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Tomando el tren hacia la Montaña Mágica

Cuando apenas comenzaba a dar mis primeros pasos en el círculo de literatura Yelida, recuerdo con emoción la afirmación de nuestro querido líder cultural sobre cuál sería el libro a leer para la próxima semana, al escuchar La montaña mágica de Thomas Mann, una vez mas me sobresaltó la emoción, me dije a mis adentro, una gran obra vamos a leer. Pues hacia varios años que la había leído, y al retomarla nos encaminamos por el fascinante mundo Hans Castorp. Me alegra descubrir en su lectura, los intrínsecos placeres que la rodeada y su poder de no soltar el libro hasta terminarlo, no ha disminuido. Es una experiencia tan agradable y fresca que cada una de sus páginas nos proporciona un estallido de ideas.

Teniendo como título original Der Zauberberg, la Montaña Mágica es una de las obras más emblemática del escritor alemán Thomas Mann 1875-1955. Fue publicada por primera vez en el 1924. Como obra de ficción es cuasi comparable al Ulises de James Joyce y a En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. Thomas Mann ha escrito otras obras dentro de su catalogo que han recibido laureados reconocimientos como: Los Buddenbrook, publicada en 1910, Muerte en Venencia, entre otras obras. Pero, al hablar de Thomas Mann es emprender un viaje en tren hacia la Montaña Mágica.

La novela se desarrolla en un sanatorio para enfermo de tuberculosis. Hans Castorp, un joven huérfano pero de familia burguesa, emprende un viaje para visitar a su primo Joachim Ziemssen por tres semanas, quien se ve imposibilitado de desarrollar su carrera militar producto de una afección pulmonar. El sanatorio Beghof, símbolo de la Europa, un diminuto lugar donde habitan personas de todo el continente y donde ostentan una filosofía de vida ayudan a Hans Castorp a visualizar su modus vivendi de otra manera. Encumbrado en los Alpes Suizos, casualmente se le diagnostica en una inspección medica a causa de un catarro, un brote de tuberculosis, lo cual lo imposibilita de regresar Hamburgo y extendiendo su estadía hasta siete años.

Tres semanas no fueron suficientes para Hans Castorp, sino que el tiempo fue un fuerte aliado en sus experiencias en el sanatorio de Beghof. Cómo olvidar aquel capítulo VII Paseo por la arena donde dice: “El tiempo pasaba, resbalaba, el tiempo seguía su curso.. El tiempo es el elemento de la narración,, como es el elemento de la vida, se halla indisolublemente unidos a los cuerpos en el espacio. El tiempo es también un elemento de la música, la cual mide y divide el tiempo, lo hace a la vez preciso y divertido..”. Este tiempo fue más que una pura narración, una concatenación de estadios que hicieron lapidar la idea de retorno.

El temática de la novela se habré a un universo de consideraciones que lo llevan a preguntarse sobre el amor, la muerte, la lujuria, la enfermedad, la constitución del cuerpo humano y la naturaleza, la medicina, la moral y la política ampliamente debatida por dos de los principales personajes, páginas dedicada a la tuberculosis, la química orgánica, la filosofía, la música, entre otros temas que la hacen una novela totalitaria. “En el aislado sanatorio Berghof, la rica burguesía de la Europa liberal y cristiana vive en un estado contemplativo e indolente, aceptando su enfermedad no como una desgracia, sino como una frívola lotería que les permite vivir al margen de las tribulaciones de la "llanura", como ellos conocen al mundo exterior. En el sanatorio Berghof se ha instaurado un lujurioso culto a la Muerte, y enterrados en vida, los pacientes han perdido el contacto con la realidad. Muchos, como Hans Castorp, permanecerán en el sanatorio incluso una vez sanados, incapaces de escapar a su atracción fatal. La institución la preside el viscoso médico jefe Behrens, tipo universal de Rhadamante, el juez-verdugo de la mitología griega: él mismo diagnostica la enfermedad y dictamina el tiempo de permanencia en Berghof. Pero, he aquí el siniestro círculo vicioso: Behrens, supremo sacerdote del culto a la enfermedad, es a la vez médico y tuberculoso incurable.
Sobre la complejísima relación entre amor, enfermedad y muerte se tejen las más brillantes páginas de la novela”.

No podemos dejar a un lado a dos de los grandes personajes que hacen de la novela una verdadera lucha de ideas. Ludovico Settembrini, un literato liberal humanista e enciclopedista italiano, discípulo del poeta y librepensador Carducci, seguidor de la Razón, de concesiones volteriana y roussioniana, apegado a los dictámenes de la ciencia, un fiel parlante del progreso, portavoz de los derechos humanos, seguidor de las ideas del liberalismo económico y la democracia, amante de la cultura clásica y del clasicismo alemán. Con ideas expansivas se rebela contra su enfermedad, donde intenta a través de la razón del espíritu hacer retroceder la tiranía de esta.


