Este hombre, Akinwande Oluwole Soyinka, Wole Soyinka para el mundo, de la tribu Yoruba, tiene 87 años y fue el primer escritor africano de raza negra en conseguir el Premio Nobel de Literatura. Ocurrió en 1986. Para entonces había escrito varias obras de teatro sulfurosas, numerosos ensayos y un puñado de poemas fijados en cualquier superficie bajo la agonía que ofrece una celda de aislamiento en la ciudad de Lagos. Estudió en la Universidad de Leeds (Gran Bretaña). Ha vivido durante décadas una mitad del año en Abeokuta (su pueblo de origen) y la otra en Los Ángeles (EEUU). Conoce los mejores escenarios de Europa (donde ha estrenado) y la peor cárcel de Nigeria. Le han intentado acelerar la muerte unas cuantas veces por denunciar en voz alta la tiranía y la corrupción de varias familias de sátrapas africanos. Ha tenido que escapar varias veces de su casa, una de ellas de paquete en una motocicleta durante 10 horas por caminos terribles. Y aquí sigue.
Cuando no lo esperaba, Soyinka se echó a escribir novela otra vez Hacía medio siglo que no publicaba narrativa. En dos años, entre Senegal, Ghana y su país escribió Crónicas desde el país de la gente más feliz de la Tierra (Alfaguara), una historia detectivesca donde arma un atlas de la Nigeria actual a través de un animado equipo de personajes que van desde la calle a la universidad, de la corrupción a la política seria, de la religión desatada de los predicadores al tráfico de órganos... El de Soyinka en estas páginas (619) es un territorio fingido, pero febrilmente real. Y lo cuenta con una ironía casi festiva, con una sátira de cierta amargura.
- 50 años para esta novela, ¿la estaba esperando?
- No, no, apareció. Han sido dos años de escritura. Yo sabía que iba a escribir ficción, pero necesitaba apartarme del entorno que impulsó todo el contenido. Un amigo me prestó su casa en un pueblo cerca de Dakar y ahí me aislé durante unos 8 días. Ahí fue donde comencé el relato. Hubo una pausa y un poco después el ex presidente de Ghana me ofreció allí otra casa para mi reclusión literaria. Luego llegó el confinamiento, todo se detuvo y me encontré en mi casa de Abeokuta, en medio del bosque, rodeado de los personajes de Crónicas.... Y rematé esta historia.
- ¿Había dado por cerrada su obra narrativa?
- Sí, sin duda. Con la novela anterior, y de eso hace demasiado. Lo que continué escribiendo durante décadas es teatro, poesía y ensayo. Los personajes de las novelas te juegan malas pasadas. Me siento más cómodo en el teatro, donde puedo controlar mejor lo que sucede.
- La obra coincide con el 60º aniversario de la independencia de Nigeria. ¿Cuánto hay de simbólico?
- Mucho, pero también la hice coincidir conscientemente. Mientras escribía me di cuenta de que uno de los temas del libro, como parte de la tradición nigeriana, es la celebración. Celebrar es uno de los fundamentos de la cultura africana.Y como no estábamos lejos de ese aniversario hice que esta novela fuese un regalo de cumpleaños a mi país.
Wole Soyinka habla bajo una nube de pelo que crece hacia arriba como un hongo atómico. Lleva chaleco de trompetista escapado de algún tugurio de Nueva Orleans. Camisa celeste con cuello mao. Perilla de arponero. Tiene algo de baobab contestatario, maneras de árbol lento que hace sonar su desencanto con un martillo de ideas contrarias.
Este libro es un mapa de la Nigeria actual, con todo el pasado asomando. Y resulta posible entender algo que decía hace poco sobre Nigeria: había descarrilado. ¿En qué sentido? "En el sentido más profundo. Mi país se ha salido de los raíles humanos. Los valores con los crecí, todo aquello que me conformó como lo que soy, se ha desintegrado. Yo conocí un país de alegría, de bondad, de filosofía comunitaria... inexistente ahora". ¿Qué sucedió? "El boom del petróleo, el dinero fácil y el asedio los pequeños agricultores y las aldeas... Todo por conseguir riqueza inmediata. Eso trajo la corrupción y después se sumó irrupción del fanatismo religioso destruyendo el sistema educativo y las infraestructuras. Y una terrible caza de brujas contra quienes no formaban parte de los extremos".
Le ha dado varias veces la vuelta al planeta arriesgando opiniones para denunciar la farsa de Occidente frente a África. Es un activista, aunque sobre todo es un escritor que a los 12 años, en su pueblo, veía a su padre escribir sin descanso y aquello le fascinaba. No se cansa mover las mandíbulas contando su historia, la de su pueblo. Soyinka se mantiene en el sofá de la entrevista con la desgana cordial de quien lleva demasiados años intentando acabar con tantas estulticias y contándolo desde el altavoz de la escritura. Su ideario mítico se confeccionó alrededor de un fuego con leños donde los viejos del lugar cantaban historias de la cultura yoruba. Esa arcilla primera halló su horma cuando saltó a la Universidad de Leeds, donde descubrió el teatro occidental, al que injertó los brotes extraordinarios del imaginario africano. Ahí empezó todo. En 2016 renunció a su tarjeta de residencia en EEUU, cuando los primeros arreones de Donald Trump.
Con todo, escribe con más contundencia que ira: "No elegí nacer en esta sociedad oscura pero me he encontrado en ella, así que tengo que aceptarlo y saber vivir con ello, intentar aprovecharlo. Es un desafío", dice. Atento a todo lo que sucede alrededor y capaz de sintetizar en 40 minutos la historia reciente de Nigeria con una clarividencia desarmante, sólo lanza una queja cuando la conversación se estira hasta la realidad de tantos millones de mujeres y hombres que dan cuerpo a lo que se denomina crisis migratoria: "La mía es una nación que acumula un extraordinario talento, pero eso parece importar cada vez menos. Vivimos en un momento muy xenófobo, cada vez con más sospechas contra el otro. Estamos perdiendo generaciones enteras para nada. Entre los millones de mujeres y hombres exiliados vienen los próximos pensadores africanos, los científicos, los poetas de mañana, no sólo mano de obra. Es muy frustrante".
Algunos de esos jóvenes en los que cree Soyinka pertenecen a la nueva generación de escritoras africanas (Chimamanda Ngozi Adichie, NoViolet Bulawayo, Aminatta Forna, Kopano Matlwa...). En ellas aprende. Y con ellas coincide en una relectura del colonialismo: "Los escritores que están contando África, ellas y ellos, están más preocupados por el colonialismo interno de hoy. El externo ya ha sido identificado como enemigo y están alerta. En este sentido, la amenaza es el asentamiento cada vez mayor de China en toda África y la agresión cultural que sufre el continente. Pero cuando hablo de un problema mayor, el colonialismo interno, me refiero al que ejercen las dictaduras militares en este momento. Y el de los controles territoriales donde no debía haber ese control. Eso es lo que también frena nuestra tierra".
Pero si Soyinka tuviese que quedarse en algún lugar de su escritura el tiempo que le quede, tiene claro que sería en la poesía. "La extraigo de cualquier lugar. Me conecta con mi juventud, me conecta con un mundo que ya no está. Y me permite entender mejor dónde estoy".
Fuente:elmundo.es
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