Las novelas que se escriben en el Reino Unido pintan un territorio aislado, simplista y con aires distópicos, que encaja demasiado bien con la realidad inhóspita de la era pos-Brexit.
Las largas colas ante las gasolineras y los estantes vacíos en las tiendas no son imágenes muy diferentes de los escenarios apocalípticos que están pintando los autores británicos en sus últimos libros. Se extiende una mirada literaria que, por esta vez, encaja a la perfección con la realidad de un país que ha echado el cerrojo al exterior, que se repliega en sí mismo y que enarbola un orgullo patrio que, en pleno desafío a su propia historia, lo aparta del mundo. Igual que George Orwell retrató en 1984 cómo media Europa se oscurecía bajo el manto del totalitarismo, nuevos libros están sentando las bases de esta era de aislamiento, de simplismo y de miedo al extranjero, sea en formato distópico o con aires de realismo.
“Inglaterra es infinitamente más pobre y ocupa un lugar económica y culturalmente más pequeño después del Brexit”, cuenta Lee Brackstone, editor de la británica Orion. Él nació en 1973, el año en que el Reino Unido se unió al mercado común, y vivió con intensidad la Inglaterra dinámica de los noventa que varias generaciones recuerdan. “Vivía orgulloso de ser británico y hoy me avergüenzo de serlo. Los gánsteres que han vendido la mentira de la soberanía, especialmente a esa clase trabajadora que ha sido ignorada durante tres generaciones, han creado un país racista y que mira al pasado, consumido por la nostalgia de un Reino Unido que nunca existió y ahora visitada por los fantasmas de los peores pecados coloniales. Lo tóxico se ha transferido al resto del país”. Por eso él, como editor, también intenta acompañar su tiempo en medio de la marea de títulos contagiados de nacionalismo: “Observa el éxito de libros sobre la Segunda Guerra Mundial, sobre Churchill o la cantidad de títulos con las palabras ‘britain’ o ‘british’ en el título”, explica. “Espero que la literatura sea uno de los lugares de resistencia y desafío frente a lo que está ocurriendo”.
Brackstone ha publicado The Paper Lantern (Orion), la primera novela del poeta Will Burns, que Literatura Random House llevará al mercado en español en abril. Es la próxima novedad de una corriente que arrastra una lava no exactamente volcánica, pero sí cargada de autocrítica, de trazas de apocalipsis, a ratos de furia, de enfado por el aislamiento británico y de incertidumbre ante el inhóspito país que emergerá de todo esto.
“Lo que está ocurriendo es una tormenta perfecta que mezcla el resentimiento, la antipatía y el viejo sentimiento de primacía británica, pero no solo”, asegura Burns. “El país se ha vuelto incapaz de un pensamiento complejo. Y el lento debilitamiento del debate a través de una constante erosión de las artes y la cultura por parte del Gobierno ha creado una atmósfera extraña. Parece que no podemos debatir nada sin descender a la puerilidad y el populismo. Este se ha vuelto un país incapaz de hablar hacia afuera con credibilidad”.
Cuñados a la inglesa
Su libro, según describe él mismo, reúne en torno a un pub cercano a Chequers, la residencia de campo del primer ministro bitánico, a una colección de personajes xenófobos, acríticos, creyentes del mercado, de la excepcionalidad británica y de cualquier teoría de la conspiración que involucre a la Unión Europea. Cuñados a la inglesa, que se diría aquí.
Son muchos los autores que navegan en esa corriente ―imparable― que busca entre incertidumbres —pero imparable— el lugar y el modo de desembocar. Ahí están Ali Smith, que dibuja la decadencia del país en Otoño (Nórdica); John Lanchester, que trazó una brutal muralla defensiva ante las incursiones de los Otros en El Muro (Anagrama), Ian McEwan con La cucaracha; Jonathan Coe, con El corazón de Inglaterra, y, en estos días, Robert Harris, que retrata la difícil vida que emerge tras el apocalipsis en El despertar de la herejía (Grijalbo).
Si estos no son tiempos apocalípticos, sostiene Harris por videoconferencia, “sí son preapocalípticos”. Su novela parece pintar un pasado medieval, una sociedad antiquísima de gran dureza y fuertes trabajos físicos que empieza a sorprender al lector cuando aparecen restos de plástico y más elementos que no desvelaremos. Ni se menciona el Brexit, ni el populismo, ni ninguno de los problemas de hoy, pero Harris reconoce que el Brexit está conectado con su novela al abordar “el miedo al extranjero y pintar una sociedad muy retirada, replegada en sí misma, en su isla, que ha dado marcha atrás al reloj. Es la Inglaterra del Brexit y la Inglaterra de hoy”.
También Lanchester, creador de ese muro que sobrecoge a los lectores al dividir el mundo entre Inglaterra y los Otros, se reconoce en el dibujo de este momento desde su particular distopía. Cuenta que, mientras escribía El Muro, hizo el ejercicio de proyectar hacia el futuro las actuales tendencias y de imaginar a dónde nos llevarán si prosiguen su curso. “Una de esas tendencias afecta al clima y la otra al repliegue que está ocurriendo en todo el mundo desarrollado. Nada de esto pasa solo en Reino Unido, por desgracia”.
También brillan otros libros que aún no han sido traducidos al español, como Rule Britannia, Brexit and the End of Empire, un popular ensayo sobre todo lo que se va a perder el país por dar la espalda a Europa. Escrito por Sally Tomlinson y Danny Dorling, enarbola un pesimismo y un criticismo que rompen incluso el mito de esa supuesta apertura que transmitía antes Reino Unido: “Esa visión era fruto de unas gafas tintadas. El sistema educativo es el menos meritocrático de Europa, la brecha se ha duplicado desde 2010 y lo que importa es que tus padres puedan pagar buenos colegios. Ese fenómeno cultural de los noventa era más propaganda que realidad”, responde.
Exilios
Más allá de la producción literaria, algunos autores protagonizan en carne propia un éxodo que ha llevado a Rachel Cusk, por ejemplo, a París, o a Orlando Figes a obtener la nacionalidad alemana, que pudo conseguir como judío descendiente de alemanes a los que se les privó de ella, y a vivir en Italia, donde puede disfrutar de un sistema sanitario, por ejemplo, que no tendría como británico. Jeanette Winterson confiesa que no sabe cuánto tiempo aguantará viviendo en su país, que hoy la avergüenza. Y Jon Savage, autor de una ambiciosa historia del punk que mantuvo en español su nombre inglés, England’s Dreaming(Reservoir Books) se ha refugiado en Gales ante el retroceso social que también percibe como gay: “Aún no hemos tocado fondo. Inglaterra aún está soñando [parafrasea el título de su libro], como ha hecho siempre, pero ese sueño ahora se ha convertido en pesadilla y mis sentimientos hacia mi país son la razón principal de que ahora viva en otro país, Gales. El establishment inglés está podrido y necesita una revisión completa”.
El historiador británico Orlando Figes lamenta el aspecto de su país de nacimiento que, tras el Brexit y la pandemia, se le presenta como “vaciado”. “No creo que vuelva a la posición preeminente que tuvo un día en Europa y en el mundo. Reino Unido es hoy un lugar menor, disminuido en su significado, más pobre en lo cultural y económico y más aislado”. Y la Inglaterra del futuro, pronostica, será un lugar aún “más pequeño geográfica y económicamente y con menos importancia en el mundo”.
El también historiador Paul Preston cree que el país “nunca se ha ajustado a la pérdida del imperio” y, confundido por la superioridad de Estados Unidos, que ha convertido el inglés en el mayor idioma del mundo, no se ha abierto a otros idiomas y países. “Las consecuencias solo están empezando a verse ahora y la gran pregunta es por qué estos efectos desastrosos como la escasez de víveres y gasolina, la falta de especialistas en la sanidad pública o todo el sistema de aprovisionamiento no pasa la factura a Boris Johnson, que saca provecho hasta de la impresión de ser incompetente”.
Qué Inglaterra saldrá de todo esto es la gran pregunta que a todos los consultados inquieta y que, más allá de los improperios que profieren contra el primer ministro británico y los partidarios del Brexit, se animan a contestar. “Necesitamos tiempo para evaluar la lesión que nos hemos infligido con el Brexit”, asegura el novelista William Boyd. Por fortuna, dice, la novela que está escribiendo transcurre en el siglo XIX, y está “muy contento de estar ahí con mi imaginación. ¡Mucho más interesante que el presente!”. El editor Brackstone cree que se tardará alguna generación en solucionar. “A mis hijos les han robado el futuro, sus horizontes se han achicado”. Y Winterson, por su parte, seguirá trabajando para “expandir la imaginación de mis lectores porque, si vamos a tener un futuro mejor antes necesitamos imaginarlo. Al fin y al cabo, todo comienza como un gran acto de imaginación”. Imaginar será, así, la aportación de una generación de escritores ante esa “autolesión” que ha sido el Brexit.
Fuente: elpais.com
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