En Una curiosidad insaciable, Dawkins nos muestra un inusual recorrido por sus primeros años, su despertar intelectual en Oxford y el camino hasta la publicación de El gen egoísta. El autor pinta un vívido cuadro de su idílica niñez en el África colonial, sazonado con apuntes acerca de su familia y de las peculiaridades de la vida colonial tras la segunda guerra mundial. Salvo algunas enseñanzas inspiradoras en la escuela primaria y secundaria, su curiosidad intelectual no alzó plenamente el vuelo hasta su ingreso en Oxford. Tras entrar a Oxford en 1959, Dawkins comenzó a estudiar zoología y conoció a algunos de los legendarios mentores de la universidad, así como su sistema de tutorías. Es a este sistema educativo único al que Dawkins atribuye su despertar, ya que invitaba a los jóvenes a convertirse en sabios animándolos a plantear preguntas rigurosas y rastrear la biblioteca en busca de las últimas investigaciones. Su carrera en Oxford dio un inesperado giro en 1973, cuando comenzó a escribir El gen egoísta. He aquí las memorias de la niñez y el desarrollo intelectual del mundialmente famoso biólogo evolutivo y ateo militante, y el relato de cómo acabó escribiendo el que para muchos es uno de los libros más importantes del siglo XX.
Genes y salacots
«Encantado de conocerle, Clint.» El amigable revisor de pasaportes no tenía por qué saber que los británicos a veces tenemos un nombre famil iar delante, seguido del nombre elegido por sus padres. Yo iba a ser siempre Richard, igual que mi padre siempre fue John. Nuestro primer nombre, Clinton, era algo que habíamos olvidado, tal como nuestros padres habían pretendido. Para mí no ha sido más que una fuente menor de irritación sin la cual habría sido más feliz (a pesar de que la casualidad me haya dotado de las mismas iniciales que Charles Robert Danvin). Pero, por desgracia, nadie había avisado al departamento de seguridad nacional estadounidense. No contentos con escanear nuestros zapatos y racionar nuestra pasta de dientes, decretaron que todo aquel que entrase en Estados Unidos debía identificarse por su primer nombre, tal como viene escrito en el pasaporte. Así que tuve que olvidar mi identidad de toda la vida como Richard y rebautizarme como Clinton R. Dawkins, en particular a la hora de rellenar esos importantes formularios donde se nos demanda explícitamente negar que venimos a derrocar la constitución por la fuerza de las armas. («De visita por único propósito», fue la respuesta del locutor británico Gilbert Harding; hoy esta ligereza nos costaría que nos dieran con la puerta en las narices.)
Clinton Richard Dawkins, por lo tanto, es el nombre que consta en mi partida de nacimiento y en mi pasaporte, y mi padre se llamaba Clinton John. Resulta que él no fue el único C. Dawkins cuyo nombre apareció en Tbe Times como padre de un nit1o nacido en la maternidad de Eskotene, Nairobi, en marzo de 1941 . El otro fue el reverendo Cuthbert Dawkins, un misionero anglicano que no era pariente nuestro. Mi perpleja madre recibió una lluvia de felicitaciones de obispos y clérigos ingleses a quienes ella no conocía de nada, pero que deseaban la bendición de Dios para su hijo recién nacido. No podemos saber si las desencaminadas bendiciones dirigidas al hijo de Cuthbert tuvieron algún efecto beneficioso en mí, pero el caso es que él se hizo misionero como su padre y yo me hice biólogo como el mío. Todavía hoy mi madre me dice en broma que quizá sea yo el auténtico hijo de Cuthbert. Me alegra poder decir que no es sólo el parecido físico con mi padre lo que me reafirma en mi certeza de que no soy un niño intercambiado, y que mi destino nunca fue la Iglesia.
Clinton se convirtió en el nombre familiar de los Dawkins cuando mi tataradeudo Henry Dawkins (1765-1852) se casó con Augusta, hija del general Sir Henry Clinton (1738-1795), quien, como comandante en jefe de las fuerzas británicas de 1778 a 1782, fue en parte responsable de perder la guerra de la Independencia norteamericana. Las circunstancias del matrimonio hacen que la apropiación de su nombre por parte de la familia Dawkins parezca un tanto descarada. El siguiente pasaje procede de una historia de Great Portland Street, donde residió el general Clinton:
En 1788 su hija se fugó en un coche de caballos con el señor Dawkins, quien eludió la persecución situando otra media docena de coches de caballos en las esquinas de la calle que conducía a Portland Place, con la indicación de salir disparados, cada uno en una dirección distinta ...
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