Tahar Ben Jelloun, uno de los escritores marroquíes más reconocidos
internacionalmente, mucho más aún tras ganar en 1987 el Premio Goncourt,
el gran galardón de las letras francesas, por su novela La noche sagrada,
visitó ayer la Fundación Tres Culturas para protagonizar un encuentro
con sus lectores. El autor (Fez, 1944) es además un intelectual a la
vieja usanza, en el sentido de que entiende también como parte de su
oficio la necesidad de pronunciarse sobre los temblores, y a veces las
alegrías, de la realidad social y política. "No se trata de amar a los
musulmanes, sino de respetarlos por lo que son", dice el escritor, que
ha dedicado buena parte de su obra ensayística a defender la necesidad, y
la viabilidad, de la tolerencia y del entendimiento entre culturas.
Ben Jelloun vino a hablar en especial de sus dos útimas obras publicadas en España, ambas el año pasado y dentro del catálogo de Alienza: la novela El retorno y La primavera árabe: El despertar de la dignidad, un ensayo urgente que sigue el rastro de las complejas transformaciones que están experimentando las sociedades árabes, y con ellas sus estados, unas páginas que prestan especial atención a Túnez y Egipto y que centraron el encuentro con la prensa que ofreció antes del acto en el antiguo Pabellón de Marruecos, presentado por el periodista Javier Valenzuela y organizado por Tres Culturas y el Ministerio Encargado de los Marroquíes Residentes en el marco del Proyecto Menara.
El autor considera que la primavera árabe, a la que él concede estatuto no de "revuelta" sino de "revolución de nuevo cuño: espontánea e improvisada", por su calado "ético y moral", no ha terminado, de modo que es pronto, añade, para juzgar sus logros. "Existe una lucha entre dos visiones del mundo: una centrada en la religión como forma tradicional de la vida, y otra que se basa en la modernidad, en el reconocimiento de los derechos del individuo, en la igualdad de hombres y mujeres, en los valores democráticos.Ahora la regresión conservadora está ganando la partida, eso parece, pero nada está decidido", afirma el escritor, que admira el "papel enorme" que han jugado en las protestas las mujeres árabes y señala como motor de estos cambios a "los hijos de esos emigrantes que se fueron a trabajar en el extranjero como ejecutivos, ingenieros, profesores...". "Es un proceso que llevará aún varios años", insiste.
En el libro, Ben Jelloun recuerda -sin acritud, más bien con estupor retroactivo- el decisivo apoyo, también por omisión, que encontraron en el escenario político internacional los gobernantes árabes, ya fueran autoritarios o abiertamente dictatoriales, con sus democracias en el mejor de los casos tan sólo "formales". "Occidente debe observar lo que está ocurriendo y ayudar en lo que pueda a los movimientos laicos y democráticos. Pienso que al menos Europa ha entendido que no puede ser ya ser tan cómplice de los dictadores. Creo que se tendrá mucho más cuidado con eso porque la historia ha dado una buena lección", dice Ben Jelloun, que desde 1971 ha desarrollado prácticamente toda su carrera en Francia, en cuya lengua escribe sus libros.
Sobre el riesgo de que los integristas capitalicen y amorticen estos cambios, el escritor, que se declara "laico", defensor por tanto de la separación de religión y política, se muestra tranquilo. "El integrismo religioso puede ganar durante un cierto tiempo, pero al final fracasa por su incompetencia. Ya no se puede gobernar un país únicamente con ideas religiosas. Los problemas del mundo moderno no pueden resolverse con rezos, sencillamente no es posible".
En Egipto, sin embargo, los acontecimientos han adquirido un sesgo preocupante, admite. "Morsi, que fue elegido tras un compromiso entre el Ejército y los Hermanos Musulmanes, no tuvo la inteligencia de atraer hacia él a los laicos y los modernos, los rebeldes democraticos. Está bajo la presión de los fundamentalistas, que le han obligado a hacer una Constitución que convierte la revolución en... una especie de república teocrática como la de Irán, en la que el derecho no tiene ya que ver con la justicia sino con los profesores de teología. Pero la lucha no se ha terminado", dice Ben Jelloun, que ve muchas más sombras en Siria, "un caso aparte". "Bachar al Asad tiene una concepción mafiosa del poder, sólo puede ganar matando. Y si decide negociar con los rebeldes, será asesinado por sus propios partisanos. Está acabado, no tiene ningún futuro. Pero el problema no es ése, sino qué va a pasar con pueblo sirio, que se enfrenta a una auténtica guerra civil".
