Marquard. Ahí
tenemos por ejemplo a un hacker de indudable peso, Kim Dotcom,
cuyo idealismo presenta más dudas que el de Aaron Swartz. Sin embargo,
él también nos anuncia que su nuevo sistema de almacenamiento MEGA
“cambiará el mundo”. Significativa coincidencia del gángster y el
desprendido profeta. Tal parece que ambos creyeron que la transformación
del mundo que viene se basa en que el robo deje de ser robo, maldita
sea la fiscal Ortiz: la diferencia es que para Aaron Swartz habría de
convertirse en virtud y para Kim Dotcom me temo que en vicio impune…
En esas estamos, entre Swartz y Dotcom, aunque ambos me parecen igual
de equivocados. Los dos tienen muchísimos seguidores en internet y
puede que, a pesar de ser moralmente tan diferentes, compartan la
mayoría de ellos. Les llaman “genios”: yo sigo considerando que los
genios aportan contenidos y no sistemas para aprovecharse de lo
imaginado por otros. Anticuado que es uno. Por cierto, no entiendo por
qué los mismos que se indignan de la corrupción de los políticos son tan
tolerantes con los corruptores de la red…
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