Título original: Madame Sourdis
Autor: Èmile Zola
Presentación y traducción: Luis Puelles Romero
Editorial: Abada editores
Año de publicación: 1880
Número de pagina: 88
Si un vinculo tiene los seres humanos con la literatura, es que esta por lo genera, suele describirnos como seres especulares, seres que de algún modo se auto definen como la imagen que los demás son capaces de devolverle. Esta idea de que somos un reflejo continuo de nuestros antepasados es un claro ejemplo, que nuestras acciones, aunque parezcan moderna, siempre tiene un origen, que subyace en ese otro que dejo de existir, y que somos solo replicas de una conciencia y memoria que el lenguaje utiliza para sorpréndenos.
Esta novela Madame Sourdis escrita por Èmile Zola constituye un claro ejemplo de que las conductas que nos pueden ser sorprendente, eso sorprendente ya ha tenido un origen mucho pasos atrás con otros actores. Esta novela que vino a ver su publicación en Francia veinte años después de ser publicada en 1880 en San Petersburgo en Le Messager de l’Europe porque en los pasillos de la sociedad francesa se decia que la periodista Julia Allard sostenia la produccion literaria de su esposo, el escritor Alphonse Daudet, y Zola tuvo que esperar que Daudet muriera 1897 para hacer publica en su idioma.
La ficción se nutre de los acontecimientos que pululan en la sociedad, donde el escritor tiene la libertad de hacer que esa historia que nos va a contar nos parezca real, al punto que se conecte con nuestra experiencia, de ahí quizás sea que nosotros nos veamos como coautores de esa realidad que se convertirá en ficción. Y no es un caso ajeno, que Èmile Zola acuda a la realidad para dejar con la ficción un historia, que así como Julia Allard y Alphonse Daudet, tenga otras historias paralelas como fue el caso de los escultores Camille Claudel y Auguste Rodin. Pero, Zola en vez de darnos a conocer esos nombres, lo ficciona a través de Ferdinand Sourdis y Adèle o Madame Sourdis.
Cuenta la novela, que el pintor Ferdinand Sourdis, quien se encontraba en la Plaza de Mercoeur, una comunidad de unos ocho mil habitantes, se abastecia de la tiende del tio Morand, la cual tambien era frecuentada por el celebre Rennequin, quien tenía gran fama. Morand a su vez era el padre de Adèle, una jóven de unos veinte dos años, de baja estatura, gordita, de cara redonda y agradable, la atendia, pero tambien era pintora de acuarelas, aunque decía que no deseaba casarse. Mercouer. Esta cuidadela era reconocida por su curtiduras y por las bellas artes. Este negocio no era un instrumento para obtener grandes ganancias, sino una vocación, una afición antigua, pues Morand tenía sucesivas herencias, era un personaje que vivía feliz, burgues y reaccionario frente a los días malos del negocio.
“¿Por qué no envías tus acuarelas al Salón?, le preguntó un día el pintor, que continuaba tuteándola como a un viejo amigo. Yo haría para que fueran recibidas».”
“¡Oh! Una pintura de mujer, eso no vale la pena».”
En los avatares de la ciudadelas, mientras Ferdinand se iba adaptando, la vida le iba dando un vuelto, pues, este pinto pertenencia a una gran familia caída en ruina, y a quien le había llegado la muerte de sus padre, llego a estar en un estado depreciable a causa de la suciedad y ociosidad. “El tío Morand acabó por acostumbrarse, y no se interesaba más por él que por otros.”
Las oportunidades en la vida tienen una fisonomía la cuales no vemos en el momento, las cuales a diario nos topamos con ella, pero que en el transcurso de nuestra vida no le vemos partidas para sacar provechos de ellas, y es aquí un claro ejemplo de lo realizado por Adèle, si el negocio era frecuentado por dos grandes pintores, reconocidos en Paris, exponente del Salón, porque no sacar partida de esa oportunidad, y es aquí, que esta joven quien fisicamente, aunque era hermosa, pero algo sobre peso, le plantea una propuesta a Morand: “Papá, ¿por qué no le pides uno de sus cuadros al señor Sourdis…? Lo pondríamos en el escaparate.” Esta propuesta será la conexión entre Ferdinand, un hombre que en cierta ocaciones abandonaba la pintura, se daba la borrachera y Adèle, una jovenzuela calculadora, productiva, por el resto de su vida. Al ser aceptada la propuesta, el cuadro de Ferdinand fue enmarcado y expuesto.
No se sabría decir, quien fue mas astuto, si Adèle, arrastrando a Ferdinand a pactar un acuerdo para hacer levantar al moribundo oficio de éste o hacer de beneficios económico y tener cerca de su esposo. El acuerdo era el siguiente: Ella aportará su herencia de pequeña burguesa e hija única y pintar acuarelas, mientas que él deberá concentrarse en conquistar los Salones y las ventas abultadas a la Administración. Este acuerdo en el camino fue violado varias veces por el, siendo el pinto reconocido corrompía en la sociedad, borrachera, prostitución pero ella a pesar de esto, la ideas que Ferdinand tenia, ella la terminaba pintado, el firmaba el cuadro, porque era el reconocido, mientras ella era la que pasaba horas pintandolo. Como nos dice Luis Puelles Romero: La triste historia de la mediocridad. Adèle se profesionalizó en el arte de falsificar o copiar obras. Pero este acuerdo era sabido por su amigo Rennequin, pues las limitaciones de Ferdinand por la edad y sus caprichosas andanzas no creía en la laboriosidad de éste.
Esta novela corta que consta de cuatro capitulo es de una fácil lectura, con la características de que tiene las novelas del realismo literarios, que en su fin ultimo busca reproducir el ambiente social y de la época en que vive el escritor de turno, siendo lo mas sencilla posible para que todos la comprendan.
En sus manos
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