La presentación, moderada por el escritor, editor y traductor
argentino Alejandro García Schnetzer, giró así en torno a la infancia, o
a lo que queda de ella durante toda la vida, porque la propuesta
pretende romper las barreras entre niños y adultos. Pacheco recopiló en
su libro, El espejo de los ecos, “ilustrado por Juan Cisneros o
tal vez escrito para los trazos del dibujante”, varias adivinanzas,
unas tomadas de la tradición griega clásica, otras inventadas. Y se las
propuso al público con suerte desigual en las respuestas. Algunas, como
“dices mi nombre si callas”, fueron resueltas rápidamente por los
asistentes. De otras, como “en mi dominio soy rey, en el tuyo soy
esclavo”, la solución quedó en el aire.
Para su libro, ilustrado por Eleonara Arroyo, Gelman escogió “un
sucedido, porque sucedió de verdad” que le contó de niño su madre,
ucrania emigrante en la Argentina: la historia de una araña que preguntó
sorprendida a un ciempiés cómo podía moverse un bicho con 92 patas más
que ella; si primero movía 50 y luego las otras 50, si las movía de diez
en diez, de cuatro en cuatro o de una en una. Una cuestión que dejó al
ciempiés tan confundido en su reflexión que nunca más volvió a caminar. Y
tanto le impresionó esta historia en verdad a Gelman que cuando le preguntan en una entrevista cómo hace para escribir
o por qué sigue escribiendo, responde que es un tema sobre el que
prefiere no pensar mucho. Para que no le pase como al ciempiés y nunca
más vuelva a componer un verso.
A preguntas de Schnetzer, ambos evocaron sus primeras lecturas
infantiles. Gelman recordó que a sus diez años leía historietas y poesía
española e incluso trataba de escribir poemas. No retiene el título de
los primeros versos que compuso, porque trata de olvidar todo, pero si
se acuerda de algo: “Ella se llamaba Ana”. El primer libro de Pacheco
fue El Príncipe Feliz, de Óscar Wilde, a los seis años, y después, El Coyote y la serie Hombres del Oeste,
de Marcial Estefanía. El poeta mexicano demostró un ánimo
extraordinario y ganas de charlar: de la literatura infantil pasó a la
traducción, paró un rato por Bizancio y hasta hizo una reflexión sobre
la bomba de Hiroshima. Tan entusiasmado andaba, que se rebeló cuando
acabó el tiempo de la charla y propuso a los asistentes seguir
conversando fuera, “que aquí hace mucho calor”.
Dice Gelman que le gustó mucho la idea de hacer un cuento infantil
porque la literatura para niños está infantilizada, como si sus lectores
fueran tontos o no supieran comprender las cosas. Y sí saben, aseguró
el poeta argentino, como demuestra el cuento de la madre que quería
hacer comer a su hijo porque “si no comía la comidita, vendría un
pajarito se posaría en su platito y se comería todito”, a lo que el niño
contestó: “Pues vaya pajarito de mierda”. Los asistentes rieron la
ocurrencia de Gelman durante diez segundos. Pero la mejor prueba de que
quizá los adultos sean niños atrofiados la dio César, de seis años,
posiblemente el más joven de los presentes, que celebró al menos durante
un minuto y con grandes carcajadas la ocurrencia del argentino.
Obviamente había entendido algo que los demás no captaron.
Comentarios
Que risa me dió el cuento del pajarito, al final.
Saludos from Venezuela, la patria azul coloreada de rojo.