A menudo, cuando deambulo por el Barrio Latino buscando libros que probablemente no tendré tiempo de leer y sobre todo recuerdos, me encuentro casi sin querer recorriendo de nuevo la Rue de l’Odeon donde vivía Cioran. Era mi camino habitual hace más de dos décadas, el primero que tomaba en cuanto llegaba a París. Siempre con un punto de emoción, tímida y alegre, consciente de disfrutar de un privilegio inmerecido, por tanto vulnerable. Y que sabía cada vez más cercano a su fecha de caducidad…
Releo sólo de vez en cuando a Cioran, pero me acuerdo mucho de él: sus gestos cálidos y admonitorios, su forma de pasarse la mano por el pelo sublevado y teatral, las vacilaciones irónicas de su voz (cerraba los ojos al buscar la palabra exacta que luego eyaculaba feliz), su risa sin estruendo con la boca abierta, un poco asmática... Todo lo he revivido ahora con mayor intensidad al leer el libro de Gabriel Liiceanu, E. M. Cioran. Itinerarios de una vida (Ediciones del Subsuelo), ilustrado con una colección de fotografías verdaderamente espléndida que van desde la arrogancia de la juventud hasta sus últimos paseos en silla de ruedas en el hospital Broca donde murió. El relato biográfico de Liiceanu es generoso y perspicaz, como corresponde a tan buen conocedor no sólo de la obra sino también de la persona del autor, pero además tiene el inapreciable complemento de la última y extensa entrevista de Cioran (poco antes de su hundimiento mental definitivo) en la que repasa la trayectoria de sus obsesiones, así como otra a su perpetua compañera Simone Boué, cuya discreta elegancia algunos recordamos no menos que al propio Cioran.
Por lo que yo conocí, ahí está el contradictorio y entrañable pensador al menos para quien desee saber algo más de lo que sus obras dicen, que es lo que más cuenta. Un Cioran que se quiso descarnadamente lúcido pero que fue también (¿ante todo?) “ingenuo y sentimental”, como reza el título del libro de Vartic (Mira ediciones). Quizá este esencial Cioran, que George Steiner desdeña, es el que más inspiró a los jóvenes que nos acercamos a él, como yo mismo en el remoto Ensayo que le dediqué y ahora de nuevo a Alberto Domínguez, en su Cioran. Manual de antiayuda(Alrevés). Este manual es una lectura más refrescante que demoledora, un precipitado de reflexiones inteligentemente truculentas que afortunadamente no carece del oportuno humor que para mí siempre caracterizó al rumano, demasiado rumano, pero que además acude sin cesar a otras fuentes literarias que no solo lo complementan sino que también lo prolongan y diseminan en lo abierto. Es grato comprobar que aunque mi viejo y admirado amigo se quisiera un maestro de decepciones sigue siendo semillero de búsquedas, de vocaciones nuevas.
Cuenta Liiceanu que ya en su último internamiento, cuando apenas podía andar, Cioran desapareció un día de su habitación del hospital. Las enfermeras le buscaron por todas partes y finalmente le encontraron dentro del armario de su cuarto. Reveló que “estaba extenuado por haber estado paseándose horas enteras, en plena noche y en una ciudad desconocida”. Tal fue su última glosa autobiográfica, su reveladora despedida.
Fernando Savater
El Pais
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