Ben Jelloun vino a hablar en especial de sus dos útimas obras publicadas en España, ambas el año pasado y dentro del catálogo de Alienza: la novela El retorno y La primavera árabe: El despertar de la dignidad, un ensayo urgente que sigue el rastro de las complejas transformaciones que están experimentando las sociedades árabes, y con ellas sus estados, unas páginas que prestan especial atención a Túnez y Egipto y que centraron el encuentro con la prensa que ofreció antes del acto en el antiguo Pabellón de Marruecos, presentado por el periodista Javier Valenzuela y organizado por Tres Culturas y el Ministerio Encargado de los Marroquíes Residentes en el marco del Proyecto Menara.
El autor considera que la primavera árabe, a la que él concede estatuto no de "revuelta" sino de "revolución de nuevo cuño: espontánea e improvisada", por su calado "ético y moral", no ha terminado, de modo que es pronto, añade, para juzgar sus logros. "Existe una lucha entre dos visiones del mundo: una centrada en la religión como forma tradicional de la vida, y otra que se basa en la modernidad, en el reconocimiento de los derechos del individuo, en la igualdad de hombres y mujeres, en los valores democráticos.Ahora la regresión conservadora está ganando la partida, eso parece, pero nada está decidido", afirma el escritor, que admira el "papel enorme" que han jugado en las protestas las mujeres árabes y señala como motor de estos cambios a "los hijos de esos emigrantes que se fueron a trabajar en el extranjero como ejecutivos, ingenieros, profesores...". "Es un proceso que llevará aún varios años", insiste.
En el libro, Ben Jelloun recuerda -sin acritud, más bien con estupor retroactivo- el decisivo apoyo, también por omisión, que encontraron en el escenario político internacional los gobernantes árabes, ya fueran autoritarios o abiertamente dictatoriales, con sus democracias en el mejor de los casos tan sólo "formales". "Occidente debe observar lo que está ocurriendo y ayudar en lo que pueda a los movimientos laicos y democráticos. Pienso que al menos Europa ha entendido que no puede ser ya ser tan cómplice de los dictadores. Creo que se tendrá mucho más cuidado con eso porque la historia ha dado una buena lección", dice Ben Jelloun, que desde 1971 ha desarrollado prácticamente toda su carrera en Francia, en cuya lengua escribe sus libros.
Sobre el riesgo de que los integristas capitalicen y amorticen estos cambios, el escritor, que se declara "laico", defensor por tanto de la separación de religión y política, se muestra tranquilo. "El integrismo religioso puede ganar durante un cierto tiempo, pero al final fracasa por su incompetencia. Ya no se puede gobernar un país únicamente con ideas religiosas. Los problemas del mundo moderno no pueden resolverse con rezos, sencillamente no es posible".
En Egipto, sin embargo, los acontecimientos han adquirido un sesgo preocupante, admite. "Morsi, que fue elegido tras un compromiso entre el Ejército y los Hermanos Musulmanes, no tuvo la inteligencia de atraer hacia él a los laicos y los modernos, los rebeldes democraticos. Está bajo la presión de los fundamentalistas, que le han obligado a hacer una Constitución que convierte la revolución en... una especie de república teocrática como la de Irán, en la que el derecho no tiene ya que ver con la justicia sino con los profesores de teología. Pero la lucha no se ha terminado", dice Ben Jelloun, que ve muchas más sombras en Siria, "un caso aparte". "Bachar al Asad tiene una concepción mafiosa del poder, sólo puede ganar matando. Y si decide negociar con los rebeldes, será asesinado por sus propios partisanos. Está acabado, no tiene ningún futuro. Pero el problema no es ése, sino qué va a pasar con pueblo sirio, que se enfrenta a una auténtica guerra civil".
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