"Humanista, ciertamente lo soy. (...) Siento respeto y amor hacia el cuerpo, como siento respeto y hacia la forma, la belleza, la libertad, la alegría y el placer, como me represento el mundo de los intereses vitales contra la huida sentimental fuera del mundo y el clasicismo contra el romanticismo. (...) Pero hay un poder, un principio hacia el cual va mi más alta aprobación, mi homenaje supremo y último y mi amor, y esta potencia, este principio, es el espíritu. Por repugnancia que experimente al ver que se opone no sé qué especie de tejido, que fantasma de luz de luna al cual se llama "alma", considero que en esa antítesis entre el espíritu y el cuerpo, el cuerpo significa el principio malo y diabólico, pues el cuerpo es naturaleza, y la naturaleza (....) es mala; mística y mala".

Ludovico Settembrini es uno de esos personajes, que por mas contrarios que este a nuestro ideales, absorben toda nuestra atención. Es un personaje del cual no logramos safarnos, pues todo lo que plantea nos conduce a una guerra de posiciones, en hacernos parte de su planteamiento o rechazarlo.

Por otro lado encontramos a su fiel contrincante, León Naphta, un jesuita judío y marxista nihilista que denigra la democracia, inspirándose en la síntesis religiosa de la Edad Media y lamentándose en todo momento que Europa se haya apartado de la fe. De concesiones católico fundamentalista, reaccionario radical, se circunscribe a la oposición Kultur y el alma germana frente a la civilización europea de Ludovico Settembrini. De amplio conocimiento, algo fanatizado por su defensa teocrática-comunista. Conocedor de la obra del papa Gregorio el Grande, expositor de la Inquisición, la cual defiende, y la que trae una de las discusiones más férreas entre ambos personajes.

"No - continuó diciendo Naphta - no es la l liberación y la expansión del Yo lo que constituye el secreto y la exigencia de nuestro tiempo. Lo que necesita, lo que pide, lo que tendrá, es el Terror."
(...)
Su deber es instituir el terror para salvar al mundo, para alcanzar lo que fue el fin del Salvador: la vida en Dios sin el Estado ni las clases".

Los debates entre Ludovico Settembrini, partidario del Renacimiento y la Ilustración, y León Naphta, apóstol de la Contrarreforma, son siempre despiadados, ironizados y llegan prontamente, resbalándose en el tiempo cuando llegan al meollo cuando Naphta lanza una profecía de lo que habría de triunfar en Alemania diez años después de publicarse la Montaña Mágica:

“¡No! – Continuo Naphta-. El misterio y el progreso de nuestra época no son la liberación y el desarrollo del ego. Lo que necesita nuestra época, lo que exige, lo que creara para si misma es…el terror”

Ambos personajes despiertan en nosotros un gran interés, mas por el recurso de ironía empleado por Thomas Mann, Settembrini nos absorbe toda la atención.

En los últimos capítulos el ritmo de la novela se acelera. Se producen algunos sucesos, que hacen del sanatorio un ambiente en camino al deterioro y surjan conflictos entre los residentes, que presagian el desastre. Uno de estos conflictos es el duelo de pistolas entre Ludovico Settembrini y León Napta, donde el primero dispara intencionalmente al cielo y León Naphta se vuela la tapa de los sesos.

Las últimas páginas vemos a Hans Castorp enrolado en la Primer Guerra Mundial, asaltando una trinchera francesa: “sueño que (gobernaba), fruto de la muerte y la lujuria del cuerpo. De esta fiesta mundial de la muerte, de este temible ardor febril que incendia el cielo lluvioso del crepúsculo, ¿se elevará algún día el amor?”. Estas últimas palabras nos dejan un sabor tan agradable, que nos da la impresión que al dejar la página uno pueda encontrar mas palabras en la siguiente, pero es todo lo contrario se producen un vacío cuando vemos que aquí finiquito todo.

Esta obra publicada en 1924, retrata la Europa que había empezado a quebrarse en la Primera Guerra Mundial, esa castatrofe a la cual se une Hans Castorp cuando desciende al fin de su Montaña Mágica. Buena parte de la cultura humanista sobrevivió a la gran guerra, pero, en vena profética. Thomas Mann percibe el horror nazi que se tomaría el poder una breve década después de la aparición de su novela.

Mi querido lector si te dejaste atrapar por la ironía de Thomas Mann en el propósito que expresa de esta novela: “Queremos contar la historia de Hans Castorp, no por él (pues el lector ya llegará a conocerle como un joven modesto y simpático), sino por amor a su historia, que nos parece, hasta el más alto grado, digna de ser contada…”. Recordará para siempre que este escritor, sin importar que haya recibido el premio Nóbel en 1929, es y seguirá siendo uno de los grandes escritores de las letras universales.

“Nuestra sensibilidad es la fuerza viril que despierta a la vida. La vida duerme. Quiere ser despertado por el divino sentimiento, pues el sentimiento, joven, es divino. El hombre es divino en la medida que es sensible. Es la sensibilidad de Dios. Dios le ha creado para sentir a través de él. El hombre no es más que el órgano mediante el cual Dios realiza sus bodas con la vida despierta y embriagada. Si el hombre falta a la sensibilidad, falta a Dios, es la derrota de la fuerza viril de Dios, constituye una catástrofe cósmica, un terror inimaginable…” La Montaña Mágica, Thomas Mann

Alberony Martínez



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