Considerado uno de los escritores norteamericanos más importantes del último medio siglo, la trayectoria de E. L. Doctorow (El Bronx, Nueva York, 1931) es ejemplar. En su vasta producción hay zonas deslumbrantes, pero poco transitadas, como sus cuentos o sus ensayos. Como novelista es autor de una docena de títulos que asombran por lo sostenido de su calidad, con novelas como El libro de Daniel (1971), Ragtime (1975), Billy Bathgate (1989), El arca de agua (1994), La ciudad de Dios (2000), o La gran marcha (2005). En su obra narrativa Doctorow desarticula con infinita gracia, eficacia y lucidez episodios clave de la historia de su país, reconfigurándolos por medio del poder desnudo de la imaginación. Embaucadores, soñadores, jóvenes esclavas, mercachifles, científicos locos, emigrantes, mendigos y millonarios, delincuentes y espías, poetas y músicos de jazz, niños que descubren el terror a la vez que el lado milagroso de la vida en el Nueva York de la Gran Depresión, todos ellos seres de ficción, conviven cómodamente en sus novelas con figuras históricas como el general y escritor William T. Sherman, el banquero J. P. Morgan, el gánster Arthur “Dutch” Schultz, el ilusionista Harry Houdini, la anarquista Emma Goldman, el matrimonio constituido por Julius y Ethel Rosenberg, judíos comunistas condenados por espionaje, o los hermanos Homer y Langley Collyer, que murieron en su mansión de Harlem, aplastados por el peso de miles de toneladas de periódicos que habían ido acumulando durante décadas. El milagro consiste en que unos y otros tienen el mismo grado de realidad para el lector.
En El cerebro de Andrew, Doctorow ha dado forma a una narración elegante e intimista, una miniatura en la que se plantea el enigma de la conciencia, el conocimiento, la percepción, y se aborda la estructura profunda del deseo y los sentimientos, algo un tanto alejado de los grandes frisos históricos a que tiene acostumbrados a sus lectores. “No veo tanta distancia”, afirma el escritor en la biblioteca de su casa de Manhattan, inundada por la luz de un atardecer espléndido. “Las metáforas son pequeñas, pero el alcance del libro es muy vasto. El cerebro del protagonista nos traslada a una infinidad de lugares y momentos. Se evoca una gran cantidad de sucesos y además se cuenta una historia de amor”. En la que algunos se preguntan si será la última novela de Doctorow, hay momentos de gran intensidad, evocados con un lenguaje límpido y de gran belleza, pero también hay elementos desconcertantes, que el escritor no tiene inconveniente en intentar elucidar.
“Pienso en términos de imágenes, que se manifiestan en el libro en forma de lugares y episodios que no se sabe si son reales o sólo existen en la mente de Andrew. Procuro no hacer distinciones en ese sentido, de modo que siempre hay un elemento de duda. La escena que ha sido objeto de más críticas es la que cierra el libro. Tiene lugar en la Casa Blanca y algunos piensan que es una especie de chiste, pero no lo es en absoluto. Tiene un sentido político muy claro. La coincidencia con los datos que recoge el informe oficial sobre lo que ocurrió en Washington el 11 de septiembre de 2001 es absoluta. Desde el punto de vista estético, la escena es totalmente coherente. Dentro de unos años nadie dirá que es un chiste. La verdad es que de todos los libros que he escrito, este es el que juzga más severamente al lector”.
El libro se sustenta sobre teorías procedentes de disciplinas como la psicología cognitiva y la neurociencia. ¿Qué se proponía exactamente conseguir el autor con una narración así? “En realidad mi libro no hace más que recoger la vieja disputa entre los cartesianos que postulan la existencia del alma y quienes niegan categóricamente que haya nada fuera de lo que es materialmente tangible, para quienes el alma no es más que una ficción. Si la conciencia humana, los sentimientos, los pensamientos, los deseos, son funciones del cerebro, algo físico, corpóreo, se pregunta Andrew, ¿entonces cómo se llega a la conciencia humana y a la vida subjetiva? Andrew revive un debate eterno, sólo que lo hace desde los postulados de la neurociencia. Los términos son muy resbaladizos, pero para entendernos digamos que incluso entre los neurocientíficos hay quienes postulan la existencia de algo que funciona fuera de los parámetros de su disciplina. En el libro, este problema se aborda desde el plano de la ficción”.
En su acercamiento a la ciencia cognitiva, Doctorow señala que son los expertos quienes abren la puerta a la posibilidad de la duda. “Andrew recuerda que en Suiza hay gente que está construyendo un ordenador que emula el funcionamiento del cerebro. A propósito de una posibilidad así me interesa lo que han dicho gente como John Searle, el filósofo, o Gerald Edelman, neurólogo que ganó el premio Nobel, conocido por sus teorías sobre la conciencia. Edelman habló de la posibilidad de crear una computadora que emule el cerebro y tenga conciencia. La hipótesis es aterradora. De ser así las creencias por las que nos guiamos se esfumarían por ensalmo. El ser humano dejaría de ser una excepción. Que los ordenadores llegaran a tener conciencia sería lo más revolucionario que cabe pensar en cuanto a lo que le sucede a la vida humana”.
Doctorow no es científico, ni pretende serlo. Es novelista, y sus únicas armas son las de la ficción, cuya relación con la verdad siempre será muy complicada. “Recurro a la ficción cuando algo me interesa tanto que se convierte en una obsesión, entonces escribo sobre ello y no hay lugar para nada más en mi cabeza. El tema de mi última novela es el más importante que hay hoy para mí. En cuanto al papel de la ficción: ¿Cuál es la misión del artista en cualquier época y lugar? Frente al reto de lo desconocido, responder. Responder. Y enEl cerebro de Andrew creo que eso es precisamente lo que he hecho”.
Bibliografía selecta
La obra de E. L. Doctorow parte de episodios de la historia reciente de los EE UU para construir sus ficciones.
Cómo todo acabó y volvió a empezar.
El libro de Daniel.
Ragtime.
El lago.
La feria del mundo.
El arca de agua.
Billy Bathgate.
La ciudad de Dios.
La gran marcha.
Todo el tiempo del mundo.
Homer y Langley.
El cerebro de Andrew.
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