La autora de 'Apegos feroces' presenta en España su nuevo libro, 'Cuentas pendientes', un ensayo sobre la importancia de la relectura en el que detalla el papel que en su vida han tenido escritoras como Colette, Marguerite Duras o Natalia Ginzburg.
Un escritor es aquello que lee, sí. Pero sobre todo lo que relee. La relación que a lo largo de los años, a medida que se va definiendo su personalidad narrativa, va manteniendo con sus autores de cabecera va cambiando, igual que sus gustos y opiniones. Y eso influye, también, en su escritura, que es el reverso carnal de su propia vida. No es lo mismo acercarse a Colette en la fogosa adolescencia que hacerlo en la madurez. Como tampoco es igual encontrarse con Marguerite Duras en los años de universidad que en los de trabajo extenuante. Darse cuenta de ello no es fácil, pues hay que mirar muy dentro de uno, pero forma parte de la trama de
la novela que, en el fondo, es nuestra existencia.
Así lo defiende, con la vehemente inteligencia que en ella es habitual, Vivian Gornick (Nueva York, 1935) en su último ensayo, 'Cuentas pendientes. Reflexiones de una lectora reincidente' (Sexto Piso). Todo partió de su sorprendente reencuentro con 'Regreso a Howards End', al que volvió muchos años después de su primera lectura para darse cuenta de que era, casi, un libro distinto. Tanto como ella. Y se puso a escribir, teniendo claro, eso sí, que siempre que lee a Natalia Ginzburg ama un poco más la vida.
Gornick se bregó durante casi una década, en el efervescente Nueva York de los años sesenta, como periodista para el mítico 'Village Voice', y de ahí salió, precisamente, con una voz bien propia, particular y brillante. Eran los comienzos de un 'nuevo periodismo' que ella practicó desde la trinchera del feminismomás honesto. Con el tiempo, sus críticas y ensayos aparecerían en 'The New York Times', 'The Nation', 'The Atlantic Monthly'...
Referente
Su punto de inflexión literario fue la escritura de 'Apegos feroces', unas memorias en las que desgrana su relación con su madre y que la convirtieron en un referente del género autobiográfico, que no de la autoficción, término que se le queda pequeño. Aquel libro tardó en llegar a España —en Estados Unidos apareció en 1987 y aquí, treinta años después—, pero desde su publicación cada nueva obra de Gornick es recibida en nuestro país como un feliz acontecimiento: 'La mujer singular y la ciudad' (2018), 'Mirarse de frente'(2019) y esta última, 'Cuentas pendientes'.
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La pandemia ha impedido que la escritora estadounidense cruce el charco para charlar en persona sobre su último libro, pero si algo hemos aprendido en este último año y medio es a abrir las ventanas virtuales para dejar que los autores se cuelen en nuestras casas y, de paso, en las de sus lectores. En esta ocasión, un apartamento con vistas al río Hudson y un gato tímido, pero inquieto y celoso, debajo del perchero.
«Dejé que unos libros me sugirieran a otros. Colette me llevó a Marguerite Duras; Duras me llevó a Elizabeth Bowen… Esas conexiones me parecieron correctas a nivel intuitivo». Así, poco a poco, fue tomando forma 'Cuentas pendientes', una obra llena de referencias a ese tiempo pasado que, al menos en lo literario, siempre fue mejor. «Todos los libros que menciono son antiguos, ninguno es contemporáneo, así que muchos se centran en el amor, lo cual es de lo más anticuado. Y, a su vez, les doy a todos esos autores el mérito de escribir con pasión, con belleza y habilidad en el momento en el que lo hicieron».
Como ejemplo, Gornick vuelve a Colette. «No creo que ninguna mujer joven a día de hoy pueda leer a Colette, pueda sentir que una gran pasión sexual va a ser el centro de su vida. Su obra no tiene gran peso en el momento actual, porque todo lo que ella escribe ya no está en el orden del día, ya no le devuelve su propia experiencia al lector». Y eso es muy importante, porque sólo cuando el lector se ve reflejado en cada página se contagia de la sabiduría del escritor.
Lenguaje contemporáneo
Tal vez por ello ella se sienta tan desconectada de lo que se escribe ahora. «No leo novela contemporánea. Sólo lo hago cuando me insisten en la recomendación. Me sorprende la distancia con la que escriben los autores contemporáneos. Rachel Cusk es la distancia con patas. Escriba lo que escriba, al final es una mirada gélida sobre su época, y eso se convierte en el significado de su obra. Ese tono nos cuenta el momento actual. No podría haber escrito así hace cuarenta o cincuenta años, ella es la marca de los tiempos, una escritora que habla de su contemporaneidad».
