La revolución de lo diminuto está en marcha.
Tratar a las moléculas de una en una puede abrir puertas insospechadas
en medicina, electrónica, industria. La ciencia de lo nano, de lo que
ocurre a escalas de millonésimas de milímetro, proporciona un cambio de
enfoque que muchos han anunciado como revolucionario en un gran número
de campos, no solo en el biológico. La nanociencia promete nuevos
materiales y técnicas de construcción. Promete mágicos vehículos que
guíen a los fármacos solo hasta las células que los necesitan. En
realidad, los máximos promotores de la nanociencia dicen que se podrá
hacer casi de todo.
Mary Sol de Mora
Charles, catedrática de Historia de la Filosofía y de la Ciencia en la
Universidad del País Vasco, nos acerca en este volumen a todos aquellos
temas relacionados con la importancia de lo diminuto en una gran
diversidad de ámbitos, desde el histórico y el matemático al industrial o
médico e incluso al filosófico y literario. Aunque es, sin duda, un
texto de «divulgación» científica en el sentido de que intenta divulgar,
informar, contar, algunas de las ideas más atractivas del mundo
filosófico o científico actual, no se trata, sin embargo, de un texto de
«divulgación» al uso pues las teorías científicas citadas no están
«vulgarizadas» para que no pierdan toda su profundidad, sino que están
«traducidas» de su lenguaje técnico o matemático al lenguaje que todos
utilizamos.
1
Lo pequeño y lo infinito
La
relación entre lo pequeño y lo infinitamente pequeño ha sido siempre
más conflictiva que la que se establece entre lo grande y lo
infinitamente grande. No obstante casi todas las civilizaciones que nos
precedieron fueron capaces de pensar en lo infinitamente grande, aunque
acabaran rechazándolo por las dificultades que ello acarrea, tal como
sucedió en el caso de la Grecia clásica, que nunca aceptó un cosmos
infinito carente de límites, a pesar de que algunos pitagóricos eran
capaces de defenderlo. Lo infinitamente pequeño corrió la misma suerte,
pues las indagaciones se dirigieron a lo que constituye los elementos
últimos o partes más pequeñas de lo real: los cuatro elementos (agua,
tierra, fuego, aire), algunos principios de atracción y repulsión, lo
indefinido y los átomos, de forma que, aunque los griegos sí buscaron lo
diminuto, lo más pequeño posible, el componente último de lo que forma
el cosmos, éste siempre era una cantidad minúscula pero finita,
indivisible.
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