Influye, también, el lenguaje, que, como la vida misma, ha cambiado, y no precisamente para bien. «Mucha gente joven en Estados Unidos escribe como si lo hiciera dentro de internet. El lenguaje se ha visto afectado, es un lenguaje muy extraño, no me reconozco en ese lenguaje». A pesar de ello, Gonick reconoce que «todos los escritores que leo me influyen de algún modo, en alguna parte de mi cabeza siempre queda algo registrado». A sus 86 años, lee cuatro horas diarias, y «todo tipo de cosas». Su relación con la lectura es «vibrante, está en constante evolución».
Gornick lleva cuarenta años respondiendo a la misma pregunta: ¿hasta qué punto un libro de memorias es un ejercicio de autoficción? Y tiene la respuesta tan clara como el primer día que tuvo que argumentarla. «Unas memorias son una pieza de experiencia compartida. La diferencia primordial entre unas memorias y una novela es que el lector sabe que en unas memorias el narrador es el escritor, de él emana la narración. En una novela son los personajes los que generan el drama necesario para que la narrativa avance. En unas memorias sólo te tienes a ti misma para generar drama, y por eso te tienes que implicar. Eso es lo que hay que conseguir en unas memorias: perfilar una pieza de experiencia».
Memorias y novelas
La escritora estadounidense es consciente de que en la actualidad el suyo es un género que tiene multitud de adeptos, hasta el punto de que «las memorias han sustituido más o menos a las novelas ahora mismo». Para explicar la razón, el porqué y el origen de esas modas y modos literarios, Gornick se remonta hasta la Segunda Guerra Mundial. «A partir de entonces, los testimonios se hicieron muy necesarios. Primo Levi no se puso a escribir ficción, sino testimonios crudos, desnudos, así encontró la vía para materializar su experiencia». Acaba la contienda, los testimonios se multiplicaron, y no sólo para manifestar el horror de lo allí vivido. Todo el mundo fue consciente de la necesidad de que las distintas experiencias se conocieran: «Nos pareció normal contarle al mundo lo que significaba ser nosotros. De ahí vienen estas obras».
Eso sí, ella tiene claro que «unas memorias tienen que poder contarle algo al lector desinteresado, no a la familia o a los amigos. Escribes para un lector desinteresado, lo que significa que tienes la misma responsabilidad que con cualquier otro tipo de lector». Y eso, por desgracia, no siempre se tiene en cuenta. «Soy una escritora de temas personales, pero me preocupa mucho el equilibrio entre el uso de mí misma y el tema sobre el que escribo. Desde el principio de mi vida como escritora, siempre me vi como una periodista personal. Entonces ya supe que me usaba a mí misma para hablar de otras cosas, y no al revés. A mis estudiantes siempre les he enseñado que sus sentimientos son un instrumento, no un tema, y si no los usas correctamente el trabajo no sale bien».
Feminismo y cambio
Parte importante del movimiento feminista de los sesenta y de los setenta en Estados Unidos, a Gornick el #MeToo le «sorprendió enormemente», pero lo analiza con la mejor de las perspectivas, la de haberlo vivido antes. «Estas jóvenes surgieron mucho más enfadadas de lo que estábamos nosotras, algunas incluso con una rabia revolucionaria, pedían que rodaran cabezas. Nosotras estábamos enfadadas, sí, pero esa no fue la marca principal. ¿Por qué se me publica ahora tanto en Europa? Por el resurgimiento del feminismo. La gente cree que lo conseguido es poco, que se ha tardado mucho tiempo. Pero para mí el mundo ha cambiado mucho, lo que hemos logrado es como un milagro».
Así se construye la historia, a base de repeticiones, hasta conseguir lo buscado, lo perseguido por tantas generaciones, siempre lo mismo: el ansiado cambio social. «Desde la Revolución Francesa, cada cincuenta años más o menos vuelve a plantearse el tema, una nueva generación descubre cosas por sí misma. Desde 2017, hay mucha ansiedad sobre el tema, lo cual es bueno, que haya revuelo está bien, pero sé que volveremos a ir para atrás, las cosas volverán a estar como estaban. Es así como el cambio se produce. A la gente de mi edad le ha costado mucho reconocer que las cosas no van a cambiar mañana, de la noche a la mañana. hay que ir paso a paso».
Fuente:abc.